Mi peor cliente

RECUERDO 1 "El cumpleaños"

10 de noviembre de 2007.
Montevideo,
Uruguay.

El sol de la tarde entra fuerte por la ventana del pequeño departamento en Cordón, tiñendo todo de un tono dorado, casi nostálgico. El reloj de pared marca las cuatro y media, y el aire huele a bizcochuelo de torta recién horneado y a globos inflados con entusiasmo. En la mesa del comedor, una torta con cobertura rosada se posa sobre un plato de vidrio. Tiene una vela del número “7” clavado en el centro, con chispitas multicolores que reflejan la luz.

Sofía le dio tantas vueltas al rededor de la mesa que ya perdió la cuenta. Para celebrar su cumpleaños se puso un vestido celeste con flores blancas y en su cabello suelto llevaba un moño el cual su madre insistió en ponerle. Las sandalias le aprietan un poco, pero no se queja. Solo mira cada tanto hacia la puerta del departamento, como si en cualquier momento fuera a aparecer alguien.

— Mamá, ¿Qué hora son?— pregunta, sin despegar los ojos del pasillo.

— Las cuatro y media, Sofi— responde su madre desde la cocina, mientras termina de colocar las porciones de pizza casera en los platos de plástico.

— ¿Y él dijo que venía a las cuatro, no?

— Sí, mi amor. Pero capaz se demoró un poquito, ya sabes cómo es tu papá con los horarios.

Sofía asiente, aunque su ceja se frunce apenas. No dice nada más.

Camina hasta la ventana, apoya las manos en el marco y mira hacia abajo. Desde el tercer piso se ve la calle empedrada, los autos estacionados, y un grupo de niños que pasan en bicicleta, riendo. El cielo es de un azul tan limpio que casi parece pintado junto con el sol de la tarde. Todo parece perfecto, menos el espacio vacío en su fiesta.

En la radio vieja del living suena “No llora”, una canción de la banda uruguaya “Cuarteto de Nos”, pero Cristina baja el volumen enseguida. Quiere mantener el ambiente alegre, o al menos intentarlo. En el centro del living hay una piñata de cartón con forma de luna, y una guirnalda pegada en una de las paredes blancas que dice “Feliz Cumple Sofía” en papel de gomaeva rosa brillante, se nota que son recortadas a mano.

A los pocos minutos, comienzan a llegar los invitados: dos compañeras de la escuela, Camila y Lucía, acompañadas por sus padres. Luego llega la tía Marta con un paquete enorme envuelto en papel celeste, y más tarde el vecino del segundo piso con su hijo de ocho años. El apartamento se llena de voces y risas infantiles, de pasos pequeños corriendo por el pasillo y del sonido de vasos de refresco chocando.

Sofía sonríe, pero su mirada sigue viajando cada tanto hacia la puerta.

— ¿No vas a abrir los regalos, Sofi?— le pregunta Lucía, sosteniendo un paquete rosa con moño.

— Después… cuando llegue mi papá— responde ella con una voz tan baja que casi se pierde entre las risas.

Su madre, que la escucha desde la cocina, suspira despacio. Se seca las manos con el repasador y se acerca al living.

— Podés abrir uno mientras, mi amor. Seguro a él le va a gustar ver las fotos después— dice, intentando que su sonrisa no se quiebre.

Sofía asiente, pero no se mueve. Mira hacia la puerta como si en cualquier momento el timbre fuera a sonar.

Afuera, el sol ya empieza a caer un poco más. Las sombras se estiran sobre el piso del living. Los chicos corren jugando a la mancha, esperando por la piñata, los adultos charlan entre sí, y la música de fondo cambia a un tema más infantil que suena por un pequeño parlante portátil. Pero Sofía sigue en una esquina, con las manos juntas sobre las rodillas, esperando.

Cada vez que escucha un motor o un ruido en la escalera cerca de la puerta, se levanta de un salto. Corre con el corazón golpeándole el pecho, solo para descubrir que es otra vecina o el cartero que deja el correo equivocado.

— Va a venir, ¿No, má?— pregunta finalmente, con los ojos grandes y la voz un poco más temblorosa.

Cristina se agacha hasta su altura, acomoda el lazo de su vestido y le acaricia la mejilla.

— Claro que sí, Sofi. A veces los adultos se demoran por que surgen problemas, pero seguro está en camino.

Sofía asiente, aunque ya no parece tan convencida como antes. Se muerde el labio inferior y se acomoda el vestido, como si eso pudiera mantener su esperanza firme.

El tiempo pasa lento. Demasiado lento para la pequeña.

A las seis menos cuarto, los chicos ya están abriendo los regalos para ella, aunque Sofía apenas los mira. Camila le regala una muñeca, Lucía un set de plastilina, y su tía Marta un juego de maquillaje para niñas. Todos la animan a soplar las velas, pero Sofía insiste:

— Pero todavía falta mi papá.

— Mi amor…— empieza a decir su madre, con la voz suave, pero la interrumpe un golpe en la puerta.

Sofía gira enseguida hacia esa dirección, con los ojos iluminados.

— ¡Es él! ¡Al fin llegó!

Corre hacia la puerta, tan rápido que casi se tropieza con un globo desinflado. Su madre se queda quieta, conteniendo el aliento. Pero cuando la puerta se abre, no hay un hombre alto con un paquete ni una sonrisa. Solo es la vecina del departamento 4B.

— Cristina, discúlpame la joda, ¿Me podrás prestar un poco de azúcar? Se me terminó justo ahora y preciso para el mate— dice la mujer, ajena a la tensión del momento.

Sofía baja la mirada y da un paso atrás.

— Sí, sí, claro, enseguida te doy— responde su madre, obligándose a fingir una sonrisa.

La vecina le agradece, toma el azúcar y se va sin notar el silencio que deja atrás.

Sofía se sienta en una silla, con los hombros hundidos. Las guirnaldas de papel se mueven apenas con el aire que entra por las ventanas, como si hasta las letras se dieran cuenta del vacío.

Cristina se acerca otra vez y le acomoda el cabello.

— Podemos llamarlo si querés— dice, sacando su celular viejo de tapita.



#4704 en Novela romántica

En el texto hay: cafe, cafeteria, uruguay

Editado: 18.11.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.