Mi preciada flor

Capitulo 18

Una semana después y por fin he llegado a mi destino, dejo el auto estacionado, aun debo subir la montaña, pasan aproximadamente dos horas, cuando llego a la cima el sol ya se está poniendo, de la mochila que llevo cargando saco una manta, encima de ella pongo unas cuantas golosinas, sándwiches, un jugo y por ultimo un helado de choco menta derretido.

Me siento a esperar, mientras tanto empiezo a comer, la comida sabe salada y la pequeña brisa que está corriendo me está secando las mejillas, las lágrimas siguen corriendo por mis mejillas, un sollozo sale de mi boca, tomo el helado y lo empiezo a comer, el pecho me arde al igual que la garganta.

Al fin llega la hora en que las auroras boreales aparecen, la vista es tan maravillosa que una foto no le haría justicia, me quedo fascinado, no sé cuánto tiempo pasa, recuesto mi espalda contra el frio suelo, me quedo mirando la maravillosa vista, no sé en qué momento me quedo dormido.

—Cumpliste mi sueño.

Susurró, no podía verle el rostro, ella estaba sentada abrazando sus piernas, mire a mi alrededor confundido, se supone que estoy en la montaña.

Ahora…cuando vas a cumplir los tuyos.

Tu…tu estas…muerta.

Sentí mi pecho pesado al decir eso, ella me dio una sonrisa de boca cerrada, no podía ver su linda mirada.

Y tu vivo.

La mire confundido, ella tomo mi cara entre sus manos.

Debes vivir por ti, debes cumplir tus sueños, debes experimentar y conocer, debes sentirte libre.

Sentí como las lágrimas salían de mis ojos.

Es hora de dejarme ir.

Me dio un abrazo tan cálido, no quería soltarla, ella me aparto y entonces me aventó al vacío.

Desperté de golpe y con la respiración agitada, toque mi cara dándome cuenta que estaba mojada, abrace mis piernas y me permití llorar, no sé cuánto paso, pero el sol se empezaba asomar, mire el amanecer era otra vista hermosa, me paro para tomar mis cosas, regreso al carro, toca cumplir mi sueño.

Pasan unas tres horas en las que decido parar, tengo que comer, veo un pequeño restaurante, cuando entro me encuentro con un pequeño lugar, pido una hamburguesa y una gaseosa, me limito a comer y no mirar a nadie puesto que todos están con familia o amigos, me concentro tanto que no noto cuando dos personas se sientan frente a mí.

—Tal parece que es el destino — habla el anciano que conocí días atrás.

Miro a ambos con una ceja enarcada, la chica cuyo nombre no recuerdo se parece tanto a él solo que, en joven, mujer y grosera, dejo la hamburguesa en el plato, carraspeo.

—A donde fueron — me maldigo interior mente al ver que pareció más un interrogatorio que un intento por sacar conversación.

El anciano ríe y la nieta rueda los ojos.

—Hace diez años murió mi esposa — pude notar su nostalgia — y hace dos años murieron los padres de mi nieta.

Miro a la chica que ahora come su burrito como si alguien se lo fuera a robar, una punzada atraviesa mi pecho, debe ser horrible perder a tus padres.

—Cada año vamos a visitarlos al cementerio aquí en Amisha.

—¿No son de aquí?

—Cuando falleció mi esposa creí que lo había perdido todo así que me fui a un lugar tan alejado que si un día moriría nadie lo sabría, hasta que esta pequeña ratona un día llego a mi casa toda sucia y llorando diciendo que también había perdido algo muy valioso, así que ahora vivimos los dos juntos en la montaña a 8 horas de aquí.

El abuelo me sonrió, me pregunto cómo ambos lucen tan relajados, tal vez yo también deba irme a vivir a un lugar desierto.

—Y tú, que haces aquí, no pareces ser de aquí — su pregunta me saca de mis pensamientos.

—Murió…mi mejor amiga — decirlo aun dolía, el anciano tomo mi mano.

—Se puede ver que aun duele — susurró.

—Falleció hace cuatro años y aun así yo sigo… llorando — agacho la mirada.

—Todos somos diferentes, por lo tanto, cada quien lidia con el dolor a su manera — la chica habla haciendo que levante la mirada.

—Yo…

—Un ejemplo claro es mi abuelo, él se encerró y aisló, en pocas palabras se volvió un ermitaño, yo por otro lado yo prefiero hablar con las ovejas del abuelo.

—Una vez lloro tanto que creí que la había pateado una — hablo el abuelo.

Suelto una carcajada, ambos me miran confundidos, me disculpo, aunque con esa carcajada mi pecho se liberó un poco.

—Es que no sé porque me imagine a Heidi y a su abuelo — la chica sonríe y mira a su abuelo.

—Tengo una idea, que tal si nos acompañas a casa.

Y así fue como empezó mi proceso de soltar.




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