Mi Perfecto Caos

Capítulo 48: Cuando el demonio viste de Zara.

 

Volver a casa tiene muchas connotaciones según el momento de la vida en el que te encuentres. Sin embargo, en el caso contrario solo podría significar una cosa. Abandonar el nido era el sinónimo de emoción. No recuerdo ninguna ocasión en la que me sintiera más feliz y plena que cuando me fui de casa. Es el máximo nivel de autonomía posible, siempre y cuando no necesites la ayuda paterna para pagar las facturas. No obstante, la emoción no es un eximente para no sentir miedo. Yo me sentía aterrada porque junto a la autonomía, y a la libertad, también se le añadían las responsabilidades y experiencias inexploradas.

Poco a poco empecé a tolerar esa incertidumbre y a aprender de los millones de despistes que sufría al día. Jamás podría contar cuántas veces me dejaba las llaves dentro o en cuantas ocasiones no apagaba el aire acondicionado. Algún que otro mes he podido hacer la compra de puro milagro. La realidad es que cuando te marchas para trabajar, con la responsabilidad de alquilar tu propio piso, valoramos mucho más la organización, y yo ya venía con la organización bajo el brazo. Podrás llamarme despistada, pero jamás podrás decir que soy desordenada. Mis pagas semanales, antes de emanciparme, se fundían en Ikea. Me volvía loca en su sección de organización en casa. Disfrutaba como un niño en un parque de bolas, era increíble. Si hubiera existido el carné platino de fidelización habría sido para mí. Cierto es que de lunes a viernes mi apartamento era un poco más caótico, pero los fines de semana eran el día de recoger.

Como iba diciendo, volver a casa tiene muchas connotaciones según los motivos por los que sucede. Si volvemos a casa porque hemos terminado el erasmus más increíble de todos los tiempos, nos deprimimos. Una depresión temporal que será sustituida por varias depresiones más a lo largo de nuestra juventud. Si volvemos porque nos hemos dado cuenta de que nuestro lugar no está lejos de allí, seguramente nos sentiremos aliviados. Pero si regresamos porque nuestros planes se han torcido y nos hemos visto obligados, entonces la vuelta puede ser bastante dolorosa. ¿Cómo acostumbrarnos a algo que ya habíamos olvidado? Cualquier persona entendida en la materia estaría de acuerdo conmigo en que hay una serie de puntos bastante importantes para facilitar la vuelta a casa cuando te apetece lo mismo que una patada en tus partes.

Primer punto. La empatía. Es importante tener empatía con el que regresa porque, al fin y al cabo, está volviendo a lo desconocido.

  • ¿Y tú que haces aquí? ¿No te habrán echado otra vez del trabajo?
  • Mamá… no me pueden echar de mi propia empresa. Además, nunca me han echado.
  • ¡Paco! ¡Qué tu hija está aquí con una maleta de las grandes!

Mi padre no tardó ni dos segundos en asomar su barrigota por la puerta de la cocina.

  • Pero Laura, hija mía, qué estás haciendo aquí. ¿Ha ocurrido algo?
  • ¿Es que debe ocurrir algo para que venga a ver a mis padres?

Los dos se mantuvieron sospechosamente callados lo que me crispó aún más los nervios.

  • Pues justo acabamos de empezar unas reformas en la planta de arriba y tenemos tu habitación llena de trastos.
  • ¿Te venía mal mi visita? ¿Me voy y vuelvo otro día? Total…solo son doce horas de viaje.
  • Hombre, me hubiera venido mejor el mes que viene, pero…

Mi padre la cortó de un codazo mal disimulado.

  • Esta es tu casa cariño, y puedes venir cuando te dé la gana.

El segundo punto es mantener la templanza y la compresión. Es complicado volver a acostumbrarse a vivir las ruinas, perdón quería decir las rutinas, con personas que se habían marchado. Es necesario un periodo de adaptación.

  • Mamá… ¡Mamá! ¿Qué es este escándalo?
  • Ay, hija, es mi clase de yoga matutina.
  • ¿Yoga? Es imposible hacer yoga con esta música estridente. ¿Y a qué volumen está? - pregunté antes de comprobar con el mando a distancia que estaba a cincuenta con el subwoofer encendido- Mamá por Dios, que son las seis de la mañana.
  • A quien madruga Dios le ayuda y una ya tiene sus rutinas. Deberías madrugar tú también que ayer te levantaste muy tarde y así el día no cunde. Además, que cuando duermes demasiado se te arruga la cara antes.
  • Me levanté a las diez de la mañana, ¿eso te parece tarde? ¡Qué estoy con el jet lag!
  • Eso se quita haciendo Yoga.

Negociar unos horarios y unas normas equilibradas…

  • Laura vamos a comer.
  • Son las doce y media no tengo ganas.
  • Pues si no tienes ganas las haces que estoy es mayada. Tu padre y yo somos de comer a estas horas porque desayunamos muy temprano.
  • Conchi, si la niña no tiene hambre nos esperamos un poco y ya está.
  • Paco a mí no me empieces a trastocar los horarios que se me descontrola el tracto intestinal y me estriño. Y yo estreñida ya sabes que soy insoportable.
  • Vale ya está, todo sea por tu estreñimiento- refunfuñé- ¿Y qué hay de comer?
  • Lentejitas con un buen choricito y una morcilla del pueblo.
  • ¿Lentejas a las doce de la mañana y treinta grados?

Mi madre me miró unos segundos antes de soltar la cuchara y estallar con su particular pataleta.

  • ¡Mira ya está! ¡Me rindo! ¡Con esta niña todo es discutir!
  • Pero si no he dicho nada…
  • ¡Qué no coma nadie! Las tiro y ya está. Total, ¿Qué son cuatro horas cocinando?
  • ¿Cuatro horas unas lentejas y con la Thermomix? Yo flipo…

Rebajar los niveles de irritabilidad, si los hubiera, pensando que la familia no es culpable de la situación.

  • Si tu mujer no lavara todo a sesenta grados… Esta blusa costaba más de cien dólares…
  • Si tu hija no se hubiera vuelto tan exquisita no se compraría ropa de la que no se puede ni lavar. De toda la vida se ha lavado con el agua bien caliente para eliminar toda la porquería que hay en el mundo.
  • Claro… de toda la vida…Como lavadoras ha habido siempre…



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En el texto hay: rencor, celos, amor

Editado: 11.10.2021

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