Mi profesor ¡es mi roomie!

CAPÍTULO 1

La noticia inesperada

Aleksia

El reloj marcaba las diez y media de la noche y el apartamento estaba en completo silencio. Solo se escuchaba el zumbido del refrigerador y el golpeteo suave del pincel contra el frasco de vidrio.

Estaba sentada en el suelo del salón, rodeada de lienzos, pinceles y manchas de pintura que ya eran parte del paisaje. Llevaba el cabello recogido de manera desordenada, vestía una camiseta vieja de mi hermano y los pies descalzos. Frente a mí, un retrato a medio terminar me observaba con la misma curiosidad con la que yo lo miraba.

Me gustaba ese silencio. Era mi forma de sentirme libre.

Desde que Alexandro se había ido al extranjero por trabajo, el apartamento era demasiado grande para una sola persona pero se había convertido en mi refugio. Podía dejar mis cosas donde quisiera, cantar mientras cocinaba, pintar de madrugada o caminar en ropa interior sin preocuparme por nada.

Esa independencia era mi tesoro.

Y por supuesto, el universo decidió interrumpirla justo cuando estaba en paz.

El teléfono empezó a sonar.

—¡Hermanita! —la voz alegre de Alexandro me sacó una sonrisa automática.

—¿Sigues vivo? —bromeé—. Pensé que te habías olvidado de tu única hermana.

—Ja, ja. No exageres —respondió, riendo—. Oye, te llamo porque tengo algo que contarte.

Fruncí el ceño. Ese tono siempre lo usa cuando se trae algo entre manos. Me limpié las manos con un trapo lleno de pintura, esperando lo peor.

—¿Qué hiciste?

—Nada malo, lo juro. Es solo que como voy a estar fuera más tiempo del que pensaba, decidí alquilar una de las habitaciones del apartamento.

Me quedé en silencio unos segundos. ¿Alquilar? ¿Mi casa?

—¿Qué? ¿Y desde cuándo tomas decisiones sin consultarme?

—Vamos, Ale, no te pongas así —rio él, con esa voz de “hermano mayor responsable”—. No no me gusta la idea de que estés sola tanto tiempo en el apartamento.

Suspiré, rodando los ojos.

—Alex, no necesito compañía. Estoy bien sola.

—Lo sé, pero igual me quedo más tranquilo. Es un amigo mío, de confianza.

Me crucé de brazos, mirando el desastre de pinceles y colores a mi alrededor.

—¿Y cuándo pensabas avisarme?

—Ahora mismo lo estoy haciendo.

—Perfecto —murmuré, más para mí que para él—. ¿Y cómo se llama tu “amigo de confianza”?

—Dante. Te caerá bien, ya verás.

—Alexandro… —empecé, pero él me interrumpió.

—Escúchame. Solo pensé que podrías tener compañía. Él necesita alojamiento por un tiempo.

Me quedé quieta, con el pincel suspendido en el aire.

—Estuvo un tiempo fuera de la ciudad, y cuando me dijo que regresaría, le ofrecí una de las habitaciones. Pagará parte del alquiler, te ayudará con los gastos y, de paso, no estarás sola —añadió.

Dejé el pincel sobre la mesa, lentamente.

—¿Y tú decidiste todo eso solo?

—Sabía que ibas a decir que no —admitió, riendo.

—¡Pues claro que iba a decir que no! ¡No conozco a ese tipo!

—Por eso te digo que confíes en mí. Dante es buena persona. Responsable, tranquilo, nada problemático.

Solté una risa sarcástica.

—Tranquilo. Ya suena aburrido.

—Perfecto para equilibrar tu caos —bromeó él.

Suspiré.

—¿Cuándo llega ese santo varón?

—El viernes en la tarde. Y, Ale… pórtate bien, ¿sí? No quiero que lo espantes.

—¿Yo? ¡Por favor! —dije con fingida inocencia.

—Hablo en serio. Te mando sus datos por mensaje. Cuídate, ¿sí?

—Alexandro… —intenté decir algo más, pero la llamada se cortó.

El silencio volvió al apartamento.

Miré alrededor: mis pinturas, mis zapatos tirados, los pinceles en el sofá, una taza olvidada sobre la repisa. Todo era mío.

Y ahora, un extraño —amigo de mi hermano o no— iba a invadir mi pequeño universo.

Me dejé caer en el sillón y me cubrí con una manta.

—Genial… lo que me faltaba. Un desconocido ordenado respirando el mismo aire que yo. —Rodé los ojos—. Ojalá al menos no sea un viejo amargado.

“Dante”, repetí en voz baja.

Un extraño nombre para un extraño que ahora compartiría mi casa.

Ojalá mi hermano no se arrepintiera de esa decisión… porque si algo no me gusta, es que invadan mi espacio.




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