Mi pequeño secreto

CAPÍTULO 7

Aina

Salgo del ascensor saludando a la asistente del pasillo dándole una sonrisa, acomodo bien mi abrigo, porque si hoy, el clima amaneció como un temperamento de hielo. Me adentro en mi oficina dejando mi cartera en la silla giratoria y me acomodo prendiendo la computadora.

Hoy no hay mucho trabajo por hacer, ya que anoche he terminado con una parte del trabajo y hoy solo toca darles algunos retoques y por últimos exponerlo delante del departamento de Ciberseguridad para que den sus puntos de vista. Muy aparte de ser yo la persona de redactar, planificar, y diseñar, me gusta tener las opiniones de las personas para quien trabajo y anotar algunos cambios que quieran darles. No tengo ningún impedimento de que den su punto de opinión, al contrario, me siento satisfecha por el trabajo que he dado y hecho, adoptando opiniones de otras personas.

Paso mi tiempo encerrada en la oficina sin salir. Me gusta que cuando hago algún trabajo, necesito concentración y no dejo de trabajar hasta que una vez se termine. Siempre tuve la manía de terminar en una sola y no dejarlo para después.

El toque de la puerta me hace salir de la concentración en que me he sumido y veo como la cabeza de Cristian se asoma entre medio de la puerta dándome una sonrisa y antes de entrar, Iana entra casi corriendo hacia mí. Rápidamente, salgo de la silla y me pongo de cuclillas correspondiendo su abrazo.

—Mami, te extrañé mucho.

—Yo también te extrañé mucho mi vida.

—Claro, hagan como que no estoy aquí. —levanto mi mirada enarcándole una ceja a Cristian—¿Qué?

—A veces me pregunto si somos hermanos.

—Ya quisieras deshacerte de mí.

—Mami, tío Cristian, me trajo hasta aquí para verte.

Vuelvo a mirar a Cristian. Y este encoge el hombro.

—Si tienes miedo a que la vea, no te preocupes que se fue a un viaje de negocio. Y no creo que vuelta hasta después de una semana.

La miro asombrada, ya que no sabía que Axel viajo. Asiento dándole nuevamente mi atención a Iana que está sentada en la silla dándose vueltas.

—Amor, te vas a marear.

—Es divertido.

Niego posando mi mirada a mi hermano, quien me observa acusatoriamente.

—Traje para que comamos juntos —alza las bolsas que traía en manos, Y yo ni cuenta me había dado —. Me dijeron que no saliste toda la mañana.

—Tenía que terminar este proyecto.

—Nunca cambias. —le da unas donas a Iana, quien recibe gustosa. Me manda un beso volado a mí y a Cristian sonreímos a su acción.

—Cris, yo sé que te dije que le iba a contar a Axel. Pero no encontré el tiempo. Tampoco nos vemos mucho.

Suelta un suspiro dándome un vaso de café cargado. Se voltea a verme pasando mi cabello tras de mi oreja.

—Sabes que no te voy a regañar y mucho menos juzgar. Tú sabes lo que haces.

—Yo sé, pero…

—¿A qué le tienes miedo?

—Solo quiero encontrar el momento indicado.

—Solo no olvides que Iana no merece que le sigas mintiendo —veo a Iana quien come plácidamente su dona. Y ni siguiera nos presta la minina atención —No juegues con su felicidad.

—No lo haré.

Me da una sonrisa reconfortadora y me ofrece una dona glaseada por encima. Lo tomo llevándome a la boca dándole una mordida, sintiendo ese sabor dulce de natilla por el relleno.

—Para que mates el hambre, hasta que llegues al departamento y comamos una comida decente.

—Para mí esto —alzo la dona a su dirección —Es decente.

—Mejor que tus tallarines, sí.

—¡Me dijiste que mis tallarines son ricos!

—Tampoco se trata de mentir para convivir.

Lo miro entrecerrando los ojos. Bastardo. Me dijo que mis tallarines eran mejores de lo que comía en los restaurantes.

Te mintió querida.

—Si no, pregúntale a Iana. —le mira —Cierto Iana.

Iana me observa succionando su labio inferior. Ese gesto siempre lo hace para no responder. Y vale que entendí.

—Es que mami. —se para posándose a mi lado poniendo su mano en mis piernas —Es que son muy pegajosos —murmura.

—Para que entiendas. Están del asco.

Abro la boca para alegar, pero Iana se escandaliza.

—¡Tampoco así tío! —me mira de nuevo —No le creas a mi tío, mami, igual cocinas rico.

Sonrió pasando mis dedos por su cabello despeinado.

—Te amo.

Sonríe pidiéndome que me arrodille frente a ella.

—También te amo, mami.

—¿Y para mí no hay un te amo? —protesta Cristian mirando a Iana con una ceja alzada.

—Dijiste que los tallarines de mami están feos —vaya, hija mía, que crie.

—Debemos ser sinceros Iana.

—Sí, pero no así.

—Igual sigo esperando.

Se acerca a Cristian jalándole de la mano para que se arrodille.

—Te amo tío.

—Así nos entendemos pequeña ratona —besa su frente —. Yo también te amo.

Sonrió ante la escena que observo de tío a sobrina. Cristian, desde que se enteró de que estaba embaraza siempre ha estado conmigo en cada proceso de mi embarazo. Cuando nació Iana no se despegaba de ella, al contrario, hasta faltaba a su trabajo y trabajaba desde casa de mis padres. Y hasta el día de hoy sigue siendo ese tío sobre protector y consentidor.

Término de comer mi dona escuchando la pequeña discusión entre Iana y Cristian sobre a quién quiero más. Niego tomando de mi café.

—Mami me quiere más que a ti —le señala a Cristian, quien le mira con una sonrisa burlona.

Oh no.

Conozco esa sonrisa.

—Pero tu mami —me observa —, me conoció primero antes que nacieras tú.

Se queda callada observándola.

Ese silencio me dice que no le gusto para nada lo que Cristian dijo.

—Yo duermo con mami. Y me quiere mucho.

—Sí, pero...

—Se acabó —interrumpo —. No crees que estás demasiado grande como para discutir con una niña de seis años.




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