Mi Perfecto Caos

CAPITULO 34: Divinas de la muerte.

Mis padres llevaban dos días llamándome pero yo no les cogía el teléfono. Me excusaba con algún whatsap típico de esos de “ando a toda prisa”, “Voy a entrar en un ascensor”, o “llevo las manos ocupadas para contestarte aunque no para enviarte un mensaje”. 

Excusas. Que es de lo que se llenaba mi vida. Excusas tontas, ridículas y muy cobardes que demostraban que no había evolucionado lo más mínimo con mi gurú de YouTube. Pero hablar con mis padres, con mi madre sobre todo, implicaba un amplio interrogatorio del que no tenia ganas. Me sentía sucia. El beso con Gabriel se me había atravesado en la boca del estómago haciéndome el día muy incómodo. Pero no más incómodo que tener que cruzarme a la novia cada dos por tres. Se encontraba pletórica. Dando ordenes a diestro y siniestro. Con todo el mundo pendiente de ella. Dos peluqueros, un maquillador y un estilista personal cuya función aun no me quedaba del todo claro. 

  • A ver princesas- nos dijo nada más vernos aparecer por la habitación-  El vestido me colgáis aquí y os sentáis a esperar vuestro turno.
  • ¿Nuestro turno?- preguntó Elena mientras peleaba con alcanzar la percha.
  • Para acicalaros ricuras. 

El estilista era la viva imagen de un estilista neoyorquino. Bien peinado, bien vestido, con un moreno totalmente artificial y exagerado, una pluma que podía haberlo hecho volar y muchísimo carisma. Nos miraba desde detrás de unas gafillas que, con total seguridad, eran de pega. Parte del outfit y nada más. La mano apostada en la cintura con una pose muy natural. Nos analizaba de diversas maneras mientras nos observaba sorprendido. 

  • ¿No pensareis aparecer con esa pinta en la cena verdad?
  • ¿Qué tiene de malo nuestra pinta?- preguntó Ginebra con una indignación muy real. Odiaba que se metieran con su forma de vestir.
  • Eso…¿qué tiene de malo nuestra pinta?- repitió Elena mientras se miraba disimuladamente en el espejo.

Ginebra había optado por un vestido super ceñido, y muy corto, quizás muy adecuado para una noche en el club pero nada adecuado para una cena de gala. Elena, mucho más recatada y tradicional, se había colocado un vestido negro y palabra de honor que la hacía parecer aun más pálida. Yo siempre he sido defensora de los estilos personales. Cada uno y cada una va como le da la real gana. Pero es cierto que también he aprendido algo de protocolo y lo suelo poner en practica. Me limito a eso, ya que mi conocimiento de la moda es inexistente. 

  • A ver queridas- dijo el estilista ajustándose las mini gafas sobre su enorme nariz. El contraste resultaba ridículo-  podría estar discutiendo con vosotras de moda hasta el amanecer. Pero, aunque nunca suelo perder la oportunidad de salvar a un alma perdida de las garras del horterismo, hoy debo limitarme a deciros que la novia a elegido unos vestidos para vosotras. 

Aquel maniquí ostentoso y sobrecargado nos acababa de llamar horteras en nuestras getas. Era la primera vez en mi vida que me ocurría algo así. Lo juro por la cobertura de mi móvil. Que es algo con lo que yo no bromeo. 

  • Perdona pero he dirigido una revista de moda – le solté con cierto resquemor, sacando algo de pecho.
  • ¿En serio?- me preguntó él con bastante asombro nada fingido- ¿Y no aprendiste nada?
  • Serás…
  • Bueno, bueno, vamos a ver- intercedió Ginebra- ¿Qué es eso de que hay ropa para nosotras? ¿Qué somos, damas de honor?

Si Ginebra no se hubiera metido por medio le habría arrancado las gafas de un manoteado a aquel engreído saberlo todo. Y eso que no soy nada agresiva. En mi vida prima la paz y la armonía ante todas las cosas. Pero aquel engendro, imitador de Balenziaga de tres al cuarto, había terminado con mi paciencia en tiempo récord. 

  • ¡Samira!- llamó el maniquí- Los vestidos.

Una morena imponente, con una delantera de escándalo, apareció desde la habitación contigua, que hacía las veces de salón, con tres amasijos de tela violeta por las que asomaba más tul del que jamás podrías verle a una bailarina de ballet. Faltan palabras en mi vocabulario para poder describir semejante mierda. Perdona mi expresión, pero no hay una palabra que lo defina mejor. Lo exterioricé casi sin ser consciente de ello:

  • Que gran mierda…
  • Yo no pienso ponerme ese vestido- protestó Ginebra- Laura, que no me lo pongo. 
  • Pareceremos amapolas andantes- escuché decir a Elena.
  • ¡Qué yo no me pongo ese vestido!-gritó Ginebra- ¿Quién lo ha elegido? ¿Un teletabi?
  • Ágata Ruiz de la Prada tendría mejor gusto- sentencié.
  • Lo ha elegido la novia- aclaró el maniquí , como yo le había bautizado, con el ceño fruncido- Que conste que yo no he anticipado en la elección.

Que el vestido era una mierda estaba más que claro. Incluso el propio estilista tenía que reprimir las arcadas cuando lo miraba. Juraría que evitaba tenerlo en su campo de visión. Ese vestido era una vénganla aunque no sabría decir muy bien por qué. ¿Por existir quizás? ¿Por haber compartido cama con su futuro marido? ¿Por haber sido una persona importante para Gabriel? Pues no quería yo imaginar lo que nos hubieran traído si llega a estar al tanto de los últimos acontecimientos.

A la novia debieron zumbarle bastante los oídos porque apareció en ese momento con la cabeza llena de rulos gigantescos y un albornoz blanco con el loto del hotel bordado en el pecho. Se cruzó de brazos mientras nos miraba con cara de muy pocos amigos. Nosotras le hicimos un poco de frente aguantándole la mirada sin pestañear. Con menudas había topado la muy…

  • ¿Hay algún problema con los vestidos?- preguntó si tapujos.
  • El único problema es que no vamos a ponérnoslo- contestó Ginebra.
  • Discrepo. Yo creo que sí que os lo vais a poner.
  • Pues eso es creer demasiado bonita.

Contemplando aquel cacareo de cerca, llegué a la conclusión de que yo debería de haber tomado las riendas de la conversación. No solo por ser la jefa y la persona que debía dar la cara sino también por evitar que Ginebra consiguiera que nos despidieran a una semana del gran día. Lexy estaba roja de furia. Apretaba los puños y los labios como una cria mal criada a la que cañarán de negarle un juguete. Le faltaba tirarse al suelo y patalear. Pero aun así, siendo coherentes, aquella guerra ya tenía un claro ganador desde el principio. La novia siempre tiene la razón.

  • Os pondréis ese vestido y no se hable más- contestó irritada- No tenéis derecho a voto.



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En el texto hay: rencor, celos, amor

Editado: 11.10.2021

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