Cuando los humanos comenzaron a habitar el planeta, después de Adán y Eva, un ser superior envió a sus ángeles a proteger a todo ser humano que habitaban en ella.
Ellos son leales, buscan la paz y aquel ser les concedió la capacitad de tener emociones para que comprendieran a su humano, nadie infringía las dos únicas leyes que tenían. Siempre hacer lo correcto y jamás dejarse ver.
Por siglos, los ángeles eran enviados al mundo, cuando el humano que protegían moría, subían de regreso al cielo a la espera de ser asignados a un nuevo humano a quien cuidar.
Uno de ellos se llamaba Kale. Era un ángel como cualquier otro, sus rasgos perfectos al igual que los demás, su cabello era castaño, con unos perfectos ojos azules, tenía unas grandes alas en su espalda de color blanco y él en este momento acababa de subir al cielo a la espera de su nuevo humano.
–¡Kale!
Lo llamo Eliot, él era un ángel guardián, pero era superior, tenía autoridad sobre todos y asignaba los ángeles a nuevos humanos, su piel era morena, con ojos cafés y cabello negro como la noche, era un poco más alto que Kale y era un poco engreído por su autoridad.
–¡Si, señor! –respondió Kale, siempre le seguía el juego en cuestión de superioridad, sabía que él no debería creerse de esa manera y le divertía un poco.
Se acercó a Eliot y sonrió.
–Basado en que tú humano –Eliot busco entre unos pequeños papeles que tenía en frente–...Rick, murió, te es asignado a una chica.
Kale asintió.
Había ya sido ángel de muchas mujeres aunque a veces era un trabajo más pesado, ellas iban de allá para acá.
–Su nombre es Maddy.
Kale asintió de nuevo.
–Ella nacerá... en unos minutos a sí que puedes bajar ahora mismo.
– ¿Así, sin más? –Preguntó Kale divertido. –Ni un ¿buena suerte o algo?
–Sí, así sin más –respondió Eliot poco divertido.
Kale sonrió y se coloco ambos dedos en la frente para despedirse y descendió a la tierra una vez más.