La casa está silenciosa.
Demasiado silenciosa.
Es uno de esos silencios que no descansan, que te recuerdan que algo falta, que algo se rompió dentro tuyo aunque todavía no se vea desde afuera.
Mamá está durmiendo en el sillón porque anoche se rompió el ascensor del edificio y tuvimos que subir las escaleras, traté de que alguien la llevara en sus brazos hasta nuestro piso pero nadie aceptó así que yo la ayudéa subir. Cuando llegamos a casa estaba mucho más exausta que yo, le costaba respirar y no se podía dormir por eso.
Yo me quedé despierta casi toda la madrugada escuchándola respirar, cada tanto controlando que no se agitara, que no volviera a toser como cuando llegó.
Me levanto despacio, con los pies fríos contra el piso. El reloj marca las 10:17. Dormí bastante, pero siento como si un camión me hubiera pasado por encima.
Voy directo a la cocina, pongo la jarra eléctrica y apoyo las manos sobre la mesada intentando contener las lágrimas que quiero sacar desde hace días, pero no puedo hacerlo hoy. No quiero llorar delante de ella otra vez.
— Sofi...— su voz baja me arrastra lejos de mis pensamientos.
Mamá está despierta, sentada en el sillón, con las manos en el regazo. Su voz suena cansada, fina.
— ¿Querés té?— le pregunto.
— Si, gracias— sonríe débil, pero sus ojos me observan fijamente —¿Dormiste?
— Lo suficiente— miento, colocando las tazas ya servidas sobre la mesa del living.
Me acerco para ayudarla a sentarse mejor. Sus manos están tibias, pero temblorosas.
— Estás muy callada últimamente, Sofi.
— Estoy cansada, nada más.
Ella no responde. Solo me acaricia la mano con el pulgar, como si supiera lo que siento y no me quisiera presionar.
Mientras preparo su té con miel y un chorrito de limón, mi teléfono vibra en la mesa.
Valentina.
Respiro hondo antes de contestar.
— ¿Hola?
— ¡Por fin boluda!— exclama —Pensé que ya había entrado en coma o algo parecido.
Me río bajito.
— Buenos días para vos también vale.
— Acá no hay días buenos— bufa —Estoy harta de esta oficina ¿Entendés que ayer Pilar entró y le llevó un café a Marcos? ¡A Marcos! No se quién se cree que es o si es que te quiere remplazar. Yo casi le doy vuelta el tacho de basura en la cabeza teñida esa que tiene.
— Valen... ya te dije la otra vez que no quiero hablar de ella.
— No, tranquila, yo tampoco quiero hablar de ella. Pero ayer Marcos me preguntó por vos otra vez.
Mi corazón aprieta fuerte —Valen...
— Ya sé, ya sé, andan complicados— suaviza el tono —Pero me pidió que te diga que si hoy podías ir a la oficina, anda triste estos días amiga. Se le re nota, no presta atención a las reuniones, no hace las cosas que le piden, tiene la cabeza en cualquier lado.
Me quedo callada por unos segundos, pensando en verlo así y me siento mal por él.
— Valen, no puedo ir, tengo unos temas en casa— susurro.
— Bueno, está bien. ¿Y mañana?
Cierro los ojos.
— Capaz falto varios días más. Mamá últimamente está más complicada... y además, ya de paso me viene bien para no cruzarme con Pilar.
Valentina suspira.
— Está bien. Yo le aviso a Clara de eso. Pero avísame si pasa algo, te quiero amiga.
— Si, gracias... y yo también te quiero— respondo débil.
Cuando corto la llamada, mamá me mira desde el sillón.
— Ese chico te quiere mucho— dice tranquila.
— Mamá...
— Y vos también— agrega.
No respondo. Ni quiero intentarlo, tiene razón por más que no me guste admitirlo.
Salgo un rato después a comprar cosas para las comidas. El aire del afuera en la mañana me pega en la cara como si quisiera despertarme a la fuerza. Camino hasta el supermercado con las manos en los bolsillos y la cabeza en cualquier lado menos acá.
Pienso en el almuerzo de hace unos días.
En Marcos sentado junto a mí.
En cómo mamá lo miraba como si fuera su yerno soñado.
En cómo él me miraba como si quisiera decir tanto sin decir nada.
Y el beso, después de tanto.
Ese beso quieto, suave, que todavía siento en la piel. Toco mis labios sin querer. Desde que conocí a Marcos cambió algo en mi, me hizo sentir algo que jamás había sentido antes; la mezcla de emociones que puede tener una sola persona.
A veces lo odio. Lo quiero. Lo extraño. Le temo.
Soy el desastre personificado.
Compro cosas básicas y baratas para sobrevivir los próximos días hasta que vuelva a trabajar; Fideos, Hamburguesas, Puré de papas, Leche, y unas manzanas, las cuáles mamá odia pero le hacen bien a la respiración y al corazón. Camino de regreso al edificio pero al parecer el cartel de "fuera de servicio" sigue pegado intacto en las puertas del ascensor así que subo rápido las escaleras. Cuando llego a la puerta del departamento, apoyo las bolsas en la mesa del living y me dejo caer en el sillón junto a mamá, quién sigue allí.
— Debería limpiar un poco la cocina, así luego preparo el almuerzo.
Ella me toca la mano.
— Sofía... deberías descansar un poco.
— Después— respondo.
Y justo entonces golpean la puerta. Mamá me mira con una ceja levantada.
— ¿Esperas a alguien a esta hora?
— No.
Cuando me levanto y abro, pierdo el aire por completo.
Marcos.
Parado en el mismo pasillo de hace unos días. Con las manos ocupadas por una bolsa enorme al parecer llena de cosas y en la otra... Unas flores, un ramo de flores preciosas.
Mi mente tarda dos segundos en reaccionar.
— Buen día— dice él bajito —No sabía si ibas a estar despierta.
No puedo ni hablar.
Solo puedo observarlo: está algo despeinado, ojeroso, sin traje esta vez. Un jean, un buzo gris. Se ve más humano así, más real.
— Buenos días— digo, apenas pudiendo hablar.
— Esto es para vos — con la cara algo colorada, Marcos me extiende el ramo de flores para que yo lo agarre.