Mi pequeño secreto

CAPÍTULO 8

Axel

Bajo del auto acomodándome el saco. Camino hacía adentrarme a la empresa devolviendo el saludo a la mujer de recepción. Se suponía que hoy saldría fuera de New York para viajar hacia Boston, pero surgió una emergencia en el departamento de informática de la compañía de mi socio.

Presiono el número del piso donde se encuentra mi oficina. Salgo del ascensor cambiando mi rumbo a la oficina de Cristian para arreglar unos asuntos de la empresa y de la compañía donde los inversionistas quieren invertir en Davis Connection.

No toco la puerta, así que me adentro a su oficina. Me paro en seco al observar como la oficina está hecho todo un desastre; colores tirados, papeles esparcidos por el escritorio y algunos que otros papeles por el mueble. Cristian está sentado con el rostro serio y bebiendo a mi parecer una taza de café.

No se da cuenta de mi llegada, así que me atreví a hablar.

—No crees que estás demasiado grande como para tener hecho un desastre esta oficina

Alza la mirada levantándose de su asiento rápidamente, haciendo que le mire curioso.

—¿Qué haces acá? —su tono de voz salió tenso. A mi parecer — ¿No estarías viajando en este momento a Boston?

Asiento llevando la mano al puente de mi nariz.

—Cancelaron.

No dice nada y se queda en un silencio bastante denso. Su mirada se va hacia la puerta del baño que está entreabierta y luego se dirigió hacia mí.

—¿Estás bien? —pregunto.

—Perfectamente.

Asiento lentamente un poco confundido por su reacción. Últimamente, Cristian anda muy raro y evita todo tipo de preguntas que le hago sobre Aina y que era ella la castaña a la cual estaba buscando. Para evitar la conversación solo se excusa de que tiene trabajo acumulado por hacer.

Cosa que no creo.

¿Qué me ocultas Cristian?

—Necesitamos hablar sobre los próximos proyectos que Davies Connection dará. Pero eso lo dejamos para después porque ando con un dolor de cabeza.

—Claro.

—Ahora, quiero saber si tienes un problema conmigo o porque me evitas cada vez que hablo contigo.

—Porque lo dices —no me mira. Como siempre.

—Cristian, te conozco desde hace más de nueve años, eres mi mejor amigo. Pero quiero saber la razón del porqué me evitas y cada vez que hablamos de Aina te pones en el papel de hombre ocupado.

Ser directo es unas de las cualidades por lo cual me caracterizo. Y si tengo que poner las manos sobre la mesa lo haré.

—Que va hombre, ya sabes, el trabajo me tiene estresado.

—Entiendo, pero eso no quita que…

—Tío mira, mis manos están limpias.

Me quedo en silencio al ser interrumpido por una voz dulce. Observo la reacción de mi amigo mirando tras mi espalda, aprieta la mandíbula y me mira negando dudoso mientras cierra los ojos.

Volteo sobre mis talones y observo a una pequeña castaña de más o menos un metro de altura, pero lo que más me llama la atención es el color azul de sus ojos.

Igual a los míos

No aparto mi mirada de la pequeña que tengo a un metro de distancia. Me mira como si me conociera y de sus labios tira de una sonrisa acercándose lentamente, hacía abrazarse a mi cintura. No emito ningún movimiento al ser sorprendido por su acción. No sé, pero tengo el instinto de posar mi mano en su cabeza y acariciarla. Estaba a punto de hablar, pero cierro la boca al escuchar sus sollozos.

—Papi.

Detengo mis movimientos.

—Te extrañé mucho —sigue sollozando abrazándome con fuerza —. Por favor ya no me dejes.

—Iana, cariño…—la voz de Cristian se detiene.

—Po-por favor papi.

Mi cuerpo no reacciona y mi mano sigue en la cabeza de la pequeña que me abraza la cintura con más fuerza como queriendo que no me alejara de ella. Por más que intente reaccionar esos azules me llaman la atención, sintiendo esa sensación de apego hacia la pequeña castaña.

Mis manos van hacia sus hombros que se sacuden por el sollozo que suelta y me voltea junto con ella que aún me sostiene de la cintura. Levanto la mirada hacia Cristian que observa a la pequeña petrificada en su lugar y luego alza la mirada hacia mi dirección, pero por más que quiero entender y saber de lo que sucede no sale ninguna palabra.

—No me dejes papi, ya no —su voz audible me hace reaccionar sintiendo ese nudo escocer en mi garganta.

Le alejo tomándole del hombro suavemente, poniéndome de rodillas, acariciándole la mejilla.

—Hola, princesa— fue lo primero que dije —. Me hubiera gustado ser esa persona que tanto mencionas — no sé por qué siento un vacío en el pecho al decirle esas palabras —, pero yo no soy tu papi.

—Si lo eres —hipa —, yo tengo tu foto en mi cuarto —se abalanza abrazándome del cuello —E-eres tú, papi.

No sé qué es lo que pasa.

—Princesa, mírame.

Paso las yemas de mis dedos limpiando las lágrimas que caen por sus mejillas.

—¿Cómo te llamas?

—Iana.

Por alguna u otra razón sonrió.

—Mucho gusto, Iana. Y déjame decirte que Iana es un bonito nombre, ¿lo sabes?

Asiente dándome una sonrisa y volver a abrazarme del cuello.

«Se siente bien» pienso y la necesidad de corresponder el abrazo incrementa, paso mis brazos por su pequeño cuerpo, correspondiéndole al abrazo que se me hace eterno.

—Mírame princesa —nos separamos dejando mis manos en sus mejillas —. Siento decirte esto, pero, no soy la persona que buscas…

—Axel…

Lo miro sin entender nada, pero por la mirada que me da hace que me calle.

—¿Por qué no venías a verme papi? Acaso me porté mal. Si es así prometo comerme toda mi sopita… P-pero no me dejes papi.

Me levanto tomando la mano de la pequeña castaña.

—No entiendo nada, ¿me podrías explicar qué pasa Cristian?

No dice nada y solo observa la mano entrelazada de Iana y la mía.




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