Mi pequeño secreto

CAPÍTULO 18

Axel

Siento la pesadez de mi cuerpo, trato de moverme, pero suelto un quejido de dolor al sentir punzadas en la espina dorsal de mi cuerpo. Abro poco a poco mis ojos y lo primero que logro visualizar es la iluminación que me empaña la vista logrando que cierre los párpados con fuerza.

Suelto un suspiro y de nuevo trato de abrir los ojos adaptándome a la luz que ilumina la habitación. Miro a mi alrededor observando como la puerta se abre con cuidado entrando de ella mi madre y mi hermana regalándome una sonrisa. Mi madre se acerca dejando un beso en mí frente al igual que hace Liliana dejando un beso en mi mejilla.

—¿Cómo te encuentras, cariño? —pregunta mamá acariciando mi cabellera.

—Como si un carro pasara por encima de mi cuerpo —trato de bromear, pero recibo un golpe en mi hombro por parte de mi hermana —¿Qué te pasa, loca?

—A ver si así se te quita lo gracioso, tarado —cruza los brazos —. Con eso no se juega.

—Liliana por favor —la regaña mamá y sonrió —. Y deja de hacer ese tipo de bromas que sabes que no me gustan, Axel —borró la sonrisa—¿Entendido?

—Entendido, jefa —hago una referencia militar con la mano —Pero no bromeo cuando digo que un…

—¡Axel! —gritan las dos mujeres mirándome mal.

Me río haciendo una mueca cuando la punzada llega a molestarme.

—¿Cómo está? —pregunto hacia las dos mujeres que me observan con el entrecejo arrugado —¿Está bien? Quiero verla —hago el intento de levantarme, pero suelto un quejido al sentir otra punzada —. Joder…

—Joder tú, Daniel —ni bien capto ese nombre suelto un gruñido —. Ten cuidado que recién acabas de salir de una operación.

—Y yo ya dije que no me gusta que me llames por el nombre del difunto.

—Es tu abuelo…

—Nuestro dirás —interrumpo a mi querida hermana.

Liliana hace el intento de protestar cuando la voz  de nuestra madre la hace guardar silencio y, por otra parte, recibo una mirada gélida de su parte.  

—Es tu nombre y fin de la discusión.

Suelto un suspiro sabiendo que no ganaré esta discusión. Conozco a mi madre y sé lo persistente que suele ser y no duda en dejarnos con la boca cerrada. 

—Quiero verla. Necesito verla.

—Nosotras iremos a dar una vuelta y estar un momento con Iana —dice Liliana —. Según tengo entendido por unas de las enfermeras que la pequeña ya estaba despierta y que quería ver a sus papis —sonrió —. Su papi.

—Mi princesa…

—Sabes…jamás imaginé verte en esta faceta tuya —la miró sin comprender —.Pensé que nunca te vería ser padre.

La voz con la que me dice aquella oración hace que un sentimiento sobre protector aparezca hacia Iana. Entiendo perfectamente el porqué de esas palabras. Entiendo que para nosotros tres nada haya sido fácil y que todo lo que hayamos logrado fue a base de nuestro esfuerzo y nuestra unión. Siempre fuimos los tres. 

No voy a negar que el miedo siga persistiendo en mi cuerpo, pero la sensación de no ser un buen padre y repetir el mismo patrón de como me crió él hace que mi cuerpo se tense.

—Soy mejor que él —dije lentamente y con seguridad —. Y el amor que tengo por Iana es inmensamente. Confieso que me dolió en un comienzo al enterarme de que perdí seis años de su vida, pero la tengo aquí —me señaló —, conmigo. Es mi motivo, es mi felicidad, es mi presente. 

—Estoy orgullosa del hombre en que te has convertido —mamá pasa su mano por mi mejilla dejando un beso sonoro en ello. Levanta la mirada hacia mi hermana que nos observa con las lágrimas asomarse en sus ojos —. Estoy orgullosa de ambos. Son mi orgullo.

Liliana se acerca fundiéndonos con su abrazo acogedor que siempre nos solía dar. El abrazo que solía calmarnos cuando la tormenta vivía entre nosotros. Un abrazo que dice más que mil palabras.

—Ya —dice —, no nos pongamos sentimental y vamos que tienes a una niña preciosa que espera por ti. 

—No olvides que te quiero —mamá besa nuevamente mi mejilla al igual que lo hace mi hermana.

Terminan por cerrar la puerta de la habitación quedándome en un completo silencio observando las paredes blancas y la iluminación que inunda. Cierro los ojos, pero a los pocos minutos la puerta se abre dando paso a la mujer que no sale de mi mente desde el momento que el destino nos volvió a unir. Nuestras miradas se encuentran dándole paso hacía acercarse al pie de cama sin despejar nuestras miradas.

—Hola.

—Hola —respondo.

—¿Cómo te encuentras? —pregunta sin dejar de mirarme.

—Con el cuerpo adormecido —dije haciendo una mueca por otra nueva punzada —. Pero bien.

—¿Te tengo que creer?

Sonrió.

—Por supuesto —mentira —. ¿Cómo está nuestra hija?

—Bien, te creeré —dice —. Salió muy bien de la operación gracias a ti.

—Lo haría una y otra vez.




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