Mi pequeño secreto

CAPÍTULO 23

Aina

 

La puerta de la habitación se cierra. Me volteo y poso mi mirada en el móvil que aún sigue con la imagen de Julieta. Trato de que mi boca emita alguna que otras palabras, pero solo me quedo callada detallándola.

—Simplemente, no digas nada — niega -- .Solo no digas nada.

—No entiendo —¿por qué mi hermano reaccionó así? —, Ju…

—Te prometo que te contaré todo —su voz tiembla --. Solo necesito tiempo. 

Asiento dándole una sonrisa reconfortadora aunque todo haya sido denso en estos minutos.

—Sabes que siempre cuentas conmigo.  Siempre, nunca lo olvides.

—De eso no lo pongo en duda. Ahora prométeme que cambiaras esa cara por una sonrisa hermosa y vayas a disfrutar de tu cita con mi cuñado.

—Ju…

—No vas a cancelar tu cita por una bobada —me reprende.

—No es ninguna bobada —me defiendo —. Me importas.

—Sí, sí, ahora ya anda y lúcete con tu hombre.

Sonrió y cortó la videollamada arrastrándome hacia el tocador dándome un último vistazo de cuerpo entero. Llevo un vestido suelto casual de color rojo que llega a tres centímetros más arriba de mis rodillas, con las tiras delgadas dejando mis hombros al descubierto y la espalda descubierta hasta la cintura, el escote no es tan abierto, pero forman perfectamente mis pechos. 

Sonrió para mí misma dándome vuelta, pero me quedo quieta cuando veo al hombre que se encuentra recostado bajo el umbral de la puerta. «En qué momento apareció ahí» Me da una mirada de abajo hacia arriba haciéndome remover nerviosa. Lo detallo minuciosamente; lleva unos joggers negros, una camisa igual de color negro que tiene los dos primeros botones sueltos dejando ver su pecho al descubierto.

—Ya te he dicho que te cae bien el negro —lo sigo detallando.

—Y yo ya te he dicho que te cae bien el rojo.

—No.

—Ahora lo sabes —se acerca tomándome de la cintura —. Pero creo que estoy a punto de cambiar los planes y quedarnos así juntos —Dejo mis manos en su pecho descubierto y sonrió con picardía.

—Tal vez cuando regresemos cambie las cosas —me alejo, pero me sujeta el rostro.

—Quien dice que tal vez volveremos.

No respondo porque siento de inmediato su boca contra la mía. El beso no era calmado, era todo, al contrario, un beso intenso donde nuestras lenguas se adentran a nuestras bocas. Sus manos no se hacen esperar con las caricias por mis brazos subiendo a mis hombros hasta llegar a mi cuello sujetándome con fuerza soltando un jadeo.

Trato de separarme, pero con una mano me sujeta de la cintura haciendo que no me mueva.

—Definitivamente, no saldremos de aquí de estas cuatro paredes.

Trato de regular mi respiración.

—No — me logró reincorporar —. Ya tengo el lugar elegido.

—Pero mira —señala la cama —. Se ve bonito ordenado, pero creo que se verían más llamativo si están desordenados.

Intercalo mi mirada de la cama hacia él y solo suelto una risa.

—No me convence —intento no soltar una carcajada.

—Pero te puedo convencer de otra manera.

—¿Así?

—Sí.

—Lástima que no me convencerás tan pronto.

Me alejo hasta posarme con una sonrisa divertida en mi rostro. Dijo que tendríamos una cita y tendremos una cita. Logre escoger un sitio donde no haya gente y solo seamos los dos para disfrutar del momento. Nuestro momento.

—¿Vienes o te quedas?

Me mira con esos ojos azules que me tienen cautivada cada día más. Se acerca tomándome de la mano saliendo del departamento. Subimos al auto que obviamente Axel compró, ya que no quería manejar según los autos ajenos «Claro, como se carga de dinero» para él es un simple gasto.

No tiene ni idea hacia dónde nos dirigimos y solo lo guió. Poco a poco nos perdemos por las calles de Barcelona que hoy está a mi favor con un clima super cálido.

En pleno viaje de carretera lo único que hacemos es quedarnos en silencio disfrutando del aire libre. No hace falta rellenar este silencio con palabras, suficiente es comprender que nuestro silencio es parte de decir que el silencio dicen mil palabras.

Axel deja estacionado el auto a un lado del estacionamiento y observa por la ventana las brisas del mar. Se voltea a mirarme enarcando una ceja. Después de unos veinte minutos de viaje bajamos del auto, Axel me toma de las manos caminando hacia adentrarnos en la arena. Suelto su mano y me apresuro a sacarme las sandalias que llevo puestos, lo tomo con una mano y con la otra vuelvo a sujetar la mano del ojiazul. 

—¿En qué momento planeaste todo esto? —pregunta viendo el centro de decoración que hay en la arena.

—Le dije a una amiga cercana que preparara todo mientras vamos en camino.

Al frente de nosotros se encuentra una manta tendida con una canasta al medio y flores rojas esparcidas. 




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