Mi peor cliente

CAPÍTULO 20

A lo lejos veo luces altas, edificios nuevos. Desde lejos se puede notar que es un barrio mucho más tranquilo y limpio que el mío. Me da esa sensación rara de estar entrando en un mundo al que nunca fui invitada, pero él me abre la puerta como si siempre hubiera sido mi lugar.

— Ya estamos llegando— me avisa.

Me acomodo en el asiento aunque siento que mi cuerpo se mueve con un segundo de retraso.

El auto se detiene frente a un edificio alto, moderno, con balcones de vidrio en cada departamento que hace que parezca sacado de la publicidad de una revista.

Marcos apaga el motor pero se queda quieto por unos segundos, mirándome. No serio. No tenso. Solo... atento.

— ¿Vamos?— dice suavemente.

Yo asiento y él me abre la puerta del auto, trato de no caerme al bajar pero el me sostiene por la cintura para que no tropiece en el cordón de la calle. Yo miro hacia arriba.

— ¿Vos vivís acá? —pregunto asombrada.

— Sí. Me mudé hace un año.

— Ay... el barrio este huele a gente con plata— susurro sin pensar.

Marcos ríe y niega con la cabeza.

— No tengo tanta. Pero... creo necesitaba mi propio espacio para estar solo.

Lo miro, sin comprender del todo lo que dijo, pero sabiendo que esas palabras llevan una historia detrás.

Una que voy a conocer... tal vez en un rato, si es que todo a mi alrededor deja de dar vueltas.

Caminamos hacia la puerta del edificio. Él acerca la tarjeta al sensor, se enciende una luz verde y las puertas se abren.

El hall es amplio, con un sillón gris, plantas grandes y una alfombra que absorbe mis pasos como si caminara sobre nubes.

Marcos me mira de reojo, como esperando alguna reacción.

Pero yo solo alcanzo a decir:

— Prometo... no vomitar en tu alfombra.

Cuando entramos al ascensor siento que el piso se mueve como gelatina. No sé si es el alcohol o si el ascensor siempre se siente así, pero me agarro del brazo de Marcos como si fuera un poste en medio de un tornado.

— ¿Estás bien?— pregunta, mirándome desde arriba, porque incluso en mi borrachera noto que es altísimo.

— Estoy...simplemente estoy— respondo, sin saber bien qué significa pero creyendo que suena convincente.

Él aprieta los labios para no reír. Cuando al fin las puertas del ascensor se abren, Marcos me guía por un pasillo largo con alfombra gris. Su departamento está al final, a la derecha. Abre la puerta, prende la luz, y me recibe un ambiente cálido, todos los muebles son blancos, simples pero lindos: hay una mesa de madera clara, una estantería con algunos libros perfectamente ordenados y una tele del tipo plasma grande frente al sillón del living.

Todo huele a limpio. A hogar. A Marcos.

— Vení— me dice suave —Te voy a llevar al baño antes de que te caigas en algún lado.

Siento como pone su mano en la zona de mi espalda baja y me guía por un pasillo pequeño.

El baño es amplio y blanco, con un espejo enorme y toallas perfectamente dobladas, como si fuera un hotel. Me apoya con cuidado contra el borde del lavamanos.

— ¿Podes bañarte sola?— pregunta, mirándome con esa mezcla de respeto y preocupación que tiene siempre conmigo.

— Sí— respondo —Estoy borracha, no inválida.

— Esta bien, al menos se que lo intenté— habla, aunque no parece convencido.

Abre uno de los cajones del mueble y saca un short deportivo azul oscuro, de esos básicos, cómodos, y una camiseta blanca que parece algo antigua con el escudo de Nacional bordado a un costado. La estira entre sus manos.

— Te presto esto. Te va a quedar grande, pero por el tipo de tela es lo más cómodo que tengo.

Agarro la camiseta con mis dedos un poco torpes.

— Sofía...— dice entre divertido y preocupado —Báñate tranquila. Yo voy a estar en la cocina, por si necesitas algo.

Cuando se va cierra la puerta despacio, dejándome sola con mi propio reflejo. Mi cara está roja, mis ojos brillan de las secuelas de la borrachera, pero al mismo tiempo es el momento que más liviana me e sentido en meses. Me saco la ropa con cuidado y el agua caliente que cae sobre mi espalda me devuelve un poco al mundo real. Siento cómo mi cabeza se despeja de a poco, como si el agua barriera el alcohol y dejara solo un cansancio dulce y agradable.

Cuando salgo de la ducha, envuelta en vapor, me pongo su ropa. El short me queda bien aunque la camiseta me llega casi hasta medio muslo, pero es tan suave que quiero abrazarme sola.

Y tiene olor a él, pienso en que seguro le pone su perfume a todas las prendas que tiene.

Abro la puerta y salgo en dirección hacia el living.

Marcos está sentado en el sillón frente a la tele, pero con el celular en la mano, apenas me ve se acomoda como si estuviera siendo sorprendido.

— Te queda bien la camiseta ¿Cómo te sentís ahora?— pregunta.

— Menos borracha— digo, y es verdad —Más como... cansada. Como si hubiera corrido una maratón de quince kilómetros sin parar.

Él asiente, tranquilo. Me hace un gesto para que me siente a su lado.

— ¿Tenes hambre? Te puedo cocinar algo rápido.

Niego con la cabeza.

— No quiero comida— murmuro, dejando que mi cuerpo se incline hacia atrás —Quiero... dejar de existir pero solo por un rato.

— A eso se le llama "dormir", Sofi— dice, sonriendo.

Asiento lentamente, como si el movimiento estuviera en cámara lenta.

En la tele está puesta mi película favorita, creo que alguna vez se la mencione pero el cansancio no me deja recordar. Las luces cambian desde el rosado hacia el azul por el cambio de vestido, de nuevo, de nuevo y de nuevo. Sintiéndome una niña de nuevo me hundo en el sillón, abrazo un almohadón y a mi lado Marcos se levanta.

— Voy a bañarme rápido. Si necesitas algo, gritame. Pero no muy fuerte, que tengo vecinos— bromea.

Yo muevo la mano en el aire como quien bendice a alguien, sin darle atención por estar concentrada mirando como Aurora conoce a Felipe –sin dudas mi escena favorita–.



#5202 en Novela romántica

En el texto hay: cafe, cafeteria, uruguay

Editado: 04.12.2025

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