Mi peor cliente

CAPÍTULO 22

La alarma suena a las seis y media, pero ya estaba despierta desde hacía rato.
No sé si fue la ansiedad, la costumbre o simplemente que desde aquella mañana que compartí con Marcos... dormir ya no se siente igual. O mejor dicho: dormir sola ya no se siente igual. Siento como si mi cuerpo estuviera esperando volver a repetir esa sensación de calidez que él provoca con solo respirarme cerca.

Como estaban ubicados sus brazos alrededor de mi cintura, la tibieza que sentía en mi espalda gracias a su pecho, como sus dedos trazaban círculos invisibles en mi piel mientras todavía estaba medio dormido...
Todo eso sigue rondando en mi cabeza como un recuerdo peligroso, uno que hace que me quede unos segundos más en la cama, apretando la almohada como si pudiera traerlo de vuelta a mi lado.

Pero me obligo a bajarme de la nube y levantarme de una vez por todas.

El piso de madera está frío, así que camino rápido hacia la cocina y me preparo el café mientras escucho el sonido del agua calentándose. Aun es muy temprano para que mamá se despierte, pero estuvo todo el Domingo preguntándome como pasé en mi cumpleaños. El aroma de las flores en la primavera empieza a llenar el aire, y por alguna razón me recuerda a él también. Las mañanas ya no son solo mañanas. Ahora tienen forma, color, peso. Un nombre.

Desayuno unas galletitas –que estaban algo duras por el paso del tiempo–, tomo un sorbo de mi café con leche pero me da un poco de disgusto cuando noto que ya se puso un poco tibio así que empiezo a arreglarme. Me miro en el espejo del baño.

— Dios...— murmuro.

Tengo más ojeras de las que esperaba, el pelo todavía con marcas de la almohada, y una sensación de "soy un desastre humano" que no me ayuda en nada en intentar pensar que no estoy tan mal como parece.

Me lavo la cara, me maquillo muy suave, me ato el pelo en una coleta alta y me pongo el uniforme limpio de la empresa. Antes de irme me observo unos segundos más. Pase toda mi vida creyendo que era suficiente, no deslumbrante, no increíble, solo suficiente. Nunca sentí que era impactante, ni sofisticada, ni mucho menos llamo la atención cuando entro a un lugar. Mi atractivo —si es que tengo uno— es más... silencioso. Marcos dice que soy hermosa recién levantada, pero eso es solo lo que dice él... él ve cosas en mí que nadie a visto nunca, o al menos nadie que no sea mi familia me lo a dicho.

Y eso me asusta, me asusta pensar que puede estar mintiendo, me asusta pensar que puedo estar creyendo algo falso.

Cuando me aseguro que mamá esta bien y que tendrá el desayuno listo pata cuando se levante, salgo de casa, cierro la puerta del departamento con cuidado y cuando al fin llego a la parada, logro tomar el ómnibus casi vacío –milagro de Dios–. Todo se siente sutilmente distinto hoy. Como si mi cuerpo supiera que en algún punto del día lo voy a ver a él.

Que va a acercarse, a hacerme reír, a buscarme con esa mirada que parece el mismísimo océano pacífico.

Cuando llego a la empresa, la entrada está tranquila. Las puertas automáticas se abren y el aire acondicionado me pega de lleno. Camino hacia el ascensor y me cuelgo la tarjeta en el bolsillo de la camisa. El sonido de mis pasos en la recepción es lo único que interrumpe la calma.

Hasta que escucho esa voz.

— Buenos días, mesera linda.

Mi cuerpo reacciona más rápido que yo.
Marcos está apoyado en una de las columnas cerca de las máquinas expendedoras, con los manos en los bolsillos del pantalón de vestir negro y una sonrisa que parece creada para tirar mi alma al piso.

Marcos por la mañana es... otra cosa.
Con su típica camisa blanca impoluta – la cuál cada vez que se la pone, no puedo evitar recordar como el café que yo llevaba terminó sobre ella–, las mangas arremangadas, el pelo un poquito desordenado como si se lo hubiera peinado con la mano segundos antes de que yo llegue, y esos ojos que parecen tener siempre la luz justa para mirarme de una forma que me hace olvidar que estoy en mi horario laboral.

— Hola...— digo, más suave de lo que quería.
Claro, mi voz decide apagarse cuando lo veo.

Él se acerca unos pasos.

— ¿Dormiste bien?— pregunta con esa sonrisa ladeada, que a este punto ya la considero ilegal.

Me mordisqueo un poco el borde del labio sin darme cuenta.

— Dormí... sí— trato de sonar neutral, pero él sabe que estoy nerviosa. Siempre lo sabe.

— Yo dormí bien también...— responde, inclinándose un poco hacia mí —Aunque me faltó algo.

Lo miro con los ojos entrecerrados.

— ¿Qué cosa?

— Tu respiración en mi cuello, por ejemplo.

Mi corazón decide detenerse ahí mismo.

— Marcos...— digo, en advertencia, porque si sigue así voy a derretirme en el piso, además estamos en el trabajo.

— ¿Qué? Si no dije nada grave— contesta él, muy

tranquilo, como si no acabara de hacerme temblar las rodillas.

Nos quedamos así, sonriendo como dos idiotas que se están mirando demasiado, cuando la puerta del ascensor se abre y él da un paso más cerca, casi como si fuera a decirme algo más.

Pero no llega a hacerlo.

Porque entra ella.

La primera impresión es un golpe visual.

Es alta. Altísima. Como de revista. Sus pisadas en el suelo resuenan fuerte gracias a sus tacones negros de aguja, su traje beige se ajusta perfectamente a su increíble cuerpo, el pelo rubio cobrizo esta recogido en una cola prolija, maquillaje impecable pero se ve natural. Ojos verde avellana o eso parecen ser. Lo único que sé es que brillan como si tuvieran luz propia.

Y sé que la gente la nota. Todos la quedan mirando cuando pasa. Literalmente, se apartan para dejarla caminar. No es solo belleza, es presencia. Elegancia. Algo inalcanzable.

No se quién es, no se a que viene, solo puedo limitarme a compararme y pensar en como vine vestida yo, siento que soy... un borrador hecho con un lápiz simple al lado de una ilustración hecha con una tinta profesional.



#5202 en Novela romántica

En el texto hay: cafe, cafeteria, uruguay

Editado: 04.12.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.