El silencio entre nosotros se alarga más de lo que esperaba. Marcos sigue mirándome con esa mezcla de curiosidad y preocupación que no sé bien cómo interpretar. El pasillo del hospital parece tragarse los sonidos; apenas se escucha el pitido lejano de una de las máquina y el murmullo de las enfermeras al fondo.
— ¿Querés ir sentarte un rato?— pregunta finalmente, señalando con la cabeza hacia un pequeño sector con bancos y una mesa baja cerca de la ventana.
Dudo un momento. No estoy segura de si es buena idea, pero la verdad es que mis piernas tiemblan un poco y el café sigue ardiendo en mi mano.
— Bueno, pero solo un ratito, tengo que volver con mi mamá después— respondo.
Nos acercamos y nos sentamos frente a frente en uno de los bancos. El vidrio de las ventanas está empañado, y del otro lado se ve el patio interno del hospital, con un par de árboles flacos y bancos vacíos. El cielo está gris, como si estuviera a punto de llover.
— No sabía que venías al Maciel— le digo, rompiendo el silencio.
— No lo hago, yo me atiendo en el hospital italiano pero como te dije, vine a ver a uno de mis tíos— me contestó.
— Espero que este bien— respondo, igual que el minutos atrás.
— Es raro verte sin el delantal del trabajo— agrega, medio en broma, medio en serio.
— Y a vos sin el traje. Casi que no te reconocí— le digo, mirándolo por primera vez con detenimiento.
Se lo notaba más relajado que en la oficina. La chaqueta negra abierta, una bufanda gris mal enrollada y el cabello despeinado por la humedad. Parece otra persona, alguien más humano, menos "perfecto".
— Supongo que todos tenemos nuestra versión fuera del trabajo— dice él, cruzando los brazos.
— Sí... la mía incluye café barato y ojeras— respondo con una sonrisa cansada.
Él se ríe, dejándome a la vista su perfecta dentadura, por un segundo me muero de la envidia. Tiene una risa suave, diferente a las veces que la escuché antes, cuando siempre parecía esconder sarcasmo.
— ¿Y tu mamá?— pregunta después.
— Está con la doctora. Le van a explicar cómo empieza el tratamiento— hablo poniendo mis manos en los bolsillos, para ocultar mi nerviosismo al hablar del tema.
— ¿Es grave?
— Más de lo que quiero admitir— respondo, bajando la mirada.
Él asiente despacio, pero no me hace más preguntas. Yo le agradezco ese silencio mentalmente. Es un tipo de respeto que pocas veces encuentro en él.
— Mi tío está en observación— dice al rato —Lo internaron anoche, pero parece que ya se estabilizó.
— Menos mal, me alegro entonces— le digo sinceramente.
Nos quedamos un momento mirando hacia la ventana. El vidrio vibra apenas con el viento. Afuera, unas gotas comienzan a golpear el marco.
— No imaginé que volveríamos a vernos tan rápido— dice Marcos, moviendo la cabeza, divertido.
— Yo tampoco— admito —Especialmente después de la última vez.
— Esa vez fue culpa mía —dice, con una sonrisa ladeada—. No suelo ser muy diplomático.
—Ya lo noté.
— Pero me alegra que estés bien Sofía. De verdad te lo digo.
Su tono suena sincero. Y eso me descoloca un poco. Marcos siempre me pareció alguien inaccesible, de esos hombres que parecen vivir en su propio mundo. Pero ahí, en ese rincón del hospital, con olor a su perfume puedo sentirme tranquila.
— ¿Y qué haces cuando no estás siendo aburrido y mirando a todo el mundo con una cara larga?— pregunto, intentando aligerar el ambiente.
— ¿Además de revisar planillas interminables?— responde con un gesto exagerado —Me gusta leer, salir a correr temprano, y cocinar a veces.
— ¿Cocinar? No te creo— le digo mientras rió.
— ¿Por qué no?— pregunta, fingiendo indignación en su rostro.
— No sé, pareces del tipo que pide delivery hasta para desayunar.
— Bueno puede ser pero eso era antes— responde, riéndose —Desde hace un tiempo que intente comenzar a cambiar varios de mis hábitos, o mejorarlos. Y la verdad es que cocinar me despeja mucho.
— Mirá vos... nunca lo hubiera imaginado.
Él se encoge de hombros.
— ¿Y vos? ¿Qué te gusta hacer cuando no estás discutiendo conmigo?
— Dormir— respondo casi en automático, y ambos reímos.
— Fuera de eso, ¿Nada más?
— Mmm... me gusta escribir, caminar por la rambla en las tardes del verano, y sacar fotos.
— ¿Sacar fotos?
— Sí, pero no es nada importante, de hecho quise estudiar fotografía toda mi vida pero nunca se me dio— me encojo de hombros.
— ¿Por?
— Nunca pude comprarme una cámara buena, estaban re caras, por eso nunca pude entrar a la escuela de fotografía, cuando mi padre se fue tuve que abandonar ese sueño. Pero creo que era buena, o al menos eso me decían todos, siempre fue mi manera mi manera de desahogarme.
Marcos asiente con una sonrisa — Eso explica muchas cosas.
— ¿Qué cosas?
— Tu forma de mirar. Tenes ojos de alguien que siempre está observando más de lo que dice.
No sé qué o como responder a eso. Siento un leve calor subirme al cuello. No estoy acostumbrada a que alguien sepa cosas así de mi solo con prestarme atención, que me mire con esa mezcla de atención y ternura.
— Bueno, no sé si eso es un cumplido o una advertencia—bromeo.
— Un cumplido— responde sin dudar.
Por un instante, el tiempo se detiene. Afuera, la lluvia cae con más fuerza. El ruido contra el vidrio llena el silencio entre nosotros.
— Deberíamos hacer esto más seguido— habla de nuevo, de pronto.
— ¿Qué cosa?
— Tomar café sin que uno de los dos termine enojado con el otro.
— No sé si sea buena idea— respondo, medio en serio, medio en broma.
— Dale, Sofía. Prometo no hacer ningún comentario fuera de lugar. Solo charlar— saca el celular del bolsillo —¿Me das tu número?
Me sorprende la naturalidad con la que lo dice. No es una invitación cargada ni incómoda, sino algo espontáneo. Sin embargo, algo dentro de mí se tensa.