Aina
—Mami —volteo la cabeza dejando un beso en su frente.
—Dime, amor —me mira con esos azules que me hipnotizan.
—Duele mucho —le tiembla la barbilla —. Me duele, mami.
Se me comprime el pecho al escuchar decirle esas últimas palabras en un susurro. Me duele el hecho de que mi pequeña a una tan corta edad sufra demasiado por una enfermedad que ella no pidió, que ella no merecía pasar por todo esto. No lo merecía.
Con cuidado me volteo quedando al filo de la cama dejando un debido espacio para no dañarla por todos los cables que tiene conectado en sus brazos.
—Soy fuerte, ¿verdad, mami?
—Eres muy fuerte, mi vida. Lo eres.
—Quiero ser fuerte, pero me duele mucho —limpio las lágrimas que resbalan por sus mejillas —. No quiero que duela. Haz que pare, mami, por favor.
Salgo de mis recuerdos cuando mi padre pasa sus nudillos por mi rostro limpiando las lágrimas que resbalaban por mis mejillas.
—¿Todo bien? —pregunta mirándome detenidamente.
Niego.
—Le duele, papá —me abraza llevando mi cabeza a su pecho —. Le duele.
—Yo sé mi niña —acaricia mi cabeza —, sé que le duele. Es muy fuerte nuestra pequeña, terremoto. Ten por seguro que pronto la veremos sonreír como siempre lo hacía, ver esos ojitos llenos de brillo. Tenlo por seguro.
Los brazos de papá me reconforta de una manera insuperable. Papá siempre ha estado con nosotros presente desde que a Iana le detectaron leucemia, al igual que mamá presenciando los cambios de mi pequeña castaña.
No sé por cuantas horas estoy sentada con la cabeza en el pecho de mi padre, perdiéndome entre los recuerdos, formándose un nudo amargo en la garganta. Pero las horas se me hacen eternas desde que Axel y Iana entraron en cirugía y no tengo ni la más minina información de como está saliendo todo.
Mi cabeza va revocando en el momento que entre a ver a mi pequeña diez minutos antes de entrar a cirugía, verla en ese estado se me rompió el corazón; no tenía ese brillo en particular en esos ojitos azules que solían recibirme cada que me acerco a su lado: el aparato que la tenían conectada en su pequeño cuerpito la dificultaban el poder hablar.
Me mantenía fuerte cuando estaba cerca de ella.
Muevo mi pierna de manera ansiosa, pero mi madre pone su mano encima de mi rodilla deteniendo el movimiento.
—Todo saldrá bien —dice dándome una sonrisa reconfortante, esas sonrisas que suele darme cada vez que me pongo ansiosa.
—La pequeña castañita estará bien —llega Cristian extendiéndole un vaso de lo que supongo será café a mamá.
—Tu hermano tiene razón, Aina —papá besa mi frente —. La pequeña terremoto estará bien.
Asiento sin mostrar ningún gesto.
—Estás cansada, mi niña —mamá, acaricia mis mejillas —Trata de descansar un poco, Aina. Estás cansada y aunque digas que no, sé que no lo estás.
—Mamá, en serio no quiero descansar en este preciso momento —levanto la cabeza —. Necesito saber que están bien los dos.
—Mi sobrina y Axel estarán bien —Cristian me observa —. No olvides que son padre e hija. Son fuertes.
—Aina, hija —mi padre me estrecha en sus brazos —, sabes que tu madre y yo siempre te hemos apoyado en todo. Como también en la decisión del no querer decirnos el nombre del padre de Iana, respetamos tu decisión. Pero ahora quiero que nos hagas caso y descanses, estás agotada, se te nota en la mirada.
—Papá...
—Haznos caso por favor —deja un beso en mi cabeza —. Ya luego hablamos sobre el padre de Iana, no es el momento todavía.
Asiento sin refutar porque sé cómo se ponen así de intensos. Pero en un rápido movimiento logro levantarme cuando visualizó a la Doctora Ferrer salir de la sala de operaciones.
—Familiares de la paciente Iana Williams y del señor Axel Davies —su voz resuena en el pasillo.
—Somos nosotras —Agnes y Liliana llegan hacia nosotros —¿Cómo está mi hijo y mi nieta?
No las logro divisar, ya que el cuerpo de Cristian queda aún lado a donde las dos mujeres se encuentran.
—¿Cómo están? —logro articular.
—La operación fue un éxito.
Suelto un suspiro de tranquilidad dejando caer mis hombros de los tensos que estaban.
—La pequeña castaña es muy fuerte, mi niña —papá me estrecha en sus brazos con efusividad correspondiéndole de la misma manera.
La doctora nos mira con una sonrisa.
—Familiares de la paciente Iana Williams y del señor Axel Davies —su voz resuena en el pasillo.
—Somos nosotras —Agnes y Liliana llegan hacia nosotros —¿Cómo está mi hijo y mi nieta?
No las logro divisar, ya que el cuerpo de Cristian queda aún lado a donde las dos mujeres se encuentran.
—¿Cómo están? —logro articular.
—La operación fue un éxito.
Suelto un suspiro de tranquilidad dejando caer mis hombros de los tensos que estaban.
La doctora nos observa con una sonrisa.
—Dentro de una hora podrán pasar a verlos —dice leyendo unas hojas en sus manos —. Por ahora se encuentran sedados, por lo cual se encuentran descansando en estos momentos. El señor Davies se encuentra recuperándose de una cirugía bastante delicada, al igual que la pequeña Iana. Por el momento lo mantendremos bajo observación.
Debe ver mi cara de confusión por lo cual sigue explicando.
—Después de una cirugía de trasplante, Iana debe pasar por observación para ver si hay algún efecto secundario en el trasplante de médula ósea o algún rebote en el cuerpo.
—Pero, ¿esos son los efectos que nos explicó ante esta operación de emergencia, verdad? —mi madre intervino.
—Claro —responde —. En este caso hemos pasado a esta opción de la cirugía de emergencia, ya que las quimioterapias que iba a empezar Iana no iban a ser efecto en ella. Por lo cual las plaquetas bajas, que toman por lo menos varias semanas en recuperación, se verá si respondió correctamente al trasplante.
Editado: 01.07.2024