CAPITULO 7: CAMICACE EMOCIONAL
Ginebra se pasó en mi casa una semana. Usurpó el sillón y fue imposible convencerla de que se alojara en uno de los cuartos que quedaban libres. Mi casa no es ningún palacio, pero es más grande que la anterior y cuenta con tres dormitorios bien hermosos. Uno es de Lena y el otro es mío asique el tercero queda libre para visitas inesperadas como la de Ginebra. Pero ella se empeñó en que en el sofá estaba cómoda asique nos tuvimos que resignar. Paso a relataros el panorama de Ginebra deprimida. No se duchaba, porque no se le apetecía, y sus converse que estaban usadas hasta la saciedad reposaban en el suelo del salón inundando toda la estancia con su olor a rancio. Si te sentabas a cenar en el sillón de al lado de repente te encontrabas con sus pinreles desnudos y poco aseados encima de la mesita auxiliar a escasos centímetros de tu cena. Si te apetecía ver la tele en el salón era imposible porque Ginebra se pasó toda la semana con el mando a distancia escondido bajo su culo y cualquiera metía la mano ahí debajo dadas las circunstancias. Si intentabas convencerla de que pusiera algún canal que quisieras ver te decía que estaba demasiado deprimida y que cómo podíamos ser tan egoístas de quitarle su serie favorita de Netflix. El Netflix estaba conectado cada hora del día y cada día de la semana. Me dio miedo que me llamaran de la compañía para aumentarme la cuota por exceso de uso. Increíble. Y así toda una semana entera con todos sus segundos, minutos y horas. Mientras tanto seguía sin soltar prenda de nada de lo que había pasado. Hasta se cogió la baja para no ir a trabajar. Quien dice baja dice mandar un mensaje al entrenador para decir que no iba esa semana porque se encontraban indispuestas con algo que no sabia qué era pero que se contagiaba. Supongo que, en el equipo, que ya la conocen tanto como yo, estarán resignados. Lo único que me ratificó, mas o menos, mis sospechas desde que Ginebra podría estar sufriendo mal de amores fue ver que se pasaba las veinticuatro horas del día con el teléfono móvil. Es decir que ni si quiera veía la tele, aunque ella decía que sí, que con un ojo.
Sonreí para restarle un poco de importancia a lo que acaba de decir, pero en mis comentarios de coña siempre hay un veinte por ciento de verdad. Aunque no lo he calculado bien y podría ser que incluso más.
Para Elena era tan imposible que Ginebra se enamorara como que le tocara la lotería asique imaginaros el grado de incredulidad al que llegaba. Pero las evidencias eran las que eran y estaban ahí, delante de nuestras narices.
Y era cierto porque Gin era tan impredecible que siempre vivía las historias más raras en los sitios menos imaginables. Cuando la conocí pensaba que se lo inventaba, pero, con el tiempo, descubrí que era cierto. Todas las historias que me contaban habían sucedido de verdad. Siempre he insistido en que escribiera un libro, se forraría. Pero como se le da tan mal expresarse he intentado que me conceda los derechos de autor. Estoy trabajando en ello.
Lena gestionaba los emails de la cuenta de empresa mientras yo organizaba las facturas que habíamos generado en el último mes. Poco a poco iba delegando en ella más asuntos legales sin que se diera demasiada cuenta porque se negaba a retomar su viejo oficio. Decía que le parecía una ocupación demasiado banal y que no estaba en sintonía con su nuevo yo. No quería decirle que había perdido totalmente la cabeza así que lo dejaba estar mientras la engatusaba para que hiciera trabajillos legales que me iban surgiendo.
Llevaba alrededor de dos semanas esperando a que aquella arpía aceptara las propuestas que le había enviado tras nuestra última reunión. Había dejado pasar tanto tiempo que empezaba a pensar que había buscado una opción mejor. Alguien más experimentado y entendido que yo. Con más nombre. Así funcionaban por estos lares. Todo se manejaba en función a los contactos y al estatus social, aunque el trabajo fuera una autentica porquería. Pero aquella mujer estaba demasiado interesada en que alguien como yo, con una inexistente reputación social, se hiciera cargo de la boda de su hijo y yo no conseguía entender por qué. Había llegado a pensar que era por fastidiarme pero ¿Qué interés podía tener en eso? Con el tiempo descubrí que las personas hacen las cosas más insospechadas solo por puro aburrimiento.