Mi peor cliente

CAPÍTULO 10 "El beso"

Luego de un rato, decidimos que lo mejor era volver antes de que los mosquitos típicos de la primavera nos comieran las piernas y brazos.

— Deberíamos volver, ¿no?— le digo finalmente, antes de que el momento entre nosotros se vuelva demasiado intenso.

— Sí, aunque yo podría quedarme acá toda la vida— responde.

Volvemos a su auto. Durante el trayecto, la conversación se vuelve más tranquila. Llena de chistes internos y piropos mal dichos por parte del chico rubio, la ciudad afuera de las ventanas empieza a encender sus luces, y la música suave que sale de los parlantes llena los silencios.

— ¿La pasaste bien?— pregunta, girando apenas la cabeza hacia mí.

— Sí— respondo, con una sonrisa tímida —La verdad que sí.

— Me alegra— dice, y durante un segundo parece querer agregar algo, pero se queda en silencio.

El tránsito fluye lento, los semáforos cambian con pereza. Miro por la ventana: la rambla se adivina a lo lejos, y el reflejo de las luces en los vidrios de los edificios dibuja sombras sobre el interior del auto.

No sé en qué momento su mano se apoya cerca de la palanca de cambios, tan cerca de la mía que apenas un movimiento bastaría para rozarla. Y de algún modo, me encuentro tentada de hacerlo.

— ¿Estás cansada?— pregunta él.

— Un poco, pero… no quiero que termine la noche todavía.

Marcos sonríe, y esa sonrisa me derrite las defensas.

— Podríamos dar una vuelta más, si querés— propone.

— ¿A sí? ¿Y a dónde me llevarías?— pregunto, jugando con el borde de mi cartera.

— A ningún lugar en especial. A veces las mejores noches son las que no tienen planes hechos.

Lo miro de reojo. Tiene la vista fija en la calle, la mandíbula relajada, y las luces de los semáforos dibujan destellos sobre su piel. Por un momento, pienso que nunca lo vi tan tranquilo, tan humano.

De pronto ambos sentimos como la canción “Piel” de Zeballos 17 suena por la radio del auto. Nos miramos en silencio, sintiendo como la letra parece perfecta para nuestra situación.

Aunque estes llena de errores,

estoy enamorado de ellos.”

Siento como la mirada de Marcos se posa en mi fijamente, más que nada en esa estrofa.

— ¿Siempre sos así de… encantador?— le digo, apenas disimulando mi sonrisa.

— Solo cuando me gusta alguien de verdad— responde sin dudar.

Siento el corazón dar un salto tan fuerte que casi me delata. Me quedo callada, mirando hacia adelante. Él se da cuenta, porque su sonrisa se ensancha apenas.

— No pensé que me ibas a contestar eso— murmuro, mirando la calle.

— Pero me gustó hacerlo, es la verdad— responde él.

La conversación se disuelve en un silencio cómodo.

La brisa entra por la ventanilla entreabierta, trayendo el olor del mar. Pasamos por un tramo arbolado; las flores de los jacarandás cubren parte de la calzada, y algunas caen sobre el parabrisas como pequeñas mariposas lilas.

Siento su mirada en mí, y cuando giro la cabeza, la encuentro. No hace falta que diga nada. Solo nos miramos, y el aire entre ambos parece volverse más denso, más eléctrico.

— ¿En qué pensás?— pregunta.

— En que hace tiempo no me reía tanto.

Él asiente despacio —Yo tampoco.

Seguimos en silencio otro rato. La ciudad pasa despacio por la ventanilla, las luces se mezclan con el reflejo de su rostro. Me descubro observando el movimiento de sus manos sobre el volante, los dedos largos, la forma en que se relajan cada vez que exhala.

De pronto me doy cuenta de que me siento segura, demasiado. Y eso, en cierto modo, me asusta.

Cuando llegamos a mi casa, el cielo ya está oscuro por completo. Marcos se estaciona frente a mi edificio y apaga el motor, pero noto como la radio sigue encendida.

— Gracias por todo lo de hoy— le digo —La pasé muy bien.

— Yo también, mucho.

Nos quedamos unos segundos mirándonos.

— Entonces… ¿puedo decir que fue nuestra primera cita oficial?— pregunta con una sonrisa ladeada.

— Podes decirlo— respondo, riendo.

Él se inclina apenas hacia mi, y por un instante creo que va a besarme. Pero se detiene, como si esperara permiso.

En cambio, me da un beso suave en la mejilla, casi en la comisura de mis labios.

— Buenas noches, Sofía.

— Buenas noches, Marcos.

Cuando cierro la puerta del auto, todavía siento el perfume de Marcos mezclado con el aire tibio de la noche. Subo despacio las escaleras que llevan a la entrada del edificio, con una sonrisa que no puedo contener. Miro por encima del hombro una última vez: él sigue ahí, dentro del auto, observándome con una expresión de confusión, como si estuviera pensando en algo importante en su mente.

Agarro las llaves de la cartera, pero algo me hace detenerme. La radio del auto suena baja.

Reconozco el ritmo antes de las primeras palabras.
Oho, uho… me voy enamorando, oh, uho.

Me voy, me voy enamorando, oho, uho.

Me voy enamorando… oho, uho.

La canción se escapa por la ventanilla entreabierta y flota por el aire templado de primavera. Puedo ver como Marcos la escucha en silencio, con los dedos golpeando el volante al ritmo de la introducción de la canción. Su mirada se queda perdida mirando hacia el parabrisas por un instante, como si estuviera decidiendo algo que lleva todo el día evitando.

Entonces suspira, apaga el motor y abre la puerta con rapidez.

Y esta es mi forma de decirte hoy,

que donde tu me digas voy.”

— ¡Sofía!— me llama, su voz algo más ronca de lo habitual.

Lo miro sorprendida. Él camina hacia mí con paso firme, pero casi corriendo, decidido, la luz de la calle cayéndole en los ojos.

— ¿Qué? ¿Qué pasa?— pregunto, aunque la respuesta ya late dentro de mí.



#4704 en Novela romántica

En el texto hay: cafe, cafeteria, uruguay

Editado: 18.11.2025

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