Mi peor cliente

CAPÍTULO 9 "La cita"

El sábado amanece nublado, pero con una luz suave que se filtra por la ventana del living. Durante el día, intento distraerme con tareas de la casa, pero cada vez que miro el reloj, siento una pequeña punzada en el estómago. A las cinco, Marcos va a pasar por mí.

Y aunque no sé exactamente qué espero de ese encuentro, algo dentro de mí —algo que hacía mucho estaba dormido— se siente vivo otra vez.

Luego de unas horas pensando si cancelar o no, me decido por arreglarme, el sonido del secador de pelo es lo único que se escucha en mi habitación, mezclado con el zumbido de los autos que pasan por la calle del edificio. Entre los aprontes rápidamente se vuelven las cuatro y media de la tarde, pero yo todavía no puedo decidir si lo que tengo puesto esta bien o si es mucho para un café, aunque no voy muy exagerada tampoco, me puse un jean oxford y una camisa blanca bordada.

Me miro al espejo por quinta vez en la tarde. Es fresco pero abrigado a la vez, ideal para la primavera de Uruguay, pero siento que no es suficiente. ¿Y si él piensa que me esmeré poco? ¿O peor... que me esmeré mucho?

Mamá se despierta luego de su siesta y comienza a tomar mate frente a la tele —Sofía, vas a gastar el espejo de tanto mirarte— dice mamá desde el sillón del living —Estas muy bonita, hoy te veo con un brillo especial, más que otros días— dice, apenas me ve salir del cuarto.
— ¿Segura que no es porqué me puse ropa limpia que no huele a café?

— No, claro que no— se ríe.

— Solo es una salida casual má, no te emociones
— Ajá, claro, y ese maquillaje nuevo que te pusiste no quiere decir nada ¿No?

Río, rodando los ojos —Sos terrible eh.
— Solo digo que me gusta verte contenta, Sofi. Te lo mereces por sacrificarte tanto.

Sus palabras me tocan más de lo que quiero mostrar. Le sonrío, agradecida pero sigo nerviosa.

— No sé... siento que me veo rara.

— Te ves linda, y eso es lo importante. Además, si ese chico no se da cuenta de eso, sería es un tonto.

Sonrío, aunque la ansiedad me corre por dentro como una corriente eléctrica.

Me retoco un poco el labial, me pongo de mi perfume en las muñecas y reviso el celular por enésima vez. No tengo ningún mensaje de Marcos y eso hace que mi ansiedad suba un 100%. Ya son las 16:50 y aún nada ¿Por que no me escribió todavía?

Mi estómago da un salto cuando escucho un bocinazo de auto suave desde afuera. Me quedo helada por unos segundos hasta que asomo por la ventana y ahí lo veo: Marcos, apoyado contra su auto, lleva una camisa blanca remangada hasta los codos y unos jeans azules rectos. Tiene el cabello algo despeinado por el viento, y lleva una sonrisa que parece haber estado ensayando.

— Ya me voy, má ¿Segura que vas a estar bien? Sabes que cualquier cosa que pase o que precises me llamas y vengo volando— le digo, mientras agarro mi cartera.

— Estaré bien mi amor, tu divertite, pero volvé antes de las diez, ¿eh?

— Sí, mamá— respondo con una sonrisa que no puedo evitar.

Cuando bajo las escaleras de la puerta del edificio, mis piernas parecen de gelatina. Marcos me ve y se endereza.

— Wooow— dice lentamente apenas me acerco al auto —Si llego a tener un infarto ahora, tienes que saber que será por tu culpa.

Me río ante el chiste, aunque mi cara debe estar más roja que el semáforo de la esquina de Gonzalo Ramirez.

— Qué exagerado— digo, bajando la mirada con nerviosismo.

— No, en serio. Pensé que venías más casual, no para arruinarme toda mi concentración.

— Bueeno, podrías concentrarte en manejar, por ejemplo.

— Prometo intentarlo, porque va a ser difícil con vos así a mi lado.

Se ríe mientas habla, su voz suena tan relajada que empiezo a soltarme un poco. Cuando intento subir, me abre la puerta del auto, un gesto que en realidad no me esperaba, y me siento intentando no tropezar con mi propia torpeza.

El interior huele a menta y a ese perfume suyo que ya reconozco de lejos. Marcos se sube luego de cerrar mi puerta por mi, pone el cinturón y arranca el viaje con suavidad.

— ¿Lista para nuestra misión?

— ¿Misión?— pregunto, arqueando una ceja.

— Sí, te dije que era una sorpresa. Pero puedo adelantarte que involucra café, azúcar, y caminata por la rambla

— Entonces no es tan secreta.

Ambos reímos, y el ambiente se vuelve más ligero.

Mientras avanzamos por Bulevar España, el aire entra por las ventanillas bajadas. La ciudad está viva: las flores caídas de los árboles tiñen las calles de violeta, la gente camina en remeras o musculosas, y los ladridos de los perros siendo paseados por sus dueños suenan a lo lejos.

Es uno de esos días en los que Montevideo parece suspenderse en calma.

Marcos maneja con una mano en el volante y la otra apoyada en la ventanilla. De vez en cuando me lanza una mirada, pero no dice nada. Yo juego con el borde de mi cartera, intentando no parecer tan nerviosa como estoy.

— Estás algo callada— dice al fin.

— Estoy... procesando que realmente estoy acá— respondo.

— ¿Y eso es bueno o malo?

— Depende de cómo termine la tarde.

— Touché— dice, sonriéndome.

Llegamos a Punta Carretas unos minutos después. El sol empieza a bajar, tiñendo los edificios de un color dorado. Marcos estaciona frente a una cafetería con grandes ventanales, toldo beige y plantas en macetas colgantes. Un cartel de madera en la puerta dice Luz de Mar.

— ¿Conocías este lugar?— me pregunta.

— No, nunca vine— respondo, mirando fascinada el interior a través de las ventanas.

Cuando intento bajar, Marcos se baja antes para abrirme la puerta, y cuando entramos quedo impresionada.

El lugar es precioso: las paredes color crema, hay cuadros con fotos antiguas de la rambla, mesas de madera clara y luces cálidas colgando del techo. Se escucha de fondo una canción de Jorge Drexler, y el aire huele a café recién molido y bizcocho de naranja.



#4704 en Novela romántica

En el texto hay: cafe, cafeteria, uruguay

Editado: 18.11.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.