Melissa
Tengo los nervios disparados y por más que intento no lo puedo evitar. Son más de las 2:00 de la madrugada, y he pasado la noche más larga de toda mi vida sin poder cerrar los ojos ni un solo segundo, por el temor de que en cualquier momento la puerta de esta habitación de hotel sea abierta, Federico me sorprenda desprevenida y no pueda defenderme.
Leo una y otra vez el mensaje de mi amiga dónde me confirma que ya vienen por mí, que me mantenga en calma las horas que necesitan para llegar hasta aquí.
Una hora más que avanza y sigo sentada en la cama, el cansancio y el sueño intentan doblegarme, me arden los ojos y se me cierran solos al tiempo que mi cabeza se balancea hacia los lados. No sé en qué momento el grado de conciencia lo perdí, no sé si fueron horas o un solo minuto, cuando mis ojos no soportaron este castigo al que los tengo sometidos de no dejarlos dormir, y sin poderlos detener se sellaron, sin embargo, los nervios son tantos que mi subconsciente vuelve a ponerme alerta generando un movimiento brusco que sacude mi cabeza y me hace saltar el corazón.
«No te puedes quedar dormida, Melissa, no puedes, resiste un poco, por favor» —Mi voz de súplica, le dice a mi yo agotado, que debo ser más fuerte.
—Falta poco, mi Meli, ten calma.
Recibo un nuevo mensaje de Mara, que me hace soltar suspiro de alivio. Vuelvo a anclar mi mirada en la puerta, expectante y vigilante de que quien juró hacerle daño a mi hijo, no me tome por sorpresa.
«Pronto nos vamos de aquí, para un lugar seguro, mi amor. Un lugar donde los dos vamos a estar tranquilos. Te prometo que lo lograremos, vas a nacer, te voy a ver crecer y amaré cada día de mi vida, la decisión que tomé de traerte a este mundo, para que seas mi más valioso tesoro. —A pesar de mis miedos, hablo en calma y con mucha seguridad con mi hijo, porque no quiero que nada de lo que estoy viviendo me lo afecte».
Me levanto de la cama cuando la sensación de angustia crece al ver el tiempo avanzar, las manecillas del reloj siguen su curso, llegan las casi 5:00 AM y yo estoy caminando de un lado para otro prohibiéndole a mi cuerpo desfallecer.
—Meli, prepárate que quien va por ti, me confirma que está a punto de llegar al hotel, por favor, te pido que te lo tomes con calma.
La pantalla de mi móvil se ilumina una vez más, con un confuso mensaje por parte de mi amiga.
—¿Por qué dices eso? ¿Quién viene por mí? Pensé qué venias tú. —inquiero inquieta.
—No, nena, no tuve oportunidad, cuando quise buscar una solución para ir por ti, él ya me llevaba mucha ventaja. Me avisó cuando ya iba en camino rumbo a tu pueblo.
—No te estoy entendiendo nada, Mara. ¿A quién te refieres? ¿Quién es él.? —vuelvo a preguntar, veo en mi móvil la notificación de que mi amiga está escribiendo, enfoco mis ojos en la pantalla esperando su respuesta, pero…
El teléfono interno que tengo en la habitación me sobresalta cuando empieza a timbrar sin parar. El corazón se me quiere salir del pecho, del temor que se dispara con más fuerza dentro de mí. Dejo a un lado la conversación que tenía con mi amiga y con manos temblorosas contesto el teléfono que sigue repicando en la mesita de noche. Levanto la bocina, contesto con un simple “Alo” y…
La voz alarmada de quien me habla desde recepción, avisándome que unos hombres muy raros vienen rumbo a mi habitación, se siente como un golpe seco directo en mi tórax que me corta la respiración. Mi voz se apaga a la hora de dar las gracias, suelto el teléfono, agarro mi morral y a toda prisa, corro hacia la puerta de salida, salgo al pasillo, miro en dirección hacia el ascensor cuando escucho el pitido de llegada y no espero a que salgan quienes ya sé que vienen dentro. Pienso rápido y con una angustia que me hace soltar lágrimas de inmediato por verme al borde del abismo, corro en dirección contraria, buscando las escaleras de emergencia.
—¡Melissa! ¡Abre la puerta! Y ¡deja de escapar, que no vas a lograr impedir que lo inevitable pase!
A lo lejos escucho los gritos y los golpes fuertes que impactan contra la puerta de la habitación que me refugio toda la noche.
Y esa voz del ser perverso que insiste en convertirse en mi cazador, me hiela la sangre y me perturba tanto que sin remedio, mi llanto se intensifica a medida que corro sin detenerme. Encuentro las escaleras, sin demoras, inicio el descenso de cada peldaño, escuchando el trote acelerado de los que me persiguen aproximarse, al darse cuenta de que me di a la fuga.
«¡Ayúdame, Dios! No quiero perder a mi bebé, te lo ruego, por favor, no nos abandones» —recito mi súplica en voz alta, en medio de mi llanto, mientras mis manos se sostienen de los barandales de hierro y mis pies a paso firme van bajando los escalones.