No todos los héroes llevan capa.
Algunos solo llevamos puesta nuestra propia piel, y es mi piel justamente lo que se ve por todas partes. Desde mi pronunciado escote, pasando por muy arriba de mis muslos hasta los tobillos.
Intento no encogerme al notal el aire fresco de la noche que me pone la piel de gallina. No estoy acostumbrada a que se vea mi cuerpo,y llevar la ropa que se pondría cualquier chica para salir de fiesta me hace sentir completamente desnuda.
En Dámara siempre llevo mangas largas remetidas bajo mis guantes y blusas de cuello alto. Incluso en verano. Lo único que muestro al salir de casa, desde que me alcanza la memoria, es mi rostro. Pero hace unos meses que eso ha cambiado. No en Dámara, por supuesto, o todos saldrían corriendo horrorizados. Pero sí en noches como esta, cuando me escabullo de las murallas de la ciudad al mundo de los humanos.
Creí que esta noche no podría hacerlo. Después del ataque de los despojados, no tenemos permiso para salir del campus de la escuela, mucho menos de la ciudad.
Pero esa idea me quita la respiración.
Odio dormir en la escuela.Ya bastante pesado es pasarme las horas de clase y el almuerzo entre esas paredes infernales, como para que encima tenga que quedarme a dormir. Prefiero irme a casa de alguno de mis padres, desconectar de ese lugar y fingir que mi vida es alguna historia en una película o libro lejos de la realidad.
Pero el ataque ha ocasionado que nos quiten la opción de irnos a casa. Tampoco se supone que debemos salir de Dámara al mundo de los humanos por nuestra cuenta, pero yo llevo meses haciéndolo. Si hay oxígeno, hay salida y yo siempre la encuentro.
Apoyo mi trasero sobre el capó de un coche aparcado justo frente a la casa donde están celebrando una fiesta que ha empezado a descontrolarse. Dos chicas se ríen como hienas mientras se caen sobre el césped cada vez que intentan avanzar. Las contemplo con atención porque quiero mejorar mi actuación de “borracha” y que sea creíble.
Después paseo mi mirada por la fachada de la casa. Las puertas y las ventanas están abiertas permitiendo el paso de la música y el constante flujo de gente que entra y sale.
Distingo a Tim Lewis entre sus amigos. He visto suficientes fotos suyas en Instagram como para reconocerle a pesar de no haberle conocido en persona.
Me tiemblan las manos con la anticipación de la caza, pero respiro hondo para intentar serenarme.
El árbol que hay junto al coche me tiene oculta de la luz de la farola y ninguno de ellos se percata de mi presencia. Los contemplo un rato mientras se sientan en el porche con sus vasos de plástico barato en la mano. Se ríen y gritan, están embriagados.
Bien, es el momento.
Dejo la gabardina que me he quitado sobre el capó y camino hacia ellos, hasta que estoy a tan solo cinco pasos. Mi piel reluce en los brazos, el estómago y las piernas bajo la luz de la farola. Me paro y me toco el pelo, mirando para un lado y otro como si estuviera desorientada.
Me ven.
—¿Qué te pasa guapa? —me pregunta alguien y fuerzo mi cara para que parezca que estoy borracha antes de mirarlos.
—Está la ostia de buena —comenta alguno como si yo fuera una tarta en el escaparate de una pastelería y no una persona.
Me rio y me toco el flequillo.
—No sé dónde están mis amigas… —vuelvo a reírme tontamente, escaneando los alrededores con la mirada, mientras finjo que no veo bien debido al alcohol.
Uno de ellos da un paso hacia mí y se me acelera el corazón. No es el que quiero y si me llega a tocar…
“No la cagues, Tori”
Doy un paso atrás para asegurarme de que tengo espacio para recular y salir pitando en caso de que el tío intente ponerme las manos encima.
—¿Por dónde se va al centro? —les pregunto haciendo pucheros y apuntando con una uña pintada de rojo. Sé que es la clase de detalle que los hombres no registran pero que los hace verte atractiva.
Noto sus miradas recorriéndome el cuerpo, y me provoca un escalofrío que nada tiene que ver con la temperatura de la noche.
—Yo te acompaño —dice él, Tim Lewis, hablándome por primera vez.
Bingo.
“Eres mío”
—Noooo… —hago un morrito —estás de fiesta con tus amigos…—risita atontada —no te quiero joder la noche —pestañeo.
Lewis ya se ha puesto de pie y lo tengo frente a mí. Doy otro paso atrás. No quiero que me toque hasta estar segura; y nunca jamás en público.
—¡Ay mi abrigo! —exclamo con voz chillona y animada, y corro al coche como si acabara de acordarme de él.
Lewis me sigue y me lo pongo corriendo. Veo en su cara que tiene ganas de ponerme las manos encima. Dejo que las mangas me cubran las manos y me aprieto las solapas del cuello contra el pecho como si tuviera frío, cubriendo toda la piel que puedo.
Entonces él alarga la mano y la pone en mi espalda para empujarme hacia la calle ¡Menos mal que me he puesto el abrigo a tiempo y no es mi piel lo que está tocando!
—¿Cómo te llamas? —me pregunta sonriente y me da asco su aliento alcoholizado. Aunque es más que eso, me dan asco sus dientes…y él en general, por lo que le hizo a esa chica de su escuela.