El libro que estaba leyendo descansa en la mesita de luz. Catedrales de Claudia Piñeiro, una historia corta y fácil de leer, pero que he abandonado a tan solo tres capítulos de llegar al final porque mi mente no me permitía disfrutarlo. Hay muchas cosas que mi mente dejó de disfrutar desde que te fuiste; como si te hubieras llevado una parte de mí sin intención de regresármela.
Las sábanas lilas y blancas de mi cama están desordenadas como reflejo de mis pensamientos. Desconozco cuándo fue la última vez que las cambié o al menos las acomodé. Mi cuerpo había dejado de funcionar incluso para los quehaceres básicos.
Mi laptop en el escritorio rebosa de notificaciones de mis clientes. Tengo trabajos que entregar; pero todo se me ha atrasado desde tu partida. Cada vez que me siento frente a la computadora para reordenar mi vida, mi mente termina navegando entre mares de recuerdos. Junto a mi ordenador, descansa el libro de medicina que olvidaste y nunca te preocupaste por recuperar.
Dejé muchas cosas a medias desde que te fuiste. Mi libro, mi trabajo, mi familia, mis amistades. Sé que es un proceso por el que debo pasar, pero saberlo no hace más ameno el duelo.
Cuando acabé con nuestra relación entré en un estado de negación. Me convencí que volverías, que comprenderías que con mi ultimátum estaba invitándote a que te arriesgaras por mí, y el cuento que creé en mi cabeza fue tan perfecto que acabé creyéndomelo. Al pasar de las horas, este se desvaneció dándole paso a la realidad: no me escribirías, ni me buscarías.
La televisión prendida está en pausa. La imagen congelada refleja a los personajes principales de la serie en la Luna. Una serie que comenzamos a mirar juntos. Mas, nunca pudimos acabarla. La pantalla marca que es el último capítulo y solo faltan dieciséis minutos para terminarlo. ¿Seré algún día capaz de permitir que llegue a su fin?
Por supuesto que al caer en la cuenta de que te había perdido para siempre, me enojé. ¿Quién te creías que eras para dejarme de esa manera? ¿Alguna vez siquiera me quisiste? Después de todo lo que hice por vos, ¿me abandonás así?
Busqué la manera de echarte la culpa. Y claro que encontré varias razones. Me descuidaste. Esperabas más de mí de lo que estabas dispuesto a dar. Lloré más de lo que sonreí mientras estaba con vos. Encontré consuelo en amigas, “es un forro,” “no te merecía,” “se enojaba por todo,” y también tenían razón. Sin embargo, ninguna de esas palabras me regalaba la paz que desesperada quería encontrar.
Por un tiempo estuve bien. Por un tiempo sobreviví. Por un tiempo me volví a armar. Después, me di cuenta que me faltaban piezas.
Las fotos que nos sacamos y las que yo me saqué para mandarte aún permanecen en mi celular. Recuerdo la historia detrás de cada imagen, lo que me respondías, las que más te gustaban, las que decías “Esta es para Instagram.” Recuerdo absolutamente todo. Será una maldición o una bendición; en estos tiempos me inclino más por la primera opción.
Después del enojo, me invadió la tristeza. Esta vez, me preguntaba qué hubiera pasado si hubiera hecho algo diferente. ¿Qué hubiera pasado si jamás te hubiera dicho que lo nuestro no iba a funcionar? ¿Qué hubiera pasado si hubiera accedido a tu pedido de llegar a un acuerdo que habíamos tenido un mal día y listo? ¿Qué hubiera pasado si dejaba de lado las pequeñas cosas que me molestaban por un bien mayor, nuestra relación?
Aislada del mundo, lloré. Y al día siguiente, volví a levantarme con los ojos hinchados, abandonada en el desastre que había creado. Quería ponerme de pie, pero tu recuerdo continuaba tumbándome.
La suculenta de mi habitación murió. Dicen que las plantas se dejan morir cuando las malas energías abundan en un cuarto. La ironía es que, estoy segura, la mala energía soy yo. O al menos lo era. No lo sé. Estoy confundida. Tampoco compraré una planta nueva hasta estar segura que yo no soy el problema.
El cactus de flores amarillas que nombraste Adele, sigue vivo junto a los cientos de cartas que escribí en lugar de contactarte. Palabras cargadas de anhelo, tristeza y resentimiento. Palabras que nunca leerás. Por ende, tampoco sabrás cómo realmente me sentí.
En este cuarto donde tantas cosas viví y experimenté gracias a vos, te pienso. Pienso en lo que vivimos, sin imaginar un futuro. Pienso en las sonrisas que me regalaste. Pienso en las noches largas de mensajes hasta la madrugada y pienso en que esas noches se extendieron en este planeta, solo que la oscuridad fuera de las ventanas refleja exclusivamente la noche de ese seis de Enero. Ese maldito seis de Enero que obstruye el renacer del sol y oscureció mi mundo impidiéndome avanzar, y la música eterna del piano que no me permitía pensar.
Tuve mucho tiempo para rememorar en estas noches interminables, donde el caos abundaba y yo era el caos. Creando objetos para atarte a mi memoria, dándoles vida y voces, recuerdos y sentimientos. Te quería conmigo sin importar cómo te manifestaras.
Regreso a mi cuarto luego de varios días y lo encuentro en otro estado. Noto que mi cama está armada con sábanas nuevas. La laptop ya no rebosa de notificaciones porque atendí cada una de ellas. Las fotos de mi celular desaparecieron. El cactus sigue vivo, pero las cartas se esfumaron y, en su lugar, respira una nueva suculenta. El televisor está apagado; acabé la serie. Tu libro de medicina ahora es suplantado por Catedrales, el cual estoy releyendo. La música que me impedía pensar se silenció. Y la eterna oscuridad del seis de Enero fue derribada por un nuevo sol. Desconozco cuándo mi planeta evolucionó, pero así fue.
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Editado: 14.02.2022