Mi Perfecto Caos

CAPITULO 39: La mala inconsciencia. 

                                         

Cuando uno huye de sus demonios lo que menos quiere es que le encuentren. Poner tierra, aire y mar entre tus demonios y tú es fundamental. Despistarlos. Adoptar quizás una nueva identidad o , como mínimo, una nueva vida. Hay que romper con el pasado y con los lazos que te unen a él. Al principio es duro, te sientes perdida pero no más que cuando vives una vida que no te pertenece. Si yo había aprendido algo era que cualquier esfuerzo desata una recompensa.

  • Elena, ¿me estás escuchando?

Arturo llevaba cerca de veinte minutos hablando pero yo no le oía. Ni si quiera estaba allí en esa habitación. Puede que mi cuerpo sí pero no mi mente. Mi mente estaba dos años atrás. Cuando una chica perdida se hizo una promesa, que sus demonios jamás la encontrarían. Pero aquí estaba él. 

  • Elena te he buscado durante muchísimo tiempo. 
  • Pero yo no quería que me encontraras.
  • ¿Pero por qué? ¿Por qué ni si quiera me diste la oportunidad de hablar contigo? Una conversación Elena, no te pedía nada más. 
  • No había nada que tuvieras que decir que me importara.

Sonaba fría. Tan fría que mis palabras podían cortar. Yo lo sentía y el también. Pero no me daba pena. Había superado esa etapa, el tiempo. Lo había dejado atrás y ahora era una mujer nueva y renovada. Había cortado mis lazos.

  • ¿Por qué eres así Elena? ¿Por qué me tratas así? Pareces otra reseña, no te reconozco.
  • Lo soy Arturo. Soy otra persona. Una que se quiere y se respeta. 
  • ¿A caso yo no te quería y te respetaba? ¿Estás diciendo eso?- preguntó Arturo muy sorprendido por la frialdad de mis palabras.
  • Si tu mujer no nos hubiera pillado, Arturo, no estarías ahora siguiéndome. Durante el año que estuvimos acostándonos jamás te interesó una relación conmigo. Admítelo.
  • ¿Y a ti sí? Por Dios, ibas a casarte. Llegaste a dar el sí quiero.
  • Intenté seguir con mi vida-  me defendí.
  • Huiste del país.
  • Rompí con los lazos que me ataban al pasado.

Arturo puso los ojos en blanco a la vez que chasqueaba su lengua. Era un gesto que me sacaba de quicio. Un recurso muy utilizado cuando quería hacer ver que yo había dicho una tontería. 

  • ¿Ahora eres un alma libre o algo así? ¿Te has hecho budista?
  • Que tendrá que ver la carne con el pescao – recité imitando a la madre de Laura. Significaba algo así como <<qué tendrá que ver una cosa con la otra>>- lo único que sé con seguridad es que soy libre. Libre de ataduras, de agobios, de penurias ya de ti.

Concluí cruzándome de brazos aguantando su mirada incrédula. Arturo no estaba acostumbrado a ver en mi a una chica fuerte con determinación. Ni si quiera yo me acostumbraba a verla. Esta nueva yo, había surgido en Manhattan. Había surgido con Ginebra. O quizás gracias a ella. Su recuerdo me produzco un pellizquito en el estómago. Me puse nerviosa. La había visto con aquella chica y … sabía quien era ella. ¿Debía preocuparme? O mejor dicho, ¿Tenía derecho a preocuparme? No sé si eran celos, nunca los había sentido por suerte, pero una quemazón crecía en mi interior. De repente solo quería salir de allí. Correr a buscarla. Arturo seguía a mi lado, balaba, pero para mí era como si no estuviera. Solo me importaba lo que me importaba. 

  • ¿Ele? ….¿Elena?- insistió él ante mi ausencia- Elena por favor, no lo hagas. 
  • ¿Hacer el qué?- no le entendía, no entendía a qué se refería, y eso me había hecho volver.
  • No lo dejes pasar. Teníamos algo especial. Solo contigo me sentía bien. No sabría explicarlo pero cuando estábamos juntos era yo.

Y entonces empecé a recordar. Las noches en vela riéndonos de todo y de nada a la vez. Las Coca Colas compartidas y las bolsas de gominolas desafiando al cuerpo humano. Las noches d peli, manta, sofá y caricias que saben a casa. Las miradas cómplices que solo dos personas que guardan un secreto tal como el nuestro podían dedicarse. El sexo placentero, electrizante y dulce. 

  • Solo contigo me he sentido pleno, Elena, lo que me hacías sentir no lo he sentido nunca.- me insistió.

Y yo sonreí. Porque mi mente seguía en aquel sillón. Explorándonos. Descubriéndonos con cada beso, con cada caricia. Transmitiéndonos una electricidad placentera de esas que acaban en la entrepierna y más allá. Intenté perderme en su recuerdo. En uno de los últimos días cuando al mirarla a los ojos entendí que jamás podría sentir aquello por ninguna otra persona.

Salir corriendo. Huir de allí era lo que necesitaba. La ansiedad se fue apoderando de mi. Necesitaba aire. Sé que exteriorice mis sentimientos , que la agonía dominó la situación y que Arturo se acercó a mí preocupado mientras me decía que me tranquilizase y que respirara muy hondo.  Pero lo que yo necesitaba no era respirar sino encontrarla. Lo antes posible. Y sin darme cuenta había salido corriendo como una posesa en dirección al último lugar donde la había visto. Me repetía una y otra vez que por favor no fuera demasiado tarde, mientras la buscaba como una loca, pero no conseguía encontrarla. Por allí no quedaba demasiada gente, casi todos ocupaban la zona de baile y mojitos, pero aun así no conseguía verla. Era frustrante. 



#34026 en Novela romántica
#5597 en Chick lit

En el texto hay: rencor, celos, amor

Editado: 11.10.2021

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.