Mi pequeño secreto

EXTRA III | Próximamente cinco.

Este extra muestra la reacción de Axel al enterarse del embarazo de Aina.

Aina.

—¿Por qué mi papi no irá con nosotras?

—Porque papi nos alcanzará en la escuela, amor.

Le terminé de abotonar los dos últimos botones de la camisa y, acto seguido, le acomodé la corbata.

—No quiero que se pierda mi presentación —hace un puchero con sus labios pequeños. Sonrió ante ello y pasó un brazo por debajo de la casaca, haciendo lo mismo con su otro brazo—. Será mi primera presentación, verdad que papá no se perderá, ¿no mamá?

—Mi amor, ¿Cuándo tu papi no cumplió una promesa? —pregunto tomando su mano. Se deja caer en la cama moviendo los pies y sonrío ante el recuerdo de unos años atrás— Iana...

—Siempre las cumple.

—Entonces, cuando tu papi dice que nos alcanzará, es porque así lo hará. No tienes por qué preocuparte, amor. ¿Y sabes por qué? Porque papi te ama tanto que nunca se perdonaría perderse la primera presentación que hará su princesa consentida, y aún más cuando le hablaste durante semanas de tus dibujos y pinturas.

Los ojos azules de mi hija, los mismos ojos que heredó de su padre, me siguen a la vez que pronuncio cada palabra que sale de mi boca. La emoción en sus ojitos me hace sentir tan calmada. No me gusta que se sienta insegura consigo misma y a nuestro alrededor, es por eso que, junto con Axel, hemos tratado de estar ahí para ella en cada momento. Incluso hemos buscado ayuda de un psicólogo para saber cómo actuar. Sus brazos se enredan por encima de mi cuello, sacándome una risa. El pequeño cuerpo de mi hija se deja caer en mis brazos, sosteniéndola de la cintura con un brazo. ¿Cuándo creció tanto? ¿En qué momento?

—Te amo, mami —Beso su pequeña nariz.

—Te amo, mi niña.

Termino de abrocharle el zapato y se echa a correr hacia fuera de su habitación. Tomo su mochila de la silla y me dirijo hacia las escaleras para bajar a la primera planta. Ya hace un año que nos hemos mudado a Manhattan. Axel y yo tomamos la decisión meses antes de nuestra boda y no dudamos en mudarnos después de nuestro matrimonio. Al principio, Iana tuvo dificultades para adaptarse a la nueva escuela, hacer amigos, pero poco a poco se fue acostumbrando a sus nuevas rutinas nuevas.

—Buenos días, su majestad.

Cristian se pasea en la sala con una taza de lo que supongo será café... Luce tan cansado que las ojeras oscuras bajo sus ojos se marcaban tanto. Su aspecto es tan desastroso que me llama la atención la manera en que se encuentra. Lucía tan diferente.

—¿Te encuentras bien? —pregunto dejando la mochila en el mueble. Doy una mirada a mi alrededor y no veo a Iana por ningún lado— Te ves mal.

—Digamos que ese sillón no es muy agradable para dormir... te sugeriría que compres otro más cómodo donde la espalda no se te rompa.

Le doy una mala mirada y él ríe.

—¿Por qué estás así? ¿Qué paso?

—Nada de lo que debas preocuparte, hermana —trata de calmarme, pero lo ignoro—. De verdad, Aina. Estoy bien. Al menos eso trato de estarlo —me da una sonrisa falsa—. No debes preocuparte y menos en tu estado.

—Sé perfectamente de mi estado y eso no es ningún problema por saber cómo se encuentra mi hermano.

—La última vez no dijiste lo mismo —enfatiza mirándome gélido—. Te desmayaste, Aina. Y se lo ocultaste a tu marido.

Abrí la boca para alegar, pero la cerré. Hace una semana tuve un percance, la presión se me bajó por el estrés acumulado del trabajo y el desmayo, gracias a Dios, no fue muy grave. Cristian estuvo conmigo y me llevó al hospital en ese instante. Permanecí en camilla durante varias horas por petición del doctor, examinándome, y las sospechas que estaba teniendo hace días, el doctor me lo terminó por confirmar delante de mi hermano.

—¿Ya se lo dijiste a Axel?

Me mordí el interior de las mejillas, intentando que la inquietud en mí no me delatara.

—No, no se lo dijiste —recosté mi espalda en el mueble, cansada— ¿Cuándo se lo dirás?

—No estamos hablando de mí —advierto con voz neutra—, estamos hablando de ti, Cristian. De la manera en que te encuentras, no duermes, tus ojos están hinchados del cansancio —suspiro, centrándome en su mirada, los mismos ojos avellanas que compartimos—. Ha pasado un año y es momento de dejar atrás todo y volver a empezar.

—Decirlo es tan fácil como hacerlo —sacude la cabeza con voz cansada. Sus cejas se hunden mientras se frota el entrecejo.

Hace un año que no sabemos nada de Julieta. Después de aquella conversación donde se despidió de mí aquella mañana de mi boda, no supe nada. El dolor se reflejaba en sus ojos y en ese momento comprendí el sufrimiento que había estado pasando durante todos esos años. Se había ido. La extrañaba tanto y deseaba compartir este momento especial con ella, con su risa que iluminaba todo, pero no era más que otro recuerdo efímero y el dolor de su partida consumió tanto a mi hermano.

—Mi mente la odia porque se rindió sin luchar por nosotros, pero mi corazón la ama de una manera inexplicable. Lo nuestro siempre fue efímero y duele... Duele porque nunca fuimos más que amigos.

Los labios de mi hermano tiemblan, entrecortándose la voz y veo cómo hace el esfuerzo para que las lágrimas no se deslicen de sus ojos. Rodeo sus hombros y él se aferra a mí tan rápido que duele verlo así, y eso fue lo único que él necesitaba para que terminara por derrumbarse en mis brazos por completo.

〘 〙

Mi esposo llegó a mi lado plantándome un suave y casto beso en los labios. Sonrío y beso su mejilla mientras entrelazamos nuestras manos, dirigiéndonos hacia el aula de nuestra hija.

Los padres de familia, alumnos caminan por todo el patio de la escuela, incluyendo a los profesores. Entramos al aula saludando a la maestra de Iana, preguntando por nuestra niña, ya que no la encontramos en su mesa, donde la deje minutos antes de encontrarme en la puerta de entrada del colegio con Axel.




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