Capítulo 28: Dudas que nublan el alma

Llevo días intentando mentalizarme de lo que va a suceder. Voy a casarme. Lo de este fin de semana es solo una preboda que es como llaman a una falsa boda sin ningún tipo de legalidad, pero dentro de una semana estaré caminando hacía el altar y nadie me librará de convertirme en marido.

Aquí estoy, sentado en una de las baquetas de mi piso mirando por el enorme ventanal hacía una ciudad vacía. Todo lo vacía que pudiera estar a las cuatro de la madrugada una ciudad que no duerme. Como yo. Llevo días sin dormir, creo que llevo todo el mes sin hacerlo. Aunque si me paro a pensar no recuerdo ni un solo día que haya descansado bien. Que me haya sentido en paz. Desde que tomé los mandos de la revista vivo atormentado. Atormentado por la sombra de una persona que ni si quiera existía para mí. Podéis imaginaros. Becario que se convierte en director general. Toda una bomba. Pero si además le añadimos becario que se convierte en director general y sustituye a su amante la cosa ya se pone más sería. Fue un infierno. Aguantar las miradas, los cuchicheos y los juicios morales para alguien como yo, que había huido durante años de todo esto, fue de verdad un infierno. Y por escapar de él y por evadirme de todo aquí me veo. Sentado en el salón de mi casa. Bebiendo sin ningún tipo de justificación. Descalzo y en calzoncillos. Creo que la definición correcta sería asustado. Muy asustado en realidad. Pero el problema, el quid de la cuestión, es saber si también estoy arrepentido.  Yo he intentado autoconvencerme de que esto es lo que quiero porque es lo correcto, pero empiezo a creer que ambas cosas no tienen porque ir de la mano. Que lo que quiero y lo que es correcto no están ligados. Pero no consigo sacar nada en claro y lo único que hago es dejar pasar el tiempo como si por hacerlo las cosas pudieran solucionarse solas.

Que valiente, ¿verdad? Sigo siendo igual que siempre. Como decía ella. Una persona que no toma decisiones. Así me va. Es curioso, pero es en lo único que mi madre está de acuerdo con Laura. Quién podría imaginar que ambas coincidieran en una misma cosa.

Una tarde en la que Lexy no estaba cerca la abordé. Necesitaba que me explicara de una vez por todas que se traía entre manos con toda esta historia de que Laura organizara mi boda.

• Mama tenemos que hablar.
• Cariño puedes estar tranquilo- contestó con esa altanería que la caracterizaba. Sin ni si quiera dignarse a mirarme. Ojeaba una revista sentada a la mesa del jardín- Está todo listo para este fin de semana. Pago muy bien para que alguien se ocupe de todo y así tú puedas relajarte.
• De eso mismo quería hablarte- contesté apoyando las manos sobre la mesa. Quería obligarla a mirarme. – Quiero que me expliques de una vez por todas por qué contrataste a Laura mi boda.

Ella me miró, al fin, por encima de sus gafas de sol y me dedicó una sonrisa despreocupada. Estaba tranquila, al contrario que yo mismo que me temblaban hasta las piernas. 

• Ya hemos hablado de ello, hijo. Quería contratar algo diferente, algo distinto a lo que se ve en esta ciudad. Cuando la encontré ni si quiera sabía de quién se trataba. Tienes que creerme.

Un discurso muy convincente si no habláramos de mi querida mamá. Ella, al igual que mi padre, lo saben todo. Lo manejan todo. Tienen una buena mafia a sus espaldas que se encargan de mantenerlo bien informados. Sobre todo, de aquellas personas con las que hacen negocios, Ah, y de la vida de sus hijos. Que no se nos olvide.

• Claro. La encontraste inocentemente. Pero una vez que averiguaste quién era seguiste adelante. ¿Por qué? Y no me digas que no la recordabas porque tú jamás olvidas una cara. Si te conviene.

Dio un sorbo a su limonada sin dejar de sonreír. Como me sacaba de quicio esa sonrisa irónica que caracterizaba a mi madre. Fría e hiriente como el filo de una navaja.  Me hizo un gesto para que me sentara frente a ella. No quise discutirle porque me convenia terminar esta conversación cuanto antes así que lo hice. Sin dejar de mirarla en ningún momento como para presionar un poco más, aunque presionar a una maestra es un poco complicado.

• Hijo, no entiendo a qué viene tanto dramatismo. Cuando me dijiste que te ibas a casar te hice una sola pregunta, si estabas seguro. ¿Y qué me contestaste?
• Que sí.
• Que sí… exactamente. Joven, talentoso y con una carrera de lo más prometedora por delante, pero tú, como siempre, no tenías suficientes. Al principio creí que algún plan de los tuyos para molestarme, pero preferí pensar que no era así.
• Claro, porque todo tiene que girar siempre alrededor de ti- le interrumpí.
• Al contrario, querido, cuando se trata de ti todo debe girar a tú alrededor. Y cuando no es así, cuando no crees tener la suficiente atención te la buscas generando situaciones un tanto… inoportunas. - no me dejó protestar ante tales acusaciones- Te marchas para estudiar lo que te da la gana dejando a tú padre tirado con tu empresa pero aún así te apoyo y te sigo pagando todos tus caprichos a sus espaldas; Vuelves para buscarte tú solito un futuro y te acojo en nuestro apartamento; te lías con tu jefa, montando un escándalo y avergonzándonos nuevamente pero , una vez más, me encargo de que los rumores desaparezcan y, por si fuera poco, tú padre te pone al mando de una revista un puesto que , siendo sinceros, no te merecías. Y ahora, que todo parecía fluir sin más llegas y dices que te casas. Que te casas con una chica que lleva media vida detrás de ti y que nunca te ha interesado lo más mínimo. Y no puedes decirme que no, te conozco Gabriel.
• Las cosas no son así…
• ¿Ah no?
• Exageras todo, como siempre.

Mi madre se cruzó de brazos mientras me sostenía la mirada. En su rostro podía apreciarse el triunfo por haber dado una estocada maestra. Como si luchar en una guerra acusaciones contra su hijo le provocara placer. Y seguro que se lo provocaría. Mi madre no hace distinciones hacía un buen contrincante.

• Quizás si no os hubierais pasado la vida presionándome para convertirme en lo que querías no hubiera tenido que marcharme y todo lo que ha venido después nunca hubiera pasado.
• Culpar a los demás de nuestros errores es señal de debilidad. Os lo he dicho siempre. – se apoyó sobre la mesa acercándose un poco más a mi- Te lo volveré a preguntar. ¿Estás seguro de lo que vas a hacer?