Mi protegida.

Prólogo: Una cruel maldición.

Los gritos, gemidos y lamentos que salían de la boca del ángel caído unidos a la imagen de su cuerpo encorvado mezclado con el fuerte olor que desprendía la sangre que salía de sus heridas hacían que el lugar fuera aún más terrorífico; los caídos que llevaban más tiempo allí no se inmutaban por la imagen o el olor, no era algo extraño para ellos, estaban acostumbrados a ver como tomaban a los recién llegados y los torturaban hasta saciarse, el lugar estaba lleno de ángeles caídos, que habían desobedecido, que habían cometido un grave error y habían permitido que lo supieran, nadie en ese lugar era inocente, todos y cada uno de ellos merecía su estadía allí, pero el recién llegado era diferente, no solo formaba parte del grupo de ángeles vengadores, si no que era hijo de un ángel de la muerte.

—¡Habla ahora muchacho! —decía uno de los caídos que estaba desesperado por salir mientras rasgaba la piel de su espalda —Cuéntanos de las salidas, tal vez así te tenga un poco de compasión y te dejemos en paz.

Una ventaja de ser hijo de un ángel de la muerte era el conocer todas las entradas y salidas de ese horrible lugar, donde estaban condenados todos ellos; otra ventaja era que, aunque sus alas hubiesen sido arrancadas sus sentidos estaban intactos, seguía sintiendo todo y en ese momento sentía cada rasguño que hacían a su piel, sentía cada cortada, en ese mismo momento el poder sentir no parecía una ventaja, era como una cruel maldición.

—¿De verdad crees que voy a decir algo? —a pesar de estar tan herido su voz seguía sonando tranquila, como si solo un momento antes no hubiera estado gritando de dolor.

—En algún momento vas a rendirte muchacho, el dolor va a ser tan insoportable que vas a gritar en donde están cada una de las salidas —el caído estaba más que seguro de que el vengador hablaría, sus técnicas de tortura habían sido practicadas en los más fuertes oponentes y para él ese ángel vengador no era más que un juego de niños, o al menos eso era lo que él pensaba.

—Creo que estas desestimándome —el ardor de una nueva herida lo hizo apretar los dientes y dejar salir un gemido de dolor —Puedes apuñalarme las veces que quieras, cortar mi piel o meter lo que quieras en las heridas abiertas, nada será suficiente para hacerme hablar.

—No deberías estar tan seguro de eso pequeño angelito —una sonrisa burlona estaba en el rostro del caído que jugaba con una piedra afilada, pasándola de una mano a la otra —Aun no he empezado con lo mejor, esto es solo un pequeño calentamiento.

Y para demostrar que lo que decía era cierto enterró la afilada roca profundamente en su espalda, rompiendo un par de costillas y finalmente haciendo un agujero en uno de sus pulmones, el vengador grito, pero en medio de ese grito se escuchó el gorjeo de la sangre que entraba en su pulmón, haciendo que para él fuera difícil respirar y se le nublara la vista.

—Dinos donde están las salidas o si no —arrastro el filo de la roca por su espalda y presiono un poco en el lugar donde se encontraba el otro pulmón —Vas a sufrir bastante antes de finalmente morir ahogado en tu propia sangre.

—Primero muerto antes que darles a ustedes la opción de salir —a pesar de la sangre que salía por su boca, el vengador sonrío. El caído gruño y se alejó del lastimado ángel.

—No dejen que sus heridas se curen —dijo mientras se alejaba de todos ellos —Y cuando decida que quiere hablar, llámenme.

El caído se fue confiado, creía que el ángel vengador les daría la información que necesitaban tarde o temprano, aunque creía que sería más bien temprano, ya que nadie soportaría el dolor que sus heridas causaban. Mientras el caído se deleitaba al saber del sufrimiento que el otro padecía, el herido vengador mantenía sus ojos cerrados y se veía como si estuviera en un estado profundo de meditación, un estado que le permitía soportar el dolor.

—No te quedes callado vengador —le susurró al oído un joven ángel de voz suave y melodiosa —Si hablas podrás recuperarte y salir de aquí junto a ellos.

—Es preferible soportar este dolor sabiendo que siguen aquí encerrados a estar curado afuera, sabiendo que tipos como él están libres —su voz se escuchaba cansada y en ella se podía escuchar el dolor que estaba sintiendo.

—¿En serio prefieres sufrir todo esto? —preguntó aun susurrando, el vengador asintió —Tus motivos son nobles, a pesar de haber caído sigues llevando tus obligaciones como ángel vengador ¿Recuerdas cuáles son?

—Proteger a los ángeles y humanos de toda maldad, castigar a todo aquel que decida desobedecer, arrancando sus alas y quemando una de sus plumas encadenándolo a una vida en el infierno —empezó a recitar en voz baja el juramento que había dicho cuando fue escogido como ángel vengador —Pero principalmente hacer justicia, sin importar contra que o contra quien deba enfrentarme.

—Muy bien vengador, no debes olvidar nunca ese juramento —dijo 
la joven sonriéndole y pasando una mano por su mejilla —Resiste un poco más todo esto, pronto volverás con los humanos, con una nueva misión que cumplir y si te portas bien. tal vez te permita tener nuevamente esas preciosas alas tuyas.

Y sin una palabra más, la joven desapareció dejando al vengador solo, confundido y sonriente.




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