Espero a Cas en la puerta del gimnasio, que es donde se organiza la fiesta. Se escucha el rítmico beat de la música a través de las paredes, y no para de llegar gente.
Cuando Cas llega, me mira sorprendida al ver mi atuendo. Es un bodi negro, la tela del palabra de honor tiene forma de corazón en el escote, y deja el resto de mi tronco y brazos a la vista pero cubierta por una gasa semitransparente. Por primera vez en Dámara voy cubierta sin taparme del todo. Lo he combinado con unos pantalones de cuero granate y unas botas de punta fina y tacón.
—¿Y esa blusa?
Me encojo de un hombro, al fin y al cabo vamos a una fiesta.
—Me la regaló, Ellie, la novia de mi madre —explico. Recolocándome, los guantes río al recordar sus palabras exactas—. Dice que estoy demasiado buena para ir siempre tan tapada. Aunque no pensé que fuera a tener ocasión de ponérmelo...
En realidad es una mentira, porque usé ese body la primera vez que salí a cazar.
—Vas a hacer que esos capullos se arrepientan de haberte tratado mal jamás en sus míseras vidas.
Me río aunque sé que no es cierto.
Nada más cruzar las puertas dobles del gimnasio, hago una visual de la zona. Han colocado a un DJ justo en el centro, y dos mesas en los laterales con botellas de distintos tipos de bebidas. No puedo creerme que la escuela permita esto, pero quizá prefieran darnos el gusto que arriesgarse a que muertos de aburrimiento salgamos de allí y acabemos muertos de verdad.
Las colchonetas están apiladas a nuestra izquierda y entre los cuerpos que hay repartidos por toda la sala veo a Evans con el trasero apoyado en estas y una delgada y larguirucha chica entre las piernas. Tiene un precioso cabello castaño largo y lacio que le cae por la espalda hasta la cintura. Y Evans se lo está despeinando mientras la besa como si fueran a procrear perfectos bastardos, allí mismo.
Cas, que también lo ha divisado, lo mira entre dolida e indignada, y contengo una sonrisa.
—Tranquila, seguro que está pensando en mí —la consuelo.
Pasa de decepcionada a resignada en un segundo. Lo superará.
—Vamos a beber algo —me sugiere, con un movimiento de cabeza hacia la mesa más cercana.
Como es de esperar, las decenas de cuerpos que están intentando llegar hasta las botellas se apartan al reconocerme. Es gracioso, hace años me hubiera dolido, ahora sonrió y me abro paso entre ellos para colarme y alcanzar los vasos de plástico.
Get out of my way bitches!
No tengo mucha experiencia en estas cosas, pero en la boda de mi primo Henry alguien me pasó un ron con Coca-cola, por lo que me decanto por coger la botella de Cacique que está a mi derecha.
—No vas beberte eso ¿verdad? —Tardo un instante en levantar la cabeza hacia la voz, simplemente porque no estoy acostumbrada a que se dirijan a mí, al menos cuando estoy en la escuela.
Pestañeo al ver el rostro tan bonito que me mira con cierta diversión.
—Obviamente no, voy a rociarme con él y quemarme a lo bonzo.
Se ríe, pero su expresión denota que no suelen responderle así y que piensa que estoy loca.
—Veo que no tienes ni idea de lo que estás haciendo... —continúa y alarga el brazo para coger otra botella—. Elegir Cacique cuando tienes Brugal Añejo justo al lado... eres una aficionada.
Sacude la cabeza como si estuviera muy decepcionado.
Es humano. Por eso no sabe quién soy. Por eso habla conmigo.
A los humanos más salvajes les encanta venir a fiestas dámaras porque cuando nos emborrachamos nos pasamos un poco por el forro la norma de no usar los poderes a la ligera, y a veces las cosas se descontrolan.
Hago un movimiento de cabeza emulando a los gánsteres italianos de las películas de mafia, y dejo la botella de Cacique para quitarle la otra de la mano.
—Bonitos guantes —me dice divertido, pero siento una punzada de tristeza. Está tonteando...y a mí, a mí me gustan sus labios. Aunque fuera por un segundo me gustaría sentir esa emoción al pensar que al final de la noche voy a probarlos, que va a recostarse en las colchonetas conmigo entre sus piernas, pero sé que eso no va a ocurrir.
Recuerdo entonces porque no salgo, porque solo me hace odiar mi vida aún más. Ver todo lo que me estoy perdiendo; resonar la vida solitaria y aburrida que me espera.
Cas le echa una mirada emocionada al humano que no despega sus ojos de mí y con su vaso en mano me dice:
—Voy a saludar a Drake.
Le advierto que no lo haga con la mirada, pero me ignora. Sabe igual que yo, que él y yo no vamos a ninguna parte. De hecho, mi obligación es decirle en ese mismo momento qué soy, para que pueda alejarse de mí a algún lugar más seguro. Pero al ver la sonrisa que asoma sus ojos por el hecho de que mi amiga nos de intimidad, no puedo hacerlo.
Nos apartamos de la mesa para acercarnos a la torre del DJ.
—Soy Parker —me dice.
Tardo unos segundos en contestar aun debatiendo conmigo misma.
—Tori...
—Tori, la de los guantes.
—Siempre tengo las manos frías —miento.
Parker sonríe dulcemente, y mi corazón vuelve a encogerse de tristeza. Una fantasía en la que somos novios y me calienta las manos me pasa como un flash por la mente. Lo sé, soy patética.