Melissa
—¡Hola, mami! —Saludo en medio de sollozos a la mujer que me dio la vida, sintiendo una enorme necesidad de que su voz me dé un poco de consuelo para no derrumbarme.
—Mi niña, mi princesa hermosa. No llores, mi amor.
—¡Mami! Lo siento, les fallé. Lo siento tanto. Yo…
—No digas eso, mi niña. Tú y tu hermano son nuestro tesoro, y nunca, pase lo que pase, dejaran de serlo.
—Mami, gastaron mucho dinero en mi universidad y yo no supe valorarlo, lo siento, me dejé llevar por… —freno mis palabras con mucha tristeza, porque no sé cómo decirle a mi madre nada de esto que estoy viviendo. Mis padres han hecho un esfuerzo muy grande para pagar mis estudios, con la esperanza de que saliéramos adelante, y me acongoja mucho el corazón decirles que fracasé.
—Escúchame, Melli.
—Madre, pero es qué.
—Que me escuches, nena. Sé que estás sensible mi amor, pero tienes que saber que estoy contigo, que te apoyaré siempre, vayas a donde vayas mi amor, siempre estarás en mis oraciones.
—¿Por qué dices eso, mamá? Ahora más que nunca necesito estar en casa, los necesito mucho a mi lado porque siento que sola no podré. Yo estoy…
—No, mi niña, no puedes regresar a casa. No puedes.
—Tengo que hacerlo mamá, no me puedo quedar más tiempo acá, estoy en problemas. No sé como decirlo, yo…
—Lo sé y necesito que me escuches. Sé que espera un bebé y puedo entender lo asustada que estás, no es para menos, mi niña. Ese hombre estuvo aquí en la casa hace unas horas, está loco, lleno de coraje porque te le escapaste y temo por ti, mi Meli.
—¿Qué? ¿Les hizo daño? ¿Cómo este papá? —inquiero preocupada.
—Estamos bien. Afortunadamente, tu papá no había llegado del trabajo y sabes como soy, me gano el coraje y lo saqué con mi escopeta, sabes que sé defenderme. Pero temo por ti y por tu hijo mi amor, él juró que no descansará hasta encontrarte a ti y a tu bebé.
—No tengo a donde ir mami, no sé qué hacer, tengo miedo mamá, los necesito mucho. —confieso lo aterrada que estoy.
—No permitas que el miedo te nuble, mi cielo. Recuerdas cuando tú y tu hermano jugaban a las escondidas por horas y horas. Sonreías y te divertías tanto porque Johann, no te podía encontrar, él se enojaba y decía que eras tramposa y tú muy divertida por sus rabietas, alegabas que eras la mejor en ese juego, ¿Lo recuerdas mi pequeña?
—Sí. Lo recuerdo, Johann no aceptaba perder. —confirmo, llenando un poco mi mente de ese ayer tan bonito que viví en mi hogar junto con los seres que tanto amo.
—Empieza a jugar, mi niña, tú eres la mejor y nadie te puede superar cuando te lo propones. Confía en ti y en los que te amamos, busca en tu corazón y en tu memoria, solo ahí encontraras el mejor lugar para esconderte, cuando encuentres ese sitio que te haga sentir segura, lo sabrás porque podrás sonreír sin temor. Ve mi reina, empieza el juego, concéntrate en cada parida y ten por seguro que serás vencedora. —Me anima no solo por los lindos recuerdos que trae a colación, sino también porque logra que mi corazón se fortalezca.
—Te amo mamá, dile a papá y a Johann, que también lo adoro y que los llevo conmigo, ustedes son mi fuerza mamá. Gracias.
—Y tú eres nuestro orgullo princesa, porque saber que nuestra pequeña se enfrentó a ese monstruo por defender a su hijo, nos demuestra que hicimos bien nuestro papel y criamos a un ser humano maravilloso. Te amamos mucho, hija. Por favor cuídate porque te queremos de regreso en casa sana y salva. Vas a regresar con nosotros, yo sé que sí.
—Lo haré mamá, les juro que algún día regresaré para que conozcan a su nieto. Se los prometo mami, este es solo un pequeño tropiezo que me separa de ustedes, pero estoy segura, que volveré por ese abrazo que tanto necesito ahora. —Me despido sin poder evitar algunas lágrimas porque en realidad anhelada mucho poder estar con mis padres en este momento tan difícil.
—Yo estoy segura de que así será, mi niña. Este siempre será tu hogar y los esperaremos con los brazos abiertos.
—Es lindo escuchar eso mamá, los amo. Por favor, cuídense ustedes también. Ahora, debo irme, cuando pueda estaré en contacto. —Es lo último que le digo antes de colgar la llamada desde el teléfono público, salgo de la cabina y miro hacia todos lados de esta gran plaza, sin que en mi mente dejen de deambular las palabras de mí madres, tratando de procesar su mensaje al tiempo que busco una alternativa de, a donde poder refugiarme con mi hijo.
«¡Dios, ayúdame y guíame, por favor!» —ruego mentalmente, mientras mi mente escarbas recuerdos tras recuerdos, en los cuales aparece la imagen del único lugar donde se me ocurre puedo ir, para sentirme segura.