La mañana comienza con el sonido del viento arrastrando los restos de la lluvia de anoche. Montevideo parece recién despierto: las calles húmedas, el olor a bizcochos recién hechos en las esquinas, y un cielo que no termina de decidir si va a despejar o volver a llover, típico en Uruguay.
Entro a la empresa con mi café en la mano y el cabello todavía algo despeinado, juro que hice el mejor intento de peinarlo. Dormí poco, no por culpa del clima sino por algo peor: los pensamientos que no me dejaban en paz. O mejor dicho, alguien que no lo hacía.
Intento no pensar en Marcos, en su mirada desde el auto cuando me lo encuentro en la entrada todas las mañanas, en la calma extraña de su voz. Pero mi mente insiste en repetir las escenas con él una y otra vez, como si quisiera encontrarle un significado oculto.
Por suerte, apenas llego a la recepción, Clara me intercepta.
— ¡Sofía! Apurate, el jefe pidió que estemos todos en la sala grande.
— ¿Qué pasó ahora? Juro que yo no me mandé ninguna— pregunto, mientras dejo el abrigo en la percha, ella antes de hablar ríe.
— Nono, solo va a presentar a alguien. Una nueva publicista, creo.
Genial, pienso. Otra reunión.
Cuando entro en la sala, ya hay varias personas alrededor de la mesa ovalada. Marcos está de pie al frente de todos, hablando con su tono de siempre: firme, seguro, ligeramente arrogante.
Pero al notar mi entrada, su mirada se dirige hacia mi y noto como su voz titubea apenas por un segundo.
— Buenos días— dice, acomodando sus papeles —quiero presentares a nuestra nueva publicista: Valentina Duarte.
Una mujer de unos veintitantos da un paso al frente. Es alta, de cabello rojizo y lacio, con un estilo elegante pero sencillo: vestía un blazer beige, pantalón negro y una sonrisa que parece iluminar la sala.
— Buenos días, es un gusto conocerlos a todos al fin— dice, con una voz cálida —Vengo del área creativa de otra agencia, pero ahora estaré colaborando a la par con ustedes.
Hay algo en su forma de hablar que transmite cercanía. No la típica formalidad de oficina, sino una amabilidad real.
— Sofía, vos también sos relativamente nueva— agrega Marcos, girándose hacia mí, su voz nombrando mi nombre hace que mi cuerpo sienta un escalofrío —Tal vez puedan ayudarse mutuamente con los procesos internos y le puedas mostrar un poco las oficinas.
Asiento, tratando de mantener la compostura —Claro, sin ningún problema.
— Muchas gracias a todos por venir, pueden volver a sus actividades y esperemos que Valentina se incorpore positiva-mente a la empresa.
Valentina sonríe a sus palabras y todos los demás dejan la sala de anuncios casi vacía.
Veo como ambos se me acercan con tranquilidad, Marcos por un lado me lanza una mirada de arriba hacia abajo, mientras que Valentina me mira y sonríe.
— ¿Sos Sofía, entonces? Marcos me habló de vos.
— ¿Ah, sí? Espero que bien— digo lanzandole una mirada al nombrado.
— Sí, muy bien. Dice que sos la que más rápido se adaptó a la locura de esta oficina.
Ambas reímos, y algo en su energía me resulta… fácil. No hay tensión, ni competencia, ni ese ambiente forzado que suelo sentir con la mayoría. Es simplemente natural.
— Lamento interrumpirlas señoritas, pero debo dejarlas solas, Valentina ten cuidado si estas cerca de Sofía y tiene una taza de café en sus manos.
Mi cara se vuelve roja como un tomate de la vergüenza, lo miro fijamente sin poder creer lo que dijo pero decido ignorarlo cuando veo que me tira un guiño de ojo y se va rápidamente.
— Si querés, te muestro cómo manejamos los pedidos internos y los horarios de entrega— le ofrezco cuando ya pasan unos segundos.
— Ay si perfecto, me vendría bárbaro— responde ella, ajustándose la cartera al hombro.
Caminamos juntas hacia la cafetería, y en el trayecto empezamos a charlar como si nos conociéramos de toda la vida.
— ¿Y vos hace mucho que estás acá?— pregunta.
— Unas semanas. Entré un poco de casualidad, la verdad. Necesitaba el trabajo y… bueno, acá estoy.
— Me suena. Yo también caí medio de rebote— sonríe —Pero parece un buen lugar.
— Sí, tiene sus cosas. A veces se pone un poco tenso con las reuniones, o con ciertos jefes— miro de reojo.
— ¿Lo decís por el famoso Marcos— pregunta entre risas.
— Exactamente— sonrío —Pero ya te vas a acostumbrar.
Ella suelta una carcajada tan sincera que me contagia. Hace tiempo que no me reía así en la oficina.
Nos sentamos junto a la barra y le muestro algunos procedimientos del sistema interno, los formularios de pedidos y las listas de clientes frecuentes. Mientras hablamos, Valentina observa todo con genuina curiosidad.
— Sos re organizada— me dice —Yo no sé si podría manejar todo eso sin enloquecer.
— Te acostumbras. Al principio todo parece un caos, pero después encontrás tu ritmo.
Por un momento, me sorprendo a mí misma hablando con soltura, como si ya no tuviera la carga del día anterior. Supongo que tener a alguien nuevo, alguien que no sabe mis enredos con Marcos, me da cierto alivio.
Justo en ese momento, la puerta del fondo se abre.
Marcos aparece, sosteniendo una carpeta, hablando del rey de roma.
— Buenas, ¿todo bien por acá?— pregunta, mirándonos.
— Todo perfecto— responde Valentina, con una sonrisa profesional —Sofía me está salvando la vida con toda esta información.
— Me alegra escuchar eso— dice él, pero sus ojos se detienen en mí unos segundos más de lo necesario.
Siento el calor subirme a la cara. Miro hacia abajo, fingiendo revisar los papeles de los pedidos.
— Bueno, no las interrumpo más. Valentina, cualquier cosa que necesites, mi oficina está abierta.
— Gracias, Marcos— responde ella con naturalidad.
Él asiente y se va, aunque antes de cerrar la puerta, su mirada vuelve fugazmente hacia mí. Es apenas un segundo, pero me basta para sentir ese cosquilleo familiar que odio admitir.