Mis ojos estaban cerrados, mi respiración tranquila, la mente en blanco, el hombre del bosque —así había decidido llamarlo después de que se negara a decirme su nombre— llevaba cerca de tres semanas ayudándome en la búsqueda de mis habilidades, después de enterarme que él sabía dónde estaba Nathaniel empecé a escribir pequeñas notas que le enviaba cada día, hasta el momento no había recibido respuesta alguna, pero tenía la esperanza de que cediera y viniera a verme. Por otro lado, la búsqueda iba avanzando muy bien desde que sabía que Nathan estaba bien.
— Muy bien Ahyleen, abre los ojos — abrí los ojos y él sonrió — Has avanzado mucho, pronto podrás mostrarle a los D'angelo tus habilidades.
— ¿Y cómo exactamente puedo utilizar esto contra alguien?
— Las gemas no usan sus dones para lastimar, no se pueden usar contra alguien.
— ¿Entonces para que me sirve? Si no puedo lastimar a Alexander con esto ¿Para qué me esforcé tanto en encontrarlo? — estaba molesta, me había tardado semanas en poder encontrar estos... dones, como para que él llegará a decirme que no podía usarlos para contra Alexander.
— Las habilidades que poseen las gemas son para crear, no para destruir.
En cuanto escuché esa voz, gire la cabeza, me levanté del suelo donde estaba sentada y corrí hacía él, abracé su cintura y respire hondo.
— Nathan — susurre — ¡Estás aquí!
— Si, aquí estoy — envolvió sus brazos a mi alrededor y recostó su mejilla en mi cabeza.
No me había dado cuenta de lo mucho que lo había extrañado, incluso ya había olvidado como olía o que tan alto era, pero no había olvidado el sonido de su voz ni la intensidad de su mirada, estaba tan feliz de tenerlo de nuevo conmigo que no pensé, sólo me levanté en las puntas de mis pies y como pude alcancé sus labios y lo besé.
Lo besé porque lo extrañaba.
Lo besé porque quería borrar todo rastro de miedo de su mente.
Lo besé porque quería que supiera que no lo odiaba.
Lo besé porque quería que supiera cuanto lo amaba.
Porque lo amaba y no podía revertirlo, me había enamorado de él tan rápido que a veces me daba miedo que esas cosas que me hacían amarlo fueran solo un espejismo, que todo fuera una confusión en mi cerebro por todas aquellas cosas que vivimos desde que nos conocimos.
— También te extrañé — susurró con sus labios aún cerca de los míos y suspiré, era bueno tenerlo cerca otra vez.
Pero no todo puede ser perfecto en la vida y la rabia, la preocupación y todas las lágrimas que había llorado por él decidieron hacer su camino a mi cerebro haciendo que me separara de él y lo empujara.
— Eres un... un... — era un pésimo momento para tartamudear, pero cuando realmente estaba enojada por algo me pasaba y me frustraba no poder decirle lo que sentía, así que recurrí al método menos recomendado, pero igual de efectivo para demostrar mi enojo: la violencia.
Golpeé su pecho cuantas veces él me dejó, le di varias cachetadas e incluso pisé uno de sus pies, Nathaniel no protesto o intentó detenerme, se quedó ahí de pie resistiendo mis golpes, saqué todo el enojo y la desesperación de mí y cuando el arranque de ira disminuyo, empecé a llorar, él se acercó de nuevo y me abrazó.
— ¡Eres un idiota! — grité entre lágrimas.
— Lo merezco — susurró en mi oído mientras acariciaba mi espalda — cada golpe que me des y cada insulto que seas capaz de decirme lo merezco, te lastimé y en vez de hacerme cargo salí corriendo, fui un cobarde al huir como lo hice y fui aún más cobarde cuando decidí no buscarte, lo lamento mucho Ahyleen.
— ¡Ya basta de lamentarlo! — grité y miré sus ojos — Todo esto fue culpa de Alexander no tuya, él controlaba tu mente, tu no hiciste todo esto por gusto, eres alguien bueno.
— No, no soy bueno Leen y eso es algo que debes entender, nunca he sido el bueno — me miró, dejo de abrazarme y luego suspiró — Alexander está enojado conmigo por algo más que arrancar sus alas; él me odia porque lo traicione, yo era cómo él, perseguía y lastimaba ángeles...
— Pero dejaste de hacerlo — tomé sus manos y di un beso en cada una de ellas — Te arrepentiste de lo que hacías y decidiste exponerlo, tú me has cuidado desde que nos conocemos.
— Y he sido terrible en ello Ahyleen, hubieras sufrido menos si yo no estuviera cerca, has pasado por tantas cosas que no deberías... tú eras feliz antes de que llegara a tu vida.
— Era una mujer sin un propósito, cada día que pasaba pensaba en qué hacer con mi vida, en si realmente estaba hecha para ser maestra — miré sus ojos y entre todas las lágrimas que aún salían de los míos sonreí — Ahora sé que tengo un propósito, no sé exactamente cuál, pero tengo uno, soy especial, tengo habilidades que las personas normalmente no poseen y puedo usarlas para hacer el bien... aunque por una vez me encantaría usarlas para hacer sufrir a Alexander.
Nathaniel soltó una carcajada y mi corazón saltó en mi pecho, amaba su risa y más porque no era muy común que riera de ese modo.
— No eres especial Ahyleen, tu eres única — me abrazó de nuevo y dio un beso en mi frente — Sabes cómo hacer sentir mejor a alguien.
— Y tú sabes desaparecer mejor que nadie — reí — ¿Verdad que si hombre del bosque?
Miré alrededor pero ya no estaba, Nathaniel tomó una de mis manos entre las suyas y sonrió.
— Suele desaparecer, es una mala costumbre que tiene — empezó a caminar y lo seguí.
— ¿Lo conoces hace mucho?
— Si, hace demasiado tiempo — entrelazo sus dedos con los míos y caminó despacio — Es uno de los ángeles que más admiro.
— ¿Por qué quiere ayudarnos? — Nathaniel suspiró pesadamente y apretó un poco mi mano — ¿Y porque nunca ha querido darme su nombre? Me parece absurdo que quiera ocultarlo cuando no le hablado a nadie de él.
— Porqué ese hombre que ha estado ayudándonos es el padre de Alexander.