Dos años después.
New York, ciudad donde nadie duerme.
Al menos así lo dice Google. No se vale juzgar.
Las calles están muy concurridas donde no es una novedad que esté repleta de: turistas, extranjeros, niños, visitantes y taxis que recorren la ciudad. New York, está dividida por muchas zonas donde: familiares, amigos, viven entre ellos.
Unas de las zonas —barrios o distritos—se encuentra Manhattan, distrito ubicado a treinta minutos de la ciudad. Una mansión rodeada de vegetales, personal de seguridad y personas que se encuentran al interior de la mansión. Se simplifica en una sencilla palabra: familia.
Una familia que con el tiempo se ha ido formando, donde antes eran tres personas ahora se incrementan a cinco integrantes. Una de ellas, es una pequeña —bueno, no tan pequeña—el tiempo pasa. Una niña de tan solo nueve años de edad, de ojos azules que heredó de su padre y, la cabellera castaña que heredó de su madre. Iana una pequeña revoltosa. La princesa de papá y mamá.
A su lado se encuentra su madre. Una mujer que mira a su hija con esos ojos de orgullo al verla tan feliz, tan alegre donde ríe a cada nada. Por la cabeza de Aina pasan los recuerdos de cuando su pequeña castañita era toda una bebe: sus primeros pasos, sus primeras palabras, su primer te quiero. La castaña desmorona amor al ver a su niña tan feliz. Los brazos de su ahora esposo pasan por encima de su cintura dejando sus manos en su vientre y está sonríe entrelazando sus manos con el suyo.
El hombre que ahora abraza a su esposa no deja de decirse de lo orgulloso que se siente al estar rodeado de su familia. El ojiazul con el tiempo —no pasó mucho. Solo pasaron dos añitos— desistió de la idea de seguir comunicándose con su padre, aunque al principio lo veía y se sentía incómodo con su presencia. La relación de padre e hijo nunca hubo y, quizás, solo quizás, el ojiazul pensó que la salida de Isaac solo era un juego de él. No se supo nada de él.
La relación entre Axel y Aina siempre fue de confianza y, lo sabían cuando aquella mañana de un 20 de abril se juraron compartir sus vidas por el resto de sus vidas. Fue un matrimonio íntimo donde solo familiares y amigos cercanos estuvieron ahí, presentes.
La castaña y el ojiazul aún recuerdan cuando un 20 de abril dijeron el sí acepto:
—Axel Davies, ¿quieres recibir a Aina Williams, como esposa, y prometes serle fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y así, amarla y respetarla todos los días de tu vida?
—Sí, acepto.
—Aina Williams, ¿quieres recibir a Axel Davies, como esposa, y prometes serle fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y así, amarla y respetarla todos los días de tu vida?
—Sí, acepto.
Los ahora esposos disfrutan de la intimidad de su familia y,...simplemente son ellos… El ojiazul sonríe de emoción al sentir unas pequeñas pataditas dentro del vientre de su esposa y dice:
—Siempre haciendo acto de presencia.
—Son muy revoltosos —Respondió la castaña acariciando su vientre.
—Ya quiero conocerlos —la pequeña castaña se acerca a sus padres y deja un beso en el vientre de su madre —. Ya díganle que salgan. Son muy pesados y ya no quiero que a mami le generen más vómitos. Yo los voy a cuidar, ¿sí?.
El ojiazul y la castaña se dan una mirada y sonríen.
—Una semana más, princesa —Axel deja un beso en la frente de su hija.
Cuando la pareja se enteraron de que serían padres nuevamente no pudieron tanto la emoción, que al día siguiente no dudaron en ir al hospital para sacar una prueba de sangre para estar más seguros. Así que terminaron de soltar la noticia a la familia cuando Aina cumplía los cuatro meses de embarazo y, le favorecía a la castaña porque aún no había un cambio en su cuerpo. Tanto la familia de ambos se empeñaron en consentir a la castaña y no dejar de lado a la princesa de papi: consintiéndola.
La mirada que le da el pelinegro a la pequeña desmorona amor.
—Ya sabes qué nombre le pondremos —dice el ojiazul, cargando a su hija mientras pasa su brazo por el hombro de su esposa.
—Sip —responde la pequeña —Me agradan mucho los nombres.
—¿Ya no lo cambias para nada? —pregunta la castaña — ¿Verdad?
La pequeña niega con la cabeza.
De tantos nombres que Iana tuvo que anotar en unos de sus cuadernos, sus padres se rindieron. El día que la pequeña les pidió a sus padres que ella quería ponerle el nombre a sus hermanitos, la pareja no dudaron en aceptar. Así que con el tiempo, Iana buscaba nombres y anotarlos y a los pocos minutos de escribirlos los deshacía diciendo: «No me gustan.»
—No quiero cambiar nuestras iniciales —los padres sonríen consternados —. Van a llevar la “a”.
—Creciste mucho, princesa —Axel besa la frente de su hija —. Nueve años —susurra.
—¿Nosotros que somos para ti, papi? —pregunta la pequeña viendo a su padre sonreírle.
El ojiazul lo tiene claro y jamás dudo de ello. Nunca lo hizo. Así que para él no le es difícil soltarlo:
Editado: 01.07.2024