Mi Perfecto Caos

CAPITULO 43 : Por favor, no montes una escena 

 

Mi madre siempre decía que el aburrimiento es muy malo. Malo y peligroso. Que cuando el diablo se aburre, mata moscas con el rabo. Y aunque nunca he sabido exactamente qué significaba, estoy segura de que es lo que me ocurre a mí. 

Cuando me aburro hago cosas que nunca habría hecho. Cosas vergonzosas de esas que es mejor mantener en secreto. Cuando vivía en mi casa, en Madrid, solía disfrazarme de las maneras más ridículas. Posaba frente al espejo; hablaba sola, imitando que me entrevistaban por ser la diva del momento; incluso me maquillaba para la ocasión. Era patética. Pero me divertía de lo lindo. Con los años, mis atrevimientos han evolucionado peligrosamente. Disfrazarme en mi habitación se me queda pequeño así que ahora he adquirido la manía de disfrazarme en tiendas. En tiendas en las que nunca entraría a imperar. Bien porque son demasiado caras para mí o porque no van para nada con mi estilo. La semana pasada, por ejemplo, en mi tarde libre me acerqué a una tienda hipster muy famosa y me probé varios modelitos bastante atrevidos. Debo reconocer que los tirantes me dan un toque muy top pero me faltan ovarios para ir con ellos por la calle. Confieso que decidí ser mala y acabé comprando unos calcetines altos, de esos que te compras para que se vean, muy graciosos con unos monos tocando unos platillos. Los tengo escondidos bajo llave pero estoy dispuesta a usarlos uno de estos días. 

Esta tarde mis pasos me han llevado hasta una tienda conocida. Ha sido mi subconsciente porque juro que yo no he sido consciente de mi rumbo. Simplemente comencé a andar, hablando conmigo misma, hasta que me di cuenta de que había parado frente a su escaparate. Bergdorf Goodman. Una corriente de sensación me trepó por la espina dorsal erizando los pelos de mis brazos. Iba a darme la vuelta y a marcharme cuando me di cuenta de que una despampanante rubia me hacía gestos desde el interior. Shirly. Como no. Si Bergford seguía en el mismo sitio de siempre Shirly también. Pasé aunque no sé por qué lo hice. Podría haberme marchado por patas sin importarme lo que aquella rubia de portada pudiera pensar. Pero no lo hice. Error.

Shirly me recibió con su pinganillo en la oreja y su tablet en la mano. El interior seguía impresionándome tanto como el primer día. No recordaba dónde había leído que el edificio había sido una impresionante mansión de la que aun podían apreciarse multitud de detalles. Fue automático. Viajé al pasado convirtiéndome una espectadora de mi propia vida. Estaba allí, de pie, frente a la Laura de hacía dos años. A esa joven que se adentraba, sin saberlo, en la boca del lobo. Recordé cada sensación, cada cosquilleo. Su mirada clavada en mi nuca. Su sonrisa y mis nervios. Me sentí guapa, otra vez, poderosa. Recordé su aliento en mi espalda cuando me desabrochaba el vestido y el brillo de sus ojos. El de los míos. Me pase las manos por la cara para hacerme regresar.

 

  • Cuánto tiempo sin verla. Es un placer volver a tenerla entre nosotros- saludó Shirly con esa falsa amabilidad que le obligaban a mostrar- ¿Puedo ayudarla en algo?¿O quizás ha venido solo a mirar?

Creo que fue el tono de su voz lo que desató el demonio que llevo dentro. Odio que las personas presupongan sin fundamentos o me prejuzguen. Yo podría haberme permitido comprar allí de haberlo querido. Quizás no actualmente. Pero un día pude. Bueno, a lo mejor algunas cosas se me hubieran escapado del presupuesto. Pero bien podría haberme permitido un fular, quizás unos calcetines. Alguna camiseta informal. Aquella rubia de bote , por el contrario, solo hubiera podido comprar allí si le hacían un buen descuento de empleada. 

  • Pues mira Shirly, la verdad es que sí que vengo buscando algo. Pero no sé el qué. Me apetece algo nuevo, quizás algo formal o informal no lo sé. Supongo que hasta que no lo vea no lo tendré claro.

Le dediqué la mejor de mis sonrisas y su cara de espanto me creó un enorme placer. No me arrepentí de haber entrado. Shirly tuvo que sacarme de todo porque , lamentablemente, yo no acababa de decidirme por nada. Pantalones, vestidos, camisas, trajes… hasta le pedí que me enseñara algunas pamelas porque quién sabe si de repente me apetece completar el look con algo más atrevido. La tenía desesperada pero yo lo estaba gozando de lo lindo. Me estaba probando un ridículo vestido abombado con mangas gigantescas y unos zapatos que no le iban nada cuando el karma me dio una patada en la entrepierna.

  • ¿Laura?

Cuando mi mirada se cruzó con la suya mis piernas estuvieron a punto de doblarse por la mitad. 

  • ¿Qué haces? ¿Vas a una fiesta de disfraces?
  • Pues mira no. Pero tampoco creo que sea de tu incumbencia- sentencié de forma tajante.
  • Si quieres puedo quedarme para darte mi opinión…
  • ¿Por qué tu opinión me importa?
  • Porque tengo mejor gusto que tú…

Sonrió y yo no pude evitar hacerlo. Estaba hecha un espanto. Me había probado lo más feo de la tienda y había elegido complementos que desentonaban por completo pero lo había hecho con la única intención de divertirme. Aunque explicarlo no iba a ser demasiado sencillo. 

  • Vaya- dijo él- sto ha sido como retroceder en el tiempo.

M quedé callada. No supe que contestar y el silencio se volvió un poco incómodo.

  • ¿Te apetece un café?
  • Bueno no creo que sea …
  • Por favor- insistió.

Tuve que aceptar. En parte porque soy malísima negándome a la cosas pero creo que también me apetecía. Estaba un poco cansada de llevarme siempre la contraria y me apetecía un café. 

Subimos a una cafetería cuya existencia desconocía pero que era tan elegante como el resto del edificio. Estaba segura de que me invitaría al café, le conocía bien, y casi me sentí agradecida porque no estaba segura de poder pagar el precio de un café en aquel establecimiento. Quizás ni si quiera hubiera podido pagar un vaso de agua. Mi economía andaba un poco justa desde que había invertido todo mi dinero en un negocio que cada vez s e tambaleaba más. Culpa mía y de mis malas decisiones. Tenía que pagar el alquiler , si quería vivir bajo un techo, y Elena no se encontraba en condiciones de pagarme su parte. Lo cierto es que me ayudaba en el trabajo sin cobrar nada a cambio. Martin era el único que se encontraba en nomina. Una nomina bastante por debajo de lo que debería, algo  de lo que no se había quejado. Si podía segura algo era que tenia unos amigos que no me merecía. 



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En el texto hay: rencor, celos, amor

Editado: 11.10.2021

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