Mi pequeño secreto

CAPÍTULO 20

Aina

 

Los días fueron pasando y no cabía duda de que esos días fueron los mejores, estando unidos «Como una verdadera familia» Estando atenta ante la recuperación lenta de Iana y la inmediata recuperación de Axel, que no espero pasar más de dos días y estar moviéndose de un lado a otro trabajando desde la habitación del hospital.

Por otro lado, mis padres, al enterarse de que la dieron de alta a Iana, trataron de convencerme para que pase los días con ellos junto con Axel. Pero como le dije un día antes que lo dieran de alta al pelinegro: me haré cargo de su recuperación y la de nuestra hija. Agnes y Liliana se estuvieron quedando en la mansión de mis padres: ante mi petición y la de mis padres de que se quedaran y que no había ninguna probabilidad de que pasaran la noche en un hotel.

Acomodo las últimas prendas de ropa en la maleta de Axel que trajeron hace algunos días mientras él se encuentra en el baño alistándose.

—Vámonos, ya me quiero largar de estas cuatro paredes —Axel sale cambiado y se queda bajo el umbral de la puerta del baño observándome con los brazos cruzados.

—Te queda bien el negro.

Lleva puesto un jogger negro y un polo del mismo color que deja a la vista sus torneados brazos.

—Me estoy quejando de estar encerrado de estas cuatro paredes —se acerca —y solo te fijas del color de ropa que llevo puesto —reclama a unos centímetros de nuestros cuerpos.

—Sí.

—Mejor fíjate en otra cosa y así no te reclamará de que me observes.

—Definitivamente, estar encerrado te afecto el cerebro —intenté alejarme, pero me tomó de las manos dejándolo en su pecho.

—Solo calla y dame un beso —se acerca tomándome de las mejillas.

—No quiero.

Se detiene.

—¿Cómo?

—Ya lo oíste —cruzó los brazos sobre mi pecho fingiendo no ver la sorpresa en su rostro.

«Quizás deba jugar un poco con su paciencia» solo quizás.

—Bien —dice. Se acerca rozando nuestros hombros tomando la maleta que estaba en la cama —. Entonces no perdamos tiempo y vámonos.

Otro Cristian. 

Tomó de su mano y lo acercó hacia mí sorprendiéndolo.

 —Deja el drama que estás muy grande para los berrinches.

—De hecho —sonríe —, tenemos que irnos —intenta alejarse, pero no lo permito acercándolo hacia mí quedando nuestros rostros a centímetros.

—Axel.

—Aina —murmura intentando no bajar la mirada.

—No se te puede hacer una broma —rozó nuestras narices —, porque el señorito se molesta.

—Estás muy graciosa, Gabriela.

Detengo el movimiento del roce de nuestras narices.

—Dime que no lo dijiste —la pregunta sale más a una afirmación.

—¿Qué pasó, cariño? ¿Te salió mal la jugada? —la burla en sus ojos es indescifrable.

—Eres un maldito.

—Mmm, me lo han dicho —se mofa. Aprieto los labios cuanto termina por murmurar a escasos centímetros de mis labios —: de hecho, me siento halagado por el pequeño insulto, Gabriela.

Sonrió con suficiencia cuando me adentro a este duelo de miradas o al que sea que juguemos.

Quizás deba tentar un poco.

—Debemos de irnos.

—¿Seguro? —afianzó mi agarre en su nuca.

—Aina…

—Axel —acarició con mis dedos su cabellera.

—No juegues conmigo, Aina.

—Y quien dice que estoy jugando.

Término por acortar él espació llevando mi boca al lóbulo de su oreja haciendo que suelte un suspiro entrecortado. Se tensa en su lugar llevando sus manos hacia mi cintura, afianzando su agarre: toma de todas mis fuerzas para no voltear mi rostro y estampar mis labios con el suyo. 

Cuando siento que ya fue suficiente intenté poner mis manos en su pecho para alejarme, pero no esperó la reacción de Axel cuando de un movimiento rápido su mano va hacia mi rostro y estampa su boca con la mía.

Trato de recomponerme, pero la mano del hombre que tengo contra mi boca se aferra con fuerza a mi nuca para intensificar el beso, su lengua se enreda con la mía haciendo que emita un jadeo. Nuestras respiraciones están aceleradas, pero no hacemos el intento de separarnos. Sus manos bajan de forma tortuosa por mis brazos descubiertos por el vestido de tiras que traigo puesta: erizándome la piel.

—Crees que puedes venir —suelto un jadeo cuando deja pequeñas mordidas por mi cuello — a provocarme, cuando sabes que tendrás una reacción de mi parte.

No respondo tratando de controlar mi respiración acelerada.

—No te escucho, Aina —Me tomó de la nuca con una mano y la otra sostiene mi cintura —. Habla.

Sus ojos azules se dilatan cada vez más cuando nuestras miradas se encuentran.




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