Mi Perfecto Caos

Un Lugar para Soñar

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Me encanta recorrer el camino que me separa de la oficina a casa. Me gusa el ruido de mis zapatos sobre sus calles adoquinadas y disfruto perdiéndome entre sus almacenes reconvertidos en boutique, restaurantes de lujo y  cafeterías modernas. Bristols es mi favorita. Me chifla su decoración vintage, sus sillones estilo chester y sus tacitas de porcelana de colores pastel. Además, el hecho de que Daniel, su dependiente, siempre le de un toque especial a mi café me hace sentir especial.  Cuando entro por la puerta, casi siempre a las cinco en punto, lo veo sonreírme con mi café en la mano. 

  • Listo para llevar.
  • ¿De qué va a ser hoy?- pregunto coqueta.
  • Un par de vainas de cardamomo.
  • Perfecto- Contesto tendiéndole el dinero a la vez que huelo el vaso de plástico para llevar.
  • ¿Qué tal la vainilla de ayer?
  • Deliciosa. Uno de mis preferidos. Aunque ya he perdido la cuenta entre tanto café…

Daniel lleva más de un año sirviéndome cada día un tipo distinto. Sorprenderme se ha convertido en un juego para los dos y , aunque el dependiente es bastante joven para mi, el coqueteo es otra de nuestras costumbres. Sin ninguna mala intención… 

DUMBO, mi nuevo barrio, nada tiene que ver con el caótico Upper West Side pero tampoco tenía nada que envidiarle. A mi me había cautivado desde el principio. Reconozco que lo elegí por su sombra , DUMBO, como mi película de Disney Favorita aunque en la realidad no guardaba ninguna relación con los dibujos animados. En realidad su nombre venía de la abreviatura “Down Under Manhattan Brige” (Algo así como Bajo el Punte de Manhattan) pero los neoyorquinos habían acabado añadiendo una “o” al final de la palabra para no tener un barro que se llamara “DUMB” que significa tonto. Todo esto me lo contó Gin mientras , una tarde hacía ya más de un año , buscábamos casa por la zona. Después de dejar la revista me dieron un mes para desalojar el apartamento pero yo quería irme lo antes posible y perder de vista a cierto vecino indeseable al que no quería ni ver. Por eso decliné la oferta de Ginebra de irme a vivir con ella hasta que encontrase algo mejor, vivir en el piso de enfrente no hubiera tenido demasiado sentido , y busqué una casa de alquiler no muy lejos de la zona. Pasé unos meses sabáticos viviendo con lo que había ahorrado todos esos años, tenía gracias a Dios un buen colchón del que tirar, y me dediqué a dar largos paseos matutinos por el parque y a pasar las tardes entre el gimnasio y las clases de pilares. Lo que viene siendo una purga física y emocional. Ginebra no me dejó sola ni un momento. Aun no sé como agradecer la paciencia que tuvo conmigo. Creo que cualquier otra persona, incluso yo misma, me hubieran enviado a freír espárragos en su lugar pero ella no lo hizo sino que lejos de eso fue la amiga más comprensible del mundo… Una amiga como Dios manda . Una amiga que yo , por ejemplo, no soy. Me dio mi tiempo para reencontrarme a mi misma sin prejuicios ni consejos baratos. No me juzgo en ningún momento ni me repitió ochenta veces que estaba echando mi futuro a perder como hizo mi madre. Ni me dejó en visto después de enviarle la biblia en verso como hizo Lena. Pero eso es otra historia de la que ya habrá tiempo para hablar.  Unos meses después del principio de mi caos y de mi estabilización emocional , de repente, una tarde salí de mi standby y decidí que era el momento de hacer algo con mi patética vida. Pero no porque me lo dijera nadie sino porque yo solita lo había decidido. Fue una tarde , como decía antes, en la que veía el Diario de Briget Jones por enésima vez y la idea de que dedicarse a planear bodas molaría pasó por mi mente como un relámpago de esos que dejan eco. Lo vi claro, siempre me había gustado jugar a esos rollos. De pequeña Lena siempre era la que se casaba con mis muñecos y yo la que organizaba el evento. ¿Por qué no hacerlo realidad? No tenía nada que perder, al menos no más de lo que había perdido ya. 

Encontrar un buen local me llevó un par de semanas. Ahí fue cuando conocí Bristols, a Daniel y a sus increíbles cafés adaptados a mis estados de ánimos. El primer día que entré al local me senté junto al cristal para ver a la gente pasar mientras me bebía mi café y , sin querer, vi a lo lejos un edificio que me llamó la atención. Era un edificio blanco que desentonaba con el resto de construcciones de ladrillo visto que había a su alrededor. Cuando lo mirabas lo primero que pensabas es que no pegaba nada ahí. Como si se hubiera equivocado de esquina o no encontrase su sitio. Era perfecto para mi.

  • Hola. ¿Qué desea tomar la señorita?- preguntó un Daniel entonces desconocido. - ¿Hola?
  • Perdona… Un café con leche y una pizca de canela.
  • Mmm, café con especias. Eres de las mías entonces.
  • ¿De las tuyas?- pregunté todavía distraída.
  • De las que arriesgan con el café. A mi me parece muy aburrido tomar el mismo café todos los días. 
  • ¿Entonces tomas un café distinto cada día de la semana? ¿Cada semana del mes? ¿Cada mes del año?... Es imposible.
  • En realidad no lo es. Aunque a mi me gusta más reservar un tipo de café para cada estado de ánimo. No me subestimes… soy capaz de pasar muchos estados distintos en un solo día.- añadió

Sentada desde aquella mesa fue donde vi el local que se imponía al otro lado de la calle. Un edificio moderno en mitad de tanto ladrillo visto y tanto almacén convertido en presuntuosos loves        . Era blanco, con ventanales enormes y unas macetas de vividos colores que coronaba su fachada. Fue amor a primera vista. Incluso desde la cafetería podía ver el cartel de se alquila cortado junto a su puerta. Sentí como me daba un vuelco el corazón. Estaba nerviosa y ansiosa a partes iguales. Dejé un billete sobre la mesa y salí como alma que lleva el diablo ante la atónita mirada de Daniel. Aun tengo dudas sobre cuanto dinero dejé sobre la mesa , prefiero no pensarlo. 



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En el texto hay: rencor, celos, amor

Editado: 11.10.2021

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