Mi Perfecto Caos

CAPITULO 8: UN REENCUENTRO POCO COMUN

Me había levantado bien temprano para no dejar ningún detalle a la casualidad. Me di un baño relajante con sales de fruta. Me apliqué una mascarilla de aloe vera que había pedido por internet como muestra gratuita y me hice la plancha en el pelo por primera vez desde hacía… ni me acuerdo. Me puse uno de los trajes que tantas veces me había puesto para la oficina. Suerte que los tenía porque me venían al pelo para este tipo de visitas. Cuando me coloqué frente al espejo me di cuenta de que me quedaban mucho mejor que entonces. No es que haya sido nunca una chica entrada en carnes pero si es cierto que en el último año había adelgazado bastante. Me fije en que el pantalón de cintura alta y cremallera lateral me hacía un culo de infarto y decidí que, sin lugar a dudas, era el modelo ideal para la ocasión. Por si… no, mejor ni pensarlo. Solo con que la idea me rondara la mente mi corazón se descontrolaba con furia. Podía jurar que incluso dolía de la velocidad a la que latía. El pelo suelto no me terminaba de convencer demasiado asique probé con varios recogidos hasta que di con un moño bajo que no me quedaba nada mal y algunos mechones de las patillas al aire.

No quise servirme el desayuno para no despertar al personal. Había quedado en que me pasaría por la oficina a primera hora para recoger el material que necesitaba y saldría después hacia mi visita. Lena abriría a la hora de siempre y montaría guardia por si algún cliente inesperado hacia acto de presencia. Algo que no había ocurrido en las últimas semanas, la verdad. Me serví un café con leche en mi taza para llevar y salí casi de puntillas aguantando incluso la respiración. Si Ginebra se despertaba me agobiaría con sus preguntas y me pondría más nerviosa de lo que ya estaba.

Las tres horas hasta los Hampton se me hicieron corta. Entiendo que por el deseo de no llegar nunca. Conforme me iba acercando mi valentía se disipaba a un ritmo preocupante. Me fui haciendo cada vez más pequeña y, por primera vez, eché en falta que mis amigas no me hubieran acompañado como soporte moral. Pero claro, teniendo en cuenta que les había ocultado todo el asunto… Imposible involucrarlas porque pensarían que había perdido totalmente la cabeza y, lo había hecho.

La casa seguía en el mismo lugar donde la dejé la última vez. Cuando intentaba recordarlo me parecía que habían pasado años, muchos más años de los que en realidad hacían, y me parecía tan remoto que era casi irreal. De hecho a veces dudaba de mis propios recuerdos sin saber lo que había sucedido en realidad. Efectos de todo el alcohol que había bebido para olvidar.

Cuando llamé al portero automático que flanqueaba el paso tuve que sujetarme una mano con la otra porque estaba hecho un auténtico flan. La voz del mayordomo, como no, sonó al otro lado y me abrió enseguida porque seguramente estaba avisado de mi visita. Crucé el camino que separaba la entrada de la casa principal observando cada detalle que había a mi alrededor. Todo estaba exactamente igual que lo recordaba excepto por mí. Yo no era la misma. El hombre, que se llama Edward por cierto, salió a recibirme al porche y su gesto cambió como si me hubiera reconocido. Pero yo que quería seguir en mi fingido anonimato me hice la sueca, que es lo que suele decir mi madre cuando alguien se hace el tonto, y me apresuré a preguntar por la señora de la casa. Edward me hizo pasar conduciéndome al jardín trasero, que era aún más flipante que el delantero, regalándome discretas miraditas que no hacían más que avisarme de que me había reconocido. Pero a mí me daba igual y pensaba seguir en mi papel de hermana gemela, total, que más me daba.

Mi clienta me esperaba en una hamaca con sus carísimas gafas de sol, su pamela, su copa en la mano a pesar de ser las diez de la mañana y su indiferencia. Miré instintivamente el reloj. No pude evitarlo porque me debatía entre decidir si lo que veía era normal o puro postureo. Debo señalar que yo llevaba un jersey de cuello alto bajo el bléiser de mi conjunto. Y esa tía iba en un puto bañador con una pamela en la cabeza. Se giró de manera casual para mirarme. Como si el mayordomo no le hubiera avisado de mi llegada. Como si jamás hubiéramos quedado a las diez en punto y yo me hubiera presentado sin avisar. Tan ella. En su justa línea.  Recordé cuanto la detestaba, de nuevo, y tuve que pensar en la sustanciosa suma de dinero que me había llevado hasta allí.

  • Buenos días- saludé con mi sonrisa más falsa.
  • Buenos,  días querida. Supongo que ya habrás repasado el email que te mandé con algunas puntualizaciones que me gustaría que se cumplieran- me gustarían me dice, como si tuviera elección- Son meros detalles. Eres libre para trabajar a tu manera, por supuesto, siempre que me mantengas al corriente.

Me resultaba curiosa la dualidad de sus palabras. Haz lo que quieras pero con mi consentimiento. Eso era lo que me estaba diciendo al fin al cabo. Me daba igual. Por ese dinero estaba dispuesta a menear el rabito si era lo que quería de mí.

  • Edward te mostrará la casa. Puedes tomar las medidas que necesites y mirar cuanto te sea necesario. Lamentándolo mucho yo debo salir. Tengo un compromiso ineludible en la sociedad de mujeres americanas. Pero siéntete libre de hacer cuanto necesites, querida.
  • Claro, señora.

Si mis sentidos no me fallaban, y creo que no, la mujer estaba haciéndose la sueca todavía más que yo. Acaba de fingir que jamás había estado en aquella casa pero por mucho que disimulara yo estaba segura al cien por cien de que me había reconocido. Igual de segura que Edward sobre mí, que no paraba de observarme con ojos inquisidores. Acepté el tour que me hizo por la casa, siendo una chica obediente, y me disculpé una vez que la visita llegó a su fin con la excusa de que necesitaba tomar algunas medidas y recoger algunas observaciones por mi cuenta. Cuando me desmarqué del dichoso hombre me dirigí instintivamente a la planta de arriba. Tercera habitación a la izquierda lo recordaba perfectamente. Entre abrí la puerta y asome la naricilla para comprobar que no hubiera moros en la costa. Me hubiera muerto de la impresión, allí mismo, si hubiera sido de otra manera. Sentí un escalofrío helado por toda la espalda al comprobar que todo estaba exactamente igual que aquella vez. Casi podía ver la silueta dibujada que nuestros cuerpos habían dejado sobre la cama pero, entonces, unas voces me devolvieron a la realidad y abandoné el cuarto antes de que alguien me descubriera allí.



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En el texto hay: rencor, celos, amor

Editado: 11.10.2021

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