Lucían
—Anda ya James, deja de darme lata, ¿sí? Mejor, ocúpate de tu vida, y a mí déjame en paz. —Le exijo con algo de molestia a mi hermano mayor, quien está desde temprano en mi departamento, junto con Mara, regañándome por mi desordenada vida de alcohólico nocturno.
—Si no quieres que te joda, entonces compórtate como un hombre maduro. Mamá está preocupada porque un día de estos puedes tener un accidente por manejar borracho. —Me reclama.
—No me va a pasar nada, ¿vale? Ahora, lárgate de mi casa que no tengo tiempo para tus regaños innecesarios. —Le pido con simpleza, terminando de colocarme mi playera, recojo mi móvil e intento marcharme de mi propio departamento para huir del sermón que lógicamente no terminará en muchos días.
—¡Eso, muy bien! ¡Huye como un cobarde! ¡Lárgate y sigue destruyéndote como si la vida no te importara! ¡No sé qué carajos, pasa contigo, Lucían! ¡Pero, sea lo que sea, debes frenarlo! —me grita desde donde está sentado en mi sala de estar.
Lo ignoro, desviando mis pasos a la cocina en busca de un vaso con agua, «muero de sed» tengo la garganta seca desde hace dos días, por la bendita borrachera que me pegué. Tome tanto licor que no sé ni como rayos llegué hasta aquí.
Mi intención de abrir la nevera queda a medias, cuando un susurro lleno de angustia por parte de Mara, llama mi atención. Está escondida en la zona de lavado hablando por teléfono. Me preocupa pensar que tenga algún problema, por lo que con cuidado de no ser descubierto, me acerco donde está lo más que puedo.
—Cálmate, mi Meli. ¡No te me angusties! —Pide con mucha inquietud.
Saber con quién habla, y escuchar cada palabra de consuelo que intenta darle, me acelera el pecho. Saberla en problemas, aterrada y sin poder huir de su pueblo, porque incluso su vida peligra, me parece absurdo, porque yo la hacía muy feliz al lado de la porquería, que evidentemente es quien la persigue, entender eso, me llena de tanto enojo, que hago mis manos puño al tiempo que mi mandíbula se tensa, apretando con fuerza mis dientes. Escucho a mi amiga, prácticamente llorar de la angustia cuando menciona que el peligro no solo está corriendo Melissa, sino también, ¿su bebé? —Eso último, me deja desconcertando.
—Ve a un hotel, mi Meli, te transfiero enseguida para que pagues y estés tranquila esta noche, mientras, déjame pensar como voy por ti. Te prometo que todo va a estar bien, nada les va a pasar. Solo, vete a un hotel y no salgas hasta que yo encuentre una solución. ¿Ok?
Es lo último que alcanzo a escuchar, antes de salir corriendo como un loco de la cocina, y sin analizar si es prudente lo que estoy pensando hacer, salgo de mi casa, con mi mente sometida con la voz de angustia de Mara, prometiéndole a su amiga que todo va a estar bien, que le dé tiempo para ella encontrar una solución e ir por ella. La palabra bebé, me tiene el corazón a mil, y saberlos a ambos en riesgos, me impulsa sin meditar mucho a subir a mi auto y a toda velocidad arrancar mi camino.
Me tomo las vías percibiendo un desenfreno que lleva descontrolado mi pecho, mientras hago las llamadas correspondientes y muy necesarias, para gestionar mi próximo y repentino viaje. El hombre que está del otro lado de la línea me avisa que mi vuelo privado rumbo a Ámsterdam está listo, que solo es cuestión de que llegue para partir.
No sé cuánto tiempo pasó, solo sé que me pareció eterno, hasta que por fin llego al lugar donde esperan por mí. El piloto y el copiloto del avión están en posición, subo a toda prisa, el aparato alza vuelo y cuando ya estoy en el aire, le envío un mensaje a Mara para avisarle que voy por Melissa.
Siento un desasosiego que me tiene mal, el desespero es tanto que no dejo de escribirle a Mara, para pedirle que esté en contacto con Melissa y me confirme que está bien.
El vuelo más largo de toda mi existencia por fin llega a su fin después de casi 9 horas interminables en el aire. El avión aterriza en el Aeropuerto Internacional de Ámsterdam en una pista privada. Bajo del aparato y sin perder tiempo, a grandes zancadas guio mis pies hacia el vehículo que ya espera por mí, para empezar el trayecto que falta hacia Giethoorn.
Entro a la parte trasera del coche, doy la orden al conductor que arranque y que, por favor, trate de ser lo más rápido que pueda, que es una emergencia.
El señor asiente, iniciando el recorrido, confirmando que son aproximadamente hora y media de camino para llegar a donde voy.
Su cometario me hace tragar seco, porque, esa información la sé de sobra, perdí la cuenta de cuantas veces viaje a ese pueblo, junto con la que un día fue mi novia, solo por verla sonreír, por estar en su tierra natal.
Transcurre más de una hora que en mi mente se convirtió como en un siglo del desespero por llegar que llevo. Confirmo con Mara la dirección del hotel, le digo que le avise a Melissa que esté preparada, pero que no le diga que soy yo quien va por ella. «No quiero que se inquiete más de lo que está».