Cuando Laura me pidió que me quedara a cargo del local, aquella mañana, no me resultó extraño. El gran día, el día equis de Gabriel, asomaba ya por la esquina y mi amiga estaba histérica. No era el momento idóneo para hablar con ella sobre los motivos reales de tanto nerviosismo pero ganas no me faltaban. Ella lo achacaba todo a la envergadura de la boda y a la repercusión social y económica que supondría para la empresa pero yo estaba segura de que había algo más. Laura siempre ha sido un libro abierto, al menos para mí , y me bastaba mirarla a los ojos para saber que algo no iba bien . Que en su interior se estaba librando una batalla emocional y sentimental. Me sentía egoísta por haber estado tan espesita los últimos días. No sabría explicar lo que me sucedió, nunca pierdo los nervios de esa manera, pero eran días difíciles para todos. Supongo que no tener noticias de Ginebra tampoco ayudaba. Pero empezaba a acostumbrarme a su ausencia. Al menos eso es lo que me gustaba repetirme a mí misma.
Martin acaba de aparecer por la puerta. Venía cargado de bolsas , de lo que supuse sería algún encargo, con su hipnotizadora sonrisa a cuestas. Creo que no me había fijado demasiado, pero era guapo el desgraciado. Solo había conocido a una persona con genes tan despampanantes en toda mi vida. Y esa persona había sido Gabriel.
Martin me miró sin pestañear.
Y era cierto. Éramos las dos personas que peor llevaban el tema de madrugar. Recordé que en el buffet no se atrevían a saludarme por las mañanas. Cuando me veían pasear con la taza de café entre las manos era otra cosa. La taza de café delataba que ya estaba preparada para recibir sonrisas ficticias. Laura era una pieza más difícil de roer. A ella no se le podía hablar hasta pasadas las una de la tarde. Yo lo sabía, y por lo visto Martin también. Eso me hizo preguntarme cuanto tiempo estarían pasando juntos y como de en serio iría su relación. Me di cuenta de lo poco que habíamos hablado últimamente sobre ella y eso me hizo sonreír. Mi amiga era maravillosa, no me malinterpretéis, pero siempre había sido algo egocéntrica por lo que solo hablaba de ella una y otra vez. Para colmo era Géminis , por lo que acostumbraba a exagerarlo todo un poco demasiado.
Para mi sorpresa, Martin rompió en una sonora carcajada de la que le costó recomponerse. Se reía tanto, y durante tanto tiempo, que llegué a sentirme un poco fuera de lugar. Porque vale, si, meterse con esa mujer era divertido pero tampoco eran apodos tan originales como para reírse así.
Le observé juguetear con unos albaranes. Si no me pareciera algo imposible habría jurado que estaba nervioso. Pero Martin no era de esos chicos impresionables. Martin era más bien de los que causaban temblores en los demás. De los que impresionaban solo con su presencia y te hacían sentir pequeñito al estar en la misma habitación que él. La antítesis personificada de mi mejor amiga. Y, sin embargo, ahí estaban los dos. Juntos. Era el segundo Dios griego que mi amiga se ligaba. Quizás si me quedaba más tiempo en la ciudad podría correr su misma suerte.
El muchacho casi se traga tanto con el agua que estaba bebiendo. Lo compadecí, porque entiendo que es una sensación desagradable cuando el agua se desvía por el orificio equivocado. Por educación dejé que se recompusiera antes de insistir con mi mirada y mis brazos en jarra. Mi lenguaje corporal era sencillo de entender, quería una respuesta y no me daría por vencida sin conseguirla.
Martin se dejó caer en la silla del escritorio restregando sus manos de manera compulsiva sobre sus rodillas. La vista clavada en las punteras de sus deportivas. Le había puesto en un aprieto, sin lugar a dudas, pero era la mejor manera de obtener una respuesta sincera y adaptada a la realidad. Había realizado pocos interrogatorios en mi vida, la mayoría durante mis años de practicas, pero son cosas que no se olvidan. Íbamos por el buen camino.