Mi peor cliente

PRÓLOGO

El despertador sobre mi mesa de luz suena a las seis de la mañana en punto, por un segundo, pienso en dejarlo sonar hasta que se canse. Pero no puedo darme ese lujo. Apago la alarma y me giro para quedarme en una posición donde pueda mirar hacia el techo, apreciando esa mancha de humedad que parece agrandarse cada vez que llueve. Prometo mentalmente que voy a llamar a la empresa de humedad para que la arregle... aunque sé que no lo haré. No hay plata para eso.

La casa huele a remedios y a pan viejo. Encuentro al aire de la primavera húmedo, pesado. Hay un silencio tenso, se que mi madre duerme en la habitación de al lado.

Me levanto despacio, siento dolor en cada parte de mi cuerpo, trabajar todos los días, 9 horas seguidas, sin descansos sin dudas dejaba sus consecuencias. Camino hacia la habitación de mi madre, cuando llego veo como aún esta acostada, tapada hasta el cuello. La miro respirar despacio, con ese silbido suave que me parte el alma. Desde que su enfermedad avanzó, cada respiración suya es un recordatorio de por qué sigo haciendo todo esto.

Me dirigí hacia la cocina, la cual esta a la vuelta de la habitación, nuestra casa no es tan grande, incluso la considero chica para ser solo dos. Prendo la jarra eléctrica para armarme el mate. No necesito mirar el reloj para saber que el agua hierve siempre antes de las seis y cuarto.

Pongo un poco de yerba en el mate y espero a que el agua hierva. Cuando esta lista me cebo uno, y otro, y otro más, esperando que eso me despierte un poco. Mientras tomo uno, me acerco a la pequeña ventana del departamento, el cielo Montevideano empieza a clarear de a poco. En la esquina de la calle todavía hay un par de autos de la madrugada, y un perro callejero que husmea entre las bolsas de basura.

Mientras tomo un sorbo, pienso en cómo llegué a este punto. Tengo veinticinco años y trabajo en una cafetería en el centro de Montevideo, una de esas que se llenan de oficinistas con cara de lunes. No es la mejor vida que puedo tener, pero no me quejo. El trabajo es duro, pero peor sería no tenerlo. Entre el alquiler, los remedios de mi mamá, la comida, los boletos, no me queda casi nada para mi. Pero alcanza para sobrevivir, y eso ya suficiente.

Le doy una mirada a mi billetera que esta sobre la mesa: tres billetes de cien pesos, un par de monedas, mi tarjeta para el ómnibus y un recibo viejo de la farmacia. Suspiro. Anoto en una libreta lo que tengo que pagar esta semana: alquiler, medicamentos, agua, luz. Esa libreta es como mi Biblia: si la pierdo, pierdo el orden de mi vida.

Voy hasta el cuarto de mi madre y la despierto con un beso en la frente, pienso que esta dormida pero rápidamente veo que esta con los ojos abiertos.
— Ma, te dejé un té y tostadas en la mesa de la cocina— le digo bajito.
— ¿Ya te vas, Sofía?— pregunta con la voz débil.
— Sí, tengo que abrir hoy. Volvéte a dormir, ¿ta?
Ella asiente con una sonrisa cansada. Esa sonrisa es lo único que me da fuerza para seguir adelante.

Salgo del departamento con mi abrigo puesto y las manos metidas en los bolsillos de este. El aire de octubre está fresco, con ese olor a río que tiene la ciudad a esta hora. Camino por una de las tantas veredas rotas del barrio de Cordón y pienso que, a pesar de todo, me gusta Montevideo en la mañana: el olor del pan recién hecho en las panaderías, el ruido de los Ómnibus en las paradas, la señora del quiosco que saluda a todos.

En la parada ya hay tres personas. Una chica que parece dormida, un señor con un termo bajo el brazo y un adolescente con auriculares. Llega el 185, lleno como siempre. Me cuelgo del pasamanos y trato de hacer equilibrio mientras el ómnibus avanza por 8 de Octubre. Afuera, el sol empieza a salir entre los edificios, tiñendo el cielo de naranja. Me encanta ese momento. Es como si la ciudad también se estuviera despertando conmigo.

Bajo en la parada de la calle Convención y camino hasta la cafetería. Es un local chico, con olor a café recién molido y vitrinas llenas de cualquier bizcochos que pidas. El piso siempre está un poco pegajoso, pero a mi parecer los clientes fingen no notarlo.

Mi jefe, Martín, ya está ahí, con su típica cara de pocos amigos.
— Llegas tarde Sofía, otra vez— dice mirándome fijamente detrás del mostrador principal.

— Son las siete menos cinco— respondo, sacándome el abrigo y dejándolo en los percheros de la cocina.
— Cinco minutos tarde, se suponía que vos ibas a abrir hoy— repite.
No digo nada. Aprendí que discutir con él es como hablarle a una pared.

Empiezo a limpiar las mesas, a preparar las tazas, a revisar la cafetera. Este trabajo hizo que me enamore del aroma del café, me calmaba de verdad. Para cualquier persona, una rutina era algo horrible, pero para mi hay algo reconfortante en ella, en saber qué viene después. Comienzo a llevar los primeros pedidos, caminando de aquí para allá, sonrío a cada cliente por costumbre y trato de no pensar demasiado.

A media mañana, cuando el lugar se llena de gente que viene del Ministerio y de las oficinas de 18 de Julio, apenas tengo tiempo de respirar. Escucho risas, discusiones, el sonido de las cucharitas chocando contra las tazas. A veces me pierdo entre las voces, y me pregunto cuántas de esas personas estarán igual que yo: sobreviviendo, fingiendo una sonrisa, fingiendo que todo está bien.

A las tres de la tarde termina mi turno. Me voy hasta el fondo de las cocinas para sacarme mi delantal, guardo mis cosas en mi bolso y salgo a la calle. El cielo ahora está gris, típico de primavera en Uruguay: ni frío ni calor, pero siempre con amenaza de lluvia. Camino hasta la parada mientras reviso mi celular. No tengo mensajes, salvo uno del banco recordándome que debo el mínimo de la tarjeta. Perfecto, otro problema a la lista.

Subo al primer ómnibus que veo que me llevará a casa y me siento junto a la ventana. La ciudad pasa rápido: los graffitis, las casas antiguas, los árboles del Parque Rodó, los vendedores ambulantes. Montevideo tiene ese encanto triste que no se explica. Es una mezcla de melancolía, familia y ternura que se te mete en la piel.



#4704 en Novela romántica

En el texto hay: cafe, cafeteria, uruguay

Editado: 18.11.2025

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