Mi peor cliente

RECUERDO 3

El viento frío del Parque Rodó corría entre los árboles con un silbido suave, moviendo las hojas secas como si fueran pequeños barcos en un lago de cemento. Era 4 de junio de 2023, un domingo gris, y Sofía caminaba rápido hacia la pequeña cafetería donde comenzaba su primer turno oficial. Llevaba las manos metidas en los bolsillos del abrigo y respiraba hondo, intentando calmar el temblor que no sabía si era por el clima o por los nervios.

La cafetería era cálida desde afuera: ventanales empañados, el olor a café filtrándose hacia la vereda, un par de estudiantes dentro y música suave que apenas se oía desde la puerta. Al entrar, Sofía sintió que el cuerpo se le aflojaba un poco.

— Buen día— saludó tímida al encargado, un hombre de bigote fino sobre su labio superior y con una expresión de "no tengo tiempo", Sofía luego se entero de que su nombre era Martín.

Él apenas levantó la mano como gesto de aprobación y le indicó dónde dejar sus cosas. Sofía asintió y fue directa al pequeño vestuario, donde se quitó el abrigo y se puso el delantal beige con manchas viejas que ya no se podían sacar ni con magia.

Respiró hondo.

Vos podes. Es solo un trabajo. No lo vas a arruinar.

Pero, como siempre, la vida le tenía otros planes.

Apenas salió a atender, un grupo de turistas entró de golpe, empapados por la llovizna fina del invierno que acababa de comenzar afuera.

Le hablaron rápido, mezclando español y portugués, moviendo manos, riéndose fuerte. Sofía intentó seguirles el ritmo, tomar el pedido completo mientras sonreía.

— ¿Disculpé de que tipo? No le entendí, perdóneme— les preguntó, escribiendo sus pedidos en su pequeña libreta.

Pero lo que vino después no fue un "sí" ni un "no". Fue un comentario seco, irritado:

Mirá, nena, ¿Podes escuchar bien? Te pedimos cuatro capuchinos. Si vas a trabajar de mesera, mínimo aprende a hacer tu trabajo.

La voz del hombre rebotó en el local como un golpe de puerta. Sofía sintió su cara arder. Miró su anotación: tenía razón, se había equivocado. Apenas estaba comenzando y ya había fallado.

— Perdón, ya lo arreglo— dijo en voz baja.

La mujer que acompañaba al turista bufó, cruzando los brazos con dramatismo.

— Es increíble, no sabe ni tomar un pedido— murmuró, sin molestarse en disimular.

Sofía apretó los labios, tragando la humillación. Sus manos temblaban cuando fue a preparar el segundo capuchino. No llores, Sofía. No llores delante de ellos, ya sos grande para llorar.

El encargado, como siempre, no vio nada.

Pero alguien sí.

Un chico de pelo negro y ojos verdes estaba limpiando una de las mesas ubicadas contra la ventana que daba a la calle.

Él y Sofía no habían compartido ni una palabra nunca.

Pero en cuanto escuchó el tono agresivo del cliente, levantó la mirada hacia su dirección.

Y cuando vio la expresión de Sofía —el rubor incómodo, los dedos tensos, la respiración contenida— su gesto cambió por completo.

Dejó el repasador con el que estaba limpiando en la mesa y caminó directo hacia el mostrador.

— Disculpe— le dijo al turista con una calma tan controlada que era casi peligrosa —¿Te parece hablarle así a una chica que esta trabajando solo por un café?

El turista lo miró sorprendido, como si no esperara intervención alguna.

— No es asunto tuyo— respondió con fastidio.

Diego apoyó una mano en la barra, sin apartar la vista del hombre.

— Lo hago asunto mío cuando veo que alguien se comporta como un cabrón, además es mi compañera de trabajo— le dijo, sin levantar la voz, pero con una firmeza que cortó el aire en dos —Tal vez se equivocó pero como podría hacerlo cualquier persona. Pero se pude solucionar. No es necesario tratarla como basura.

La esposa abrió grande los ojos.

El turista se puso rojo.

— ¿Y vos quién sos?

— Alguien que no se queda mirando cuando otro se cree con derecho a humillar— respondió Diego.

Sofía sintió una punzada en el pecho. Una mezcla rara de vergüenza, sorpresa y... alivio.

Martín recién en ese momento se dignó a levantar la cabeza y, al ver la tensión, se acercó. Terminó mediando torpemente, los turistas recibieron su pedido y se fueron sin agradecer ni dejar propina.

Cuando la puerta se cerró bruscamente detrás de ellos, un silencio incómodo quedó flotando en el aire.

Sofía bajó la mirada, sin saber qué decir. Sentía la garganta cerrada y la vergüenza todavía ardiendo bajo la piel.

Diego le ofreció una servilleta.

— Toma— dijo —Por si vas a llorar. Aunque no deberías.

Ella quiso sonreír, pero no pudo. Se secó las manos aunque no estuvieran mojadas.

— Gracias...— susurró.

— No tenes que agradecerme por decir lo obvio— respondió él—Hay gente que se cree con derecho a tratar mal cuando piensa que no va a haber consecuencias.

Hubo un silencio. Pero uno cómodo.

Diego la observó un instante más, como asegurándose de que realmente estaba bien.

— Soy Diego— dijo entonces, extendiendo la mano —Vos sos la nueva, ¿No?

— Si, soy Sofía— respondió ella, agarrándole la mano, un apretón torpe y rápido —Hoy es mi primer día.

— Bueno, Sofía— sonrió él —Si este fue el primer día, te puedo prometer que todos los demás van a ser mejores que este desastre.

Ella soltó una risa chiquita, pero real.

— Eso espero, supongo.

Por primera vez en todo el día, se sintió acompañada.

Y aunque ninguno de los dos lo sabía todavía, esa pequeña escena sería el comienzo de una amistad que sobreviviría a años, risas, peleas, mudanzas, y que, de alguna forma, terminaría llevándola al lugar donde estaba hoy.



#5202 en Novela romántica

En el texto hay: cafe, cafeteria, uruguay

Editado: 04.12.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.