La sala blanca había desaparecido sin despedirse, como si solo hubiese existido mientras alguien la pensaba.
—Y el pato... ¿Dónde fue a parar?
—¿De verdad no entendiste nada de lo que pasó? Cumplió su función. El pato eras tú. El tú antes de escribir.
—¿No suena eso un poco rebuscado? ¿Crees que le guste al lector?
El protagonista se detuvo. Me miró con desprecio. Después de debatirlo consigo mismo —dos veces, para estar seguro— , extendió los brazos como si estuviera presentando una obra.
—El pato no dijo nada. No desapareció. No se fue. Solo se quedó ahí. Porque las dudas no se vencen, se aprenden a dejarlas atrás.
—Es confuso... pero me gusta.
—Claro, porque te encantan las moralejas. Ahora vamos a lo importante.
Era un pasillo estrecho, otro más. Con paredes hechas de márgenes. A cada paso, los bordes se apretaban más, como si la historia empujara todo hacia un único punto.
El protagonista avanzaba, un poco cansado, pero aliviado al fin.
—Supongo que este es el momento.
—¿A qué te refieres?
—Ahora es cuando el lector cierra el libro y yo desaparezco... con estilo.
Observé hacia el frente, donde me señalaba. Al final del pasillo, una puerta común y corriente nos esperaba. De ella colgaba un cartel: "FIN".
—Vaya. Entonces, ¿aquí termina todo?
—Y no, no me voy a besar contigo como en todos los finales que escribes.
—Eh, no...
—Ni siquiera está lloviendo.
Y entonces, empezó a llover. De la nada misma.
La lluvia se intensificó. Mojaba bastante. Solo era una excusa dramática conveniente para la situación.
El protagonista miró la puerta. Miró la lluvia qué caía del techo a rayas. Me miró a mí y extendió su brazo.
—No vengas conmigo. Tu deber es seguir existiendo... para continuar
escribiendo malas novelas.
La lluvia le aplanaba el cabello, resbalaba por su rostro. Con una sonrisa ladeada, terminó:
—Espero que te haya gustado esta historia.
—Eso es lo que diría un héroe.
—Malditos clichés. Es imposible escapar de ellos.
Chasqueó los dedos, le aparecieron unos anteojos de sol, una chaqueta de cuero negra y un peinado impecable. Al ritmo de una música rockera, caminó hacia la puerta. Justo antes de cruzarla, se detuvo y giró.
—Y si haces otra historia, por favor desarrolla mejor a Mara, ¡y ponme un maldito nombre, carajo!
Cerró la puerta con un simple clic.
FIN
Me quedé ahí parado, esperando que pasara algo.
Bueno... supongo que ahora viene el epílogo.
Un "gong" retumbó en el cielo.
Una oveja con anteojos de leer cayó del techo, sosteniendo una carpeta.
—¿Epílogo? —dijo—. No hay presupuesto para eso.
—¿Desde cuándo hay presupuesto en una historia como esta?
—Desde que el pato vendió los derechos —respondió la oveja, muy seria.
—¿Vendió qué?
—Vendió todo. Hay merchandising, una serie animada, loncheras.
Una lonchera apareció flotando con la imagen del pato usando traje.
Suspiré... Y decidí mirar a cámara.
No me gusta romper muy seguido la cuarta pared, pero por favor lector, probablemente cerraste mal el libro... ¡Y yo ya quiero salir de aquí!
La oveja asintió.
—O nunca lo abrió.
—O el pato nos escribió a todos.
La lluvia se detuvo. Sonó música de ascensor.
Entonces apareció una pantalla flotante con letras doradas:
> Este libro fue patrocinado por PATO CUAC S.A.
—¡Maldito pato!
Fin ¿?
PD: Solo dormí dos horas, pero me fui a trabajar sabiendo su nombre.