Mi peor cliente

CAPÍTULO 15

El día avanza con una relativa calma. Valentina nota que estoy más callada que de costumbre y me lanza miradas curiosas, pero decide no preguntar todavía, yo mentalmente lo agradezco.

Clara me mandó al depósito para buscar cosas nuevas para la cocina, cuando paso la puerta de este con una caja llena de tazas limpias en mis manos, veo que el ascensor está a punto de cerrarse. Apuro los pasos con rapidez.

— ¡Paralo, paralo!— grito con desespero mientras estiro el brazo.

Una mano aparece desde adentro para detener la puerta antes que yo.

Reconozco esa mano.

Marcos.

— ¿A donde tan apurada, mesera linda?— dice, y su voz tiene esa calma que siempre me descoloca un poco.

Entro al asensor y él se hace a un costado, pero igual nos quedamos cerca. El ascensor es pequeño… o él es demasiado grande. O las dos cosas.

Intento acomodar la caja que casi mide más que yo, pero al hacerlo se me resbala un poco. Marcos estira la mano automáticamente para sostenerla conmigo y así ayudarme.

Sus dedos rozan los míos.
Un toque mínimo.
Pero suficiente para que se me erice la piel desde los pies hasta el cuello.

— Tranquila— dice él, suave.

— Estoy tranquila, chico rubio de traje— respondo nerviosa, pero sé que suena a mentira. Y él lo sabe también, porque sonríe apenas.

El ascensor empieza a subir y noto que él me está mirando. No de esa manera intensa que me deja muda, sino como si estuviera descubriendo algo nuevo en mi.

— ¿Segura que esta todo bien? Hoy… te ves distinta— dice.

Esta vez no me escondo. Lo miro de frente, un poquito más segura de mí misma.

— ¿Distinta bien… o distinta mal?— pregunto, haciendo un esfuerzo consciente por sonar natural. Tal vez hasta coqueta, aunque no me salga como quisiera.

Él levanta una ceja, sorprendido por mi tono.

— Distinta bien, muy bien— dice, sin dudar.

Sonrío apenas, más de lo que debería.

— Vos te ves…— hago una pausa, observándolo y tratando de buscar un halago que suene bien —… como si hubieras dormido poco.

Él suelta una risa suave.

— Quizás no podía porque estaba pensando en alguien— responde.

Mi corazón tropieza. Pero no me achico esta vez.

— “¿Alguien?”… qué misterioso— digo, mirándolo de reojo.

El ascensor hace un pequeño movimiento antes de detenerse, y Marcos aprovecha ese segundo para acercarse un poco más hacia mi. Su brazo roza mi hombro, un contacto leve, pero intencional.

Me quedo quieta, sintiendo el calor que emana de

La puerta se abre en el piso 6, pero ninguno de los dos sale enseguida del acsensor.

Él baja primero el brazo de la caja, aunque deja su mano cerca de la mía, como si me diera la opción de seguir agarrándola. No lo hago producto de mis nervios, pero tampoco me alejo.
— Sofía…— dice, mirándome con esa paciencia que me derrite —me estas obligando a aguantarme.

Le sostengo la mirada un segundo más largo de lo que debería.

— Entonces no lo hagas— le digo, apenas en un susurro.

Lo sorprendo. Lo noto en sus ojos cuando se abren de golpe.

No me da tiempo a procesarlo.

Cuando pestañeo lo veo pegado a mi cuerpo y antes de que pueda pensarlo demasiado, Marcos se inclina y sus labios rozan los míos. Sus manos suaves suben, agarrando delicadamente mis mejillas apenas con las yemas de sus dedos. Un gesto cuidado que me derrite enseguida. Es un beso decidido, pareciera que hace rato quería hacerlo. Yo por otro lado tardo unos segundos en reaccionar, estoy sorprendida, pero cuando respondo el beso, lo hago sin pensarlo. Mis dedos se aferran al borde del cuello de su camisa. Cuando se da cuenta de esto, él profundiza el beso apenas, buscando más de mí, como si no pudiera evitarlo.

Mi corazón late tan fuerte que siento que podría escucharse desde afuera. Pero entonces…

Escucho pasos afuera, cerca del ascensor en donde estábamos. Pasos leves. Distantes, pero suficientes para helarme el estómago.

Me separo de golpe, respirando entrecortado y tratando de agarrar aire como puedo.

— Marcos… para— murmuro, aunque mi voz no suena a rechazo, sino a miedo —Nos pueden ver.

Él me mira, todavía con la respiración agitada, como si quisiera volver a acercarse.

— Perdoname pero no iba a dejar que te fueras sin eso, te extrañaba— dice, bajito.

Desvío la mirada, tratando de recomponerme.

— No me pidas perdón, pero mejor me voy — hago una pausa — igual después nos vemos... ¿Si?— le susurro.

— Dale… después— repite él, para lanzarme su típica sonrisa suave, que me desarma otra vez.

Afirmo la caja contra mi pecho como si fuera un escudo y salgo del ascensor antes de que mi valentía se derrumbe, empiezo mi camino por el pasillo hacia la cocina, sintiendo sus ojos clavados en mi espalda, siguiéndome con atención.

Y por primera vez… me encanta saber que esta mirando. Aunque me alejé… no puedo evitar sonreír.

Horas después los empresarios van y vienen, piden cafés por lo cuál la máquina cafetera hace su ruido habitual, todo parece avanzar como cualquier otra tarde.

Hasta que, cerca de mi horario final, veo algo encima del mostrador que no estaba antes.

Un chocolate.

Una barra de chocolate envuelta con un pequeño papelito blanco con una frase escrita con lapicera negra en el:

Para que el día se te haga un poco más dulce como vos.”

Sin firma ni remitente, tomo el chocolate entre mis dedos y no puedo evitar sonreír. Es una sonrisa pequeña, involuntaria… pero real. Una que no me había salido desde hacía días.

Sé exactamente quién lo mandó. No hace falta el nombre ni firma. Marcos pasa caminando a varios metros de distancia, hablando por teléfono, pero se hace un momento para mirar hacia mi lado.



#5202 en Novela romántica

En el texto hay: cafe, cafeteria, uruguay

Editado: 04.12.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.