Mi pequeño secreto

CAPÍTULO 30

Aina

 

Llevó la copa de vino hacia mi boca degustando del sabor dulce que se impregna en mi paladar. Miró al hombre que no dejaba de observarme viendo cualquier indicio de emoción en mi rostro. Aún me cuesta asimilar la tremenda sorpresa que el pelinegro me dio, pero la emoción aún sigue presidiendo en mí.

—¿Recuerdas el lugar donde nos encontramos? —preguntó. 

Sonrió recordando.

—Donde fue nuestra primera cita, pero en el otro lado del país. Y cumpliendo tres meses estando aquí, juntos.

—¿Estás nervioso? —pregunto viéndole como se pasa las manos por la cabeza —¿Todo bien?

Suelta un resoplido tomándome de la mano. 

—Depende —Debe ver mi cara de confusión para que siga explicándome —, depende de la respuesta que me vas a dar. 

Ahora sí, ya no entiendo.

—Me estás asustando.

—Asustado estoy yo —dice por lo bajo, pero lo escuché.

Se levanta junto conmigo llevándome a un lado del centro de la mesa. Nuestras miradas no se despegan del uno al otro ¿Por qué me estoy sintiendo nerviosa? ¿Por qué? Trato de bajar la mirada, pero me tomó del mentón haciéndome ver esos ojos azules, esos ojos que veo cada mañana al despertar y esos ojos azules que heredó nuestra hija.

—No sé cómo empezar — Pasa su pulgar por la comisura de mis labios —Mierda, se supone que…

—Tranquilo, trata de relajarte porque también me estoy poniendo nerviosa —interrumpo acariciando sus nudillos de la mano.

—Bien— Toma una bocanada de aire dejando caer su frente con la mía.

Pasamos algunos cuantos minutos en silencio, sintiendo las ráfagas del viento impregnarse en nuestros rostros junto con el sonido del movimiento del mar. Solo estamos los dos. Él y yo, juntos.

—El primer día que nos conocimos —me tomó del rostro acariciándome la mejilla —, lo primero que me llamó la atención fueron esos ojos color avellana. Esos ojos que desde el primer día que los vi me cautivaron. Esa mirada que destilaba llena de felicidad por la euforia vivida.

»Cuando cruzamos palabra no quise dejar de escucharte y tuviste mi máxima atención. Al día siguiente, cuando desperté en esa habitación, me encontré solo en aquella cama—ríe —. Solo tenía de recuerdo el collar que tienes puesto y no podía dejar de pensar en aquella castaña que el día de hoy está junto conmigo.

Cada palabra es como un remolino que desboca todo. Donde las palabras se absorben en un sentimiento mutuo; donde cada palabra es correspondida de la misma forma.

—Te busqué durante siete años y no encontré nada de ti. No sabía tu nombre, no sabía nada a la cual aferrarme para poder encontrarte. Siete años después, te encontré y me enteré de que tenemos una hermosa hija. 

—Una hija nuestra.

—Nuestra—se aleja tomándome de ambas manos dejando caer el peso de ello. Se nota lo nervioso que está, pero no lo hace notar como hace minutos atrás.

—Aina, cariño… —Fijo mi atención en él—, en estos meses contigo, mi vida cambió completamente. Ya no era yo solo. Ahora somos tres. 

—¿Por qué me dices todo esto? —mis nervios se hacen denotar.

Sonríe sin darme ninguna respuesta, apartándose, me da  la espalda rebuscando en el bolsillo de su pantalón. Mis manos empiezan a transpirar, poniéndome más nerviosa de la que estoy. Se voltea ante mi atenta mirada inclinándose de rodilla hacia mí.

No puede ser ¿Esto es real? Mis ojos se acumulan de lágrimas viendo al hombre nervioso mirándome a los ojos.

—Cariño, yo sé que quizás pienses que es muy rápido el paso que estoy dando —abre la caja de terciopelo, dejándome ver el anillo perfectamente acomodado—, pero no me arrepiento de lo que voy a hacer…y entenderé si la respuesta que me darás diga…

¿Cómo no aceptar al hombre que volvió mi mundo de cabeza?

—Axel…

—Llevo un tiempo practicando esto, pero haré a mi manera de ser.

Suelto una risa delatando mi nerviosismo.

—Aina Williams, ¿te gustaría formar parte de mi vida, levantarte cada mañana a mi lado con los besos de buenos días y pertenecer a mi lado formando nuestra propia familia? 

Las manos me tiemblan, las lágrimas caen por mis mejillas. Entreabro los labios y lo vuelvo a cerrar quedando en silencio dejándome ver al hombre expectante a mi respuesta. Las lágrimas me nublan la vista dejando salir un sollozo que en un rápido movimiento logró tapar con mi mano la boca. Los brazos del ojiazul me envuelven llevando mi cabeza a su pecho, dejando caricias suaves en mi cabeza.

—Cariño, no pensé que…

Intento apartarme cuando sus palabras quieren llevar a otro rumbo. Y me niego a dejar que piense que mi silencio llegué a otra conclusión.

—Si quiero —respondo automáticamente.

Su mirada expectante tiene ese brilló en sus ojos nuevamente.

—¿Qué? 

—Si quiero despertar a tu lado cada mañana con los besos de buenos días. Si quiero formar parte de tu vida, Axel. 




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