Mi pequeño secreto

EXTRA II | A&A

NACIMIENTO DE LOS MELLIZOS

AXEL

Apenas crucé el umbral grande de la puerta de la mansión donde actualmente vivimos junto con mi familia, el grito de mi hija inundó toda la sala mientras venía hacia mí, casi corriendo y saltando, enredando sus piernas alrededor de mi cintura.

—Te extrañé mucho, papá —besó mi mejilla efusivamente en un saludo, mientras escuchaba cómo reía y enredaba sus brazos por encima de mi cuello.

—¿Cómo ha estado mi princesa?

—¡Muy bien! ¡Más que bien! —dejo pequeño besos por todo su rostro.

Es increíble ver cómo Iana cada día crece más y más, y pensar que hace dos años tan solo tenía siete años, donde apenas era una niña pequeña que se robaba el amor y cariño de todos nosotros que estábamos alrededor de ella. Y lo sigue siendo.

Observo cómo su sonrisa se ensancha mientras la llevo en mis brazos hacia el mueble ubicado en el centro de la sala. Con habilidad, desabrocho el botón de mi saco con una mano, manteniéndola cómodamente acomodada en una de mis piernas. Ordeno el mechón que sobresale y lo coloco detrás de su oreja.

—No te despediste de mí en la mañana —dice bajando la mirada, mordiendo el interior de su mejilla. Siempre lo hace cada vez que está nerviosa —. Mamá dijo que sí lo hiciste, pero yo quería que me despertaras.

Dejo un beso en el puente de su nariz.

—Primero —levanto su barbilla encontrándome de nuevo con el azul de sus ojos —, nunca bajes la mirada ante nadie, princesa. ¿Y sabes por qué?

—Porque al hacerlo, demuestro seguridad ante los demás y confianza en mí misma. Nunca debo dudar de lo que digo, y si me equivoco, alzo la cabeza y reconozco mis errores.

El pecho se me llena de orgullo ante el tono claro y preciso y la claridad de sus palabras.

—Y segundo, como tu mamá lo dijo, me despedí de ti, solo que no lo notaste porque cierta señorita duerme profundamente. Además, no quise despertarte porque estabas muy cansada después de correr casi toda la tarde en el jardín, princesa.

Cada mañana, cuando me despierto temprano para alistarme y dirigirme a la empresa que está a media hora de distancia, Iana siempre se despierta veinte minutos antes para despedirse de mí con un abrazo y besos. Nuestras despedidas se han convertido en una rutina matutina.

—Prométeme que otro día no te irás sin despedirte de mí, papi —sus ojitos me miran expectantes, y aunque ya sabe la respuesta, no dudo en asentir con otro beso en su nariz —. Te amo mucho, papi.

—Yo te amo mucho más, princesa.

—Hasta el infinito y más allá, ¿cierto?

—Hasta el infinito y más allá, mi pequeña castaña.

—De aquí hasta la luna —deslizo mis manos por su pequeña cintura, provocando que se ría por las cosquillas que le generan.

—De aquí hasta la luna.

Desde la noche en la que vimos la película de Toy Story junto a Iana, mi esposa y yo, los tres en un solo mueble junto a la compañía de los dos pequeños intrusos en el vientre de Aina, «Hasta el infinito y más allá» se volvió un momento único entre nosotros. Iana no paraba de mencionarlo después de ese día.

—¿Papá?

Emite un sonido viendo disimuladamente como juega con los dedos de su mano, pero no vuelve a bajar la mirada.

—¿Estarás en el concurso de pintura de mi escuela?

—Por supuesto, princesa. No puedo perderme la presentación de mi hija, y aún más cuando es el concurso de lo que más te gusta hacer.

—Entonces también te presentaré ese día a mi novio.

Mi sonrisa se desvanece y frunzo el ceño a su dirección, mientras veo como su sonrisa se ensancha aún más.

—¿Novio? —carraspeo exageradamente —¿Cuál novio? —besa mi mejilla y se baja de mi pierna dirigiéndose hacia la escalera que va al segundo piso donde se encuentran las habitaciones —Iana, aún no hemos terminado la conversación y aclárame cómo es eso de que tienes novio y con qué permiso.

Su melena castaña se pierde en el piso de arriba y la risa estruendosa que conozco muy bien se asoma bajando paso a paso cada escalón de la escalera. Los ojos que comparte con mi esposa me miran con burla y para rematar, no ayuda con lo que dice:

—Así que ya te habló de su novio.

Gruño, ignorándolo.

—Ya te hicieron suegro, Axel —ríe —. Debo aclarar que mi hermana y yo fuimos los primeros en enterarnos. De nada. Gracias.

—¿Qué haces acá, Cristian?

—Definitivamente, estás insoportable con los cambios de humor. Estás igual o peor que mi hermana. Y eso que ella está embarazada de dos.

Durante los últimos tres meses de embarazo, Aina ha estado experimentando cambios de humor, teniendo en cuenta que los vómitos han cesado. Lo mismo me ha sucedido a mí, también he dejado de tener los constantes extraños antojos de comida que nunca antes había probado en mis veintinueve años de vida.

—¿Dónde está mi esposa? —pregunto a Cristian, que se encuentra recostado en la barandilla de la escalera.

—Terminando de ordenar las últimas prendas de ropa en la cómoda de la habitación de los mellizos.

—Iré a verla...

—Si puedes porque está que eche humo.

—¿Qué hiciste ahora? —me mira como si yo fuera el loco.

—Yo nada.

—Cristian...

—Es el embarazo —dice calmadamente —. Si antes era más loca, ahora está peor. Ya no le puedo decir nada por qué luego llora.

—Me dijiste que estaba gorda —La voz de mi esposa inunda el espacio. Doy un paso rápido tomando su mano para ayudarla a bajar de las escaleras, dejando un beso en sus labios —. Te extrañé.

—Yo a ti, cariño —. Dejo otro beso, pero en su frente, rodeando su cuerpo con mis brazos, dejándolo encima de su abultado abdomen —¿Cómo están mis pequeños intrusos?

—Mal porque su tío nos hizo llorar —Aina mira a su hermano con mala cara.

—¿Yo? —chista el hombre a mi lado defendiéndose —, si solo dije que subiste un poco de peso por el embarazo, por eso no te quedaban esos vestidos que tiraste con mala gana al fondo del armario.




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