La chica se acabó el pote de helado. Más tarde, pretendía malgastar su día de San Valentín, viendo una serie, pero recibió un mensaje en su teléfono que la hizo cambiar de plan.
Kelly, te esperamos en el festival del amor, pero ven seguro, no te quedes allí.
―Quiero ir, pero no tengo disfraz ―dijo en voz alta, rehusando con un leve movimiento de cabeza―, aunque si yo... ―Se miró en el espejo, llevaba una camisa blanca y un short a juego con corazones rojos estampados. Una idea cruzó su mente. Sonrió.
No era el disfraz más elaborado del mundo, pero con unos toques aquí y allá, podría convertirlo en algo alusivo al Día de San Valentín. Un par de alas de ángel de utilería, una diadema con un corazón y un poco de pintura facial roja para simular las mejillas sonrojadas. ¡Perfecto!
Con entusiasmo, comenzó a prepararse para el festival.
Al llegar, se percató de que había mucha gente, le iba a ser difícil encontrar a sus amigos.
―Perdona ―dijo una voz masculina a sus espaldas―. Curiosa elección.
Ante ella, apareció un hombre guapo y bien vestido.
―¿Tú otra vez? ―expresó lentamente, con confusión.
―No quiero molestarte, pero es que tu atuendo me parece original ―señaló el pijama de Kelly y sonrió al ver que llevaba puestas unas alas de ángel a las que también les había pegado corazones―. Me pregunto si es carnaval o es hora del amor.
―Ambas ―respondió―. Aunque, deduzco que no viniste a festejar, no llevas disfraz.
―Deduces bien, estoy aquí por trabajo, Kelly.
―¡Otra vez con lo mismo! ―exclamó con enfado y comenzó a caminar para huir de él, no sin antes gritar―: ¡Muy bien te deben haber pagado para que no dejes de molestar!
Harto del parloteo de la chica, hizo un chasquido de dedos y en segundos tenía su arco y flecha en mano, preparó su arma, apuntó y disparó. Pero al liberar la flecha, sintió algo extraño: sus piernas temblaron, sus musculosos brazos se aflojaron y en cuestión de instantes y de manera insólita, algo le atravesó el corazón.
Kelly había detenido sus pasos en seco, la marca, que ahora tenía en el pecho, comenzó a encenderse en un dorado brillante, narcotizándola de pies a cabeza.
Se dio la vuelta para ver qué había ocurrido y Eros estaba de rodillas en el suelo, extasiado, mirándola profundamente a los ojos. Estaba sintiendo su propio poder, conociendo el peligro de la pasión, y es que cuando se trata de amor, nada, absolutamente nada, está bajo control.
Kelly se acercó lentamente, su corazón latía con fuerza. La marca en su pecho brillaba cada vez más, atrayéndola hacia Eros como un imán. Él extendió su mano y ella la tomó, sintiendo una corriente eléctrica recorrer su cuerpo.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Kelly con voz temblorosa.
—Me han mostrado la verdad —respondió Eros con una sonrisa enigmática.
—Pero... ¿qué es esto en mi pecho? —insistió ella, sintiéndose vulnerable ante la mirada penetrante de Eros.
—No era un teatro, Kelly. Mis flechas son poderosas y pueden cambiarlo todo.
—No sé qué está pasando —admitió la joven, sus ojos fijos en los de Eros—. Pero no quiero que pare.
Eros se puso de pie y la abrazó con fuerza.
—No va a parar —prometió—. Esto es solo el comienzo.
En ese momento, la música del festival se intensificó y los fuegos artificiales iluminaron el cielo nocturno. Kelly y Eros se miraron a los ojos y descubrieron un sentimiento tan real como la flecha que los había atravesado. Y es que el amor es así, impredecible y mágico. Puede aparecer en la puerta de tu casa en el momento menos esperado, y cuando lo hace, no hay fuerza en el mundo que pueda detenerlo.
Ese día, el Dios del amor también se enamoró.
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