Ahogo un grito de sorpresa al reconocerle y me apretujo contra la pared.
Evans lleva una sudadera negra, con una gorra de visera y la capucha puesta por encima. Su barba de varios días empeora el aspecto de sus profundas ojeras.
—¿Estás completamente loca?—me pregunta, con los ojos muy abiertos.
Me saca una cabeza de estatura, pero esa no es la razón por la que Evans Armstrong me intimida tanto. Tampoco porque sea el dámaro más fuerte de nuestra generación.Lo que hace que me tiemble todo el cuerpo son las cosas que le he visto hacer esa misma mañana.
—¿Qué haces aquí? —musito tontamente, sin poder creer que hayamos coincidido en aquel barrio humano por pura casualidad.
Él pone los ojos en blanco y mira por encima de su hombro, quizá preguntándose si Lewis se ha levantado o sigue desmayado tras la caída.
—Te he seguido—su expresión dice que le parece una respuesta obvia y que no me cree muy inteligente. Me agarra del brazo por encima de la gabardina y me separa de la pared enladrillada.
—Ponte los guantes —ordena, alzando una ceja de forma intimidante, mientras tira de mi hacia la calle.
Miro por encima de mi hombro, preguntándome donde está Lewis, y Evans me da otro tirón brusco.
—No pienses que vas a acercarte otra vez a ese tipo —me amenaza entrecerrando los ojos. Sigue enfurecido.
—Me haces daño —le recuerdo, mirando significativamente la zona de mi brazoque debe estar amoratándose.
Evans se detiene y sacude el cabeza indignado, como si hubiera insultado a su banda favorita.
—Vas a ir a la cárcel por esto —me explica, marcando las palabras para que comprenda la gravedad de mi delito—¿Has hecho esto antes?
Suelto un suspiro irritado. ¿De verdad se piensa que salgo a cazar chicos inocentes?
—Escucha, te estás confundiendo —le suelto y me niego a seguir andando.
Evans se resigna a pararse y me mira con los brazos cruzados sobre el pecho y la cabeza ladeada. Cuando se indigna tiende a fruncir los labios en un morrito. Lo hacía de niño y al parecer no lo ha perdido.
—Ibas a dejar que ese idiota te tocara, Tori.
Mi nombre en sus labios suena tan extraño y a la vez familiar que se me pone la piel de gallina. Se ve que una parte de mí, no creyó que lo recordara después de tantos años.
—Sí, iba a hacerlo —admito, y él me mira de arriba abajo con los ojos entrecerrados como si intentara evaluar mi grado de locura—. Pero no es un chico cualquiera, Ev, ha violado a una chica de su escuela, e iba a violarme a mi ahora mismo.
He conseguido chocarle, sus ojos están fijos en los míos, abiertos como los de un búho. Cuando al fin reacciona se frota la cara y vuelve a mirarme.
—¿Estás diciendo que sales a cazar violadores?
Aprieto los labios, porque me fastidia que lo haga sonar tan estúpido cuando es la primera vez en mi vida que me he sentido útil e importante, en lugar de una patética aberración.
Asiento con la barbilla levantada, mostrando todo el orgullo que puedo, pero él se echa a reír y sacude la cabeza, incrédulo.
—Debo de estar soñando —dice para sí mismo mientras aun sonríe. Se frota un ojo, parece exhausto y quizá se esté planteando que nada de esto es real.
Me abro la gabardina, y le enseño mi cuerpo. Él deja de sonreír inmediatamente, nunca antes ha visto tanto de mi piel.
—Tiene que haber una puta razón para que yo haya nacido —le digo seria ahora que he captado su completa atención—. Pues bien, la he encontrado. Mírame, soy una tentación de hombres andante y mi piel puede limpiar este mundo de escoria.
Evans me observa y mueve su mandíbula, y me doy cuenta de que ese es un gesto nuevo. Más del hombre en el que se ha convertido. Tuerce la cabeza inhalando una bocanada profunda de aire y mira hacia el parque donde un bulto sigue tendido en el suelo.
—Tu juego es demasiado peligroso.
—¿Y qué acto heroico no lo es? —rebato—Lo que has hecho tú esta mañana…
—No te compares conmigo, Tori—me interrumpe.
Pongo los ojos en blanco, invocando mi propia paciencia.
—Oh, no…¿Cómo va la gay maker a compararse con Evans Armstrong, el copycat? No debería ni respirar el mismo oxigeno que tu maravillosa nariz y tus potentes pulmones.
Hay suficiente sarcasmo en mi voz como para que él esboce una sonrisa arrogante y se cruce de brazos de nuevo, esperando a que yo termine mi numerito.
—He encontrado algo que hace sentirme orgullosa de lo que soy —suelto atropelladamente, y se me acelera el pulso al notar que estoy a punto de llorar. Toda mi vida he sido una vergüenza para mí misma, mi familia y toda dámara. No hay un segundo de mi existencia en el que no sienta que no debería haber nacido, excepto por esos últimos meses desde que salgo a buscar a esos hombres—. No pienso parar… y tu no vas a denunciarme.
—Oh, sí vas a parar —me asegura él con determinación y vuelve a agarrarme del brazo para tirar de mi hacia la calle.
—Eres un prepotente, Evans —le digo al perfil de su cara mientras me empuja y cruzamos la calle—. Si me denuncias el mundo será un lugar peor por tu culpa. Da igual que servicios prestes a los humanos después de eso, no podrás compensarlo.