El lunes llega más rápido de lo que me esperaba. Apenas escucho cuando suena la alarma, me doy vuelta en la cama con la sensación de que todo lo que recuerdo fue solo un sueño. Pero no, no lo fue. Con mis ojos entrecerrados tomo mi celular, solo para presenciar que el mensaje que me envió Marcos anoche todavía está en mi pantalla, veo ese corazón al lado de su nombre el cuál decidí poner la noche que entendí que algo fuerte entre nosotros estaba pasando, no puedo evitar que se me escape una sonrisa cada vez que veo.
El reflejo en el espejo me devuelve una versión de mí un poco más destruida que como estaba anoche, pero por dentro es lo contrario, por primera vez estoy feliz en mucho tiempo. Intento disimular mis pocas horas de sueño con corrector en mis ojera, delineador y rímel, pero hay cosas que ni el maquillaje puede esconder.
Después de un largo viaje en el ómnibus, al fin me bajo en la cuadra de la oficina, saludo a los de seguridad, porteros, gente de limpieza y cuando entro, el aire huele a café recién hecho y tinta en los papeles impresos. Camino entre escritorios con el paso algo más rápido de lo común, saludo a algunos compañeros. Cuando veo a Valentina, me lanza una sonrisa cómplice desde su lugar, pero antes de poder decir algo, lo veo a él.
Marcos está apoyado contra el marco de la puerta de su oficina, con una camisa blanca que no puede quedarle mejor, mangas arremangadas como esa noche, pone una sonrisa que parece tener vida propia.
— Buenos días, mesera linda— dice cuando me ve, apenas lo suficientemente alto como para que solo yo lo escuche.
Siento que las mejillas me arden.
— Buenos días, chico rubio de traje— respondo, intentando sonar profesional, aunque la sonrisa me traiciona.
— Qué formal— dice, acercándose unos pasos, poniendo sus manos en los bolsillos de su pantalón formal —Pensé que después de lo del sábado ya nos teníamos confianza.
— De hecho, todavía estoy evaluando si mereces ese privilegio.
Marcos ríe bajo, y ese simple gesto es suficiente para derretirme.
Durante el trayecto de la mañana, cada vez que paso por su oficina, aprovecha para lanzarme una indirecta nueva.
Cuando le llevo unos documentos:
— Qué rápido aprendes a traerme cosas... te salvaste de que el café ya lo tengo— dice, guiñándome uno de sus ojos.
En la reunión del mediodía, Clara, mi jefa en la cocina me pide estar allí, mientras todos discuten sobre presupuestos, siento su mirada fija en mí más de una vez. Y cuando alguien le pregunta algo, él contesta, pero sin despegar los ojos de los míos.
Todos los jefes de área y asistentes están convocados. En cuanto entro a la sala, siento el aire más tenso que de costumbre: carpetas abiertas, tazas de café, laptops y rostros serios.
Intento mantener la compostura mientras voy repartiendo tazas y botellas entre los ejecutivos. Pero cada vez que paso cerca de Marcos, siento su mirada siguiéndome.
— ¿Azúcar o edulcorante? —pregunto a nuestro gerente del área de publicidad.
— Azúcar, gracias.
Cuando llego a Marcos, apoyo la taza frente a él.
— ¿Y vos?— pregunto en voz baja.
Él me mira con esa media sonrisa que usa cuando quiere provocar y habla en susurro, para que nadie más que yo lo escuche.
— Azúcar... queda más dulce, igual que vos.
Casi se me cae la cucharita de las manos. Por suerte, logro mantener la cara seria, aunque sé que Valentina, quién está sentada al fondo, acaba de ver todo y seguro que se esta muriendo de la risa en silencio.
— Entendido, señor— respondo, marcando el "señor" con ironía, mientras ruedo los ojos.
Él no dice nada, pero sus pupilas brillar con diversión.
Durante el resto de la reunión, intento concentrarme en las planillas que tengo frente a mí, pero su voz cada vez que habla me hace levantar la mirada sin querer. Y cada vez que lo hago, me encuentro con la suya.
Hay algo distinto en cómo me observa. No es solo atracción: hay ternura, complicidad, una especie de código invisible que solo nosotros entendemos.
Cuando la reunión termina, los ejecutivos de otras empresas comienzan a irse, pero nosotros nos quedamos en la sala.
Camino alrededor de la mesa mientras levanto las tazas con los cafés ya terminados, Marcos sigue ahí sentado, cuando me ve no puede evitar molestarme.
— Me gusta verte así.
— ¿Así? ¿Así cómo?— pregunto, sin levantar la vista.
— Sonrojada, intentando fingir que no te gusta lo que te digo.
Lo miro un segundo y noto que intenta contener la risa, disimulando detrás de su laptop.
Sigo ordenando todo rápido, con el corazón latiéndome más fuerte de lo que debería.
Cuando al fin llega la hora del almuerzo, pienso que puedo tener un momento de paz y tranquilidad, lejos de la mirada profunda de Marcos, pero antes de que pueda hablar una sola palabra, Valentina me arrastra hasta una de las mesas del comedor.
Apenas nos sentamos, me mira con una sonrisa de esas que no anuncian nada bueno.
— Ok, habla ahora mismo— dice —Desde que te vi entrar más temprano noté como no podes disimular esa cara de "me pasó algo increíble y no sé cómo contarlo".
Yo intento fingir naturalidad, revolviendo mi ensalada con el tenedor.
— No pasó nada.
— Ajá. Y el "nada" tiene nombre y ojos verdes, ¿no?— insiste, levantando una ceja.
Suspiro —Está bien, pasó... algo.
Valentina apoya los codos en la mesa, expectante.
— El sábado tuvimos nuestra primera cita.
— ¡Lo sabía!— exclama en voz baja —Y entonces, ¿Qué pasó?
Muerdo el borde del vaso de plástico antes de contestar —Fue... perfecto, Valen. Fuimos a tomar un café, después charlamos y caminamos, escuchamos música en su auto... y cuando me dejó en casa...— mi voz se va apagando —me besó.
Los ojos de Valentina se agrandan —¡Noooo! ¡Por fin!— ríe, golpeando la mesa con las manos —¿Y? ¿Cómo estuvo?