Mi protegida.

25. El odio y la venganza controlan tu mente.

La garganta me ardía por la presión que Alexander ejercía en ella, el aire empezaba a faltarme y mis manos se movieron involuntariamente hasta el brazo de él para intentar apartarlo, pero antes de que pudiera hacer algo la voz de Nathaniel resonó por todo el lugar, fuerte, clara y muy muy cargada de enojo.

— ¡Suéltala!

Alexander miró hacía Nathan, río y apretó más mi garganta para luego soltarme con un brusco empujón.

— Tardaste mucho en volver, angelito — murmuró mientras caminaba hacia él.

Ambos caminaban hacía el otro, lo único que se veía en sus ojos era odio, los dos querían ver sufrir al otro, querían lastimarse.

— Tenía que asegurarme de que la pequeña Brisa estuviera bien, necesitaba asegurarme de que no le hubieras hecho más daño del que ya le hiciste — la voz de Nathaniel sonaba más ronca de lo normal y su rostro estaba demasiado serio, sus puños estaban apretados y sus pasos eran firmes, no había dudas en su comportamiento.

— Por favor, no soy tan cruel cómo para lastimar a una niña...

— ¡Ja! —grité de forma espontánea y empecé a caminar hacia él sin dejar de hablar — Tú eres capaz de cualquier cosa, eres un bárbaro, una bestia... tú harías cualquier atrocidad con tal de ver como sufren las personas, ese es tu pasatiempo preferido.

— Oh, pequeña, claro que soy todo lo que tú dices y hasta más, pero nunca he lastimado a un bebé y Nathaniel es testigo de eso — me miró y le dio la espalda a Nathaniel.

— ¿Es que tú crees que sólo se lastima a alguien sí es algo físico? — me acerqué a él — A esa bebé la separaste de su madre, tenía sus ojos rojos de tanto llorar, estaba sucia y temblaba de frío... A esa bebé la hiciste pasar el peor día de su vida.

— ¿Y qué quieres que haga? ¿Qué me arrodille y pida perdón por lo que hice? — entrecerré los ojos y gruñí — Pues vas a tener que esperar sentada para que no te canses mucho, porque no lo voy a hacer nunca.

— A mí no me importa si me suplicas pidiendo perdón, yo lo que quiero es verte sufrir Alexander, ver que sientas el miedo que yo sentí, el terror que sintió Dennise cuando te llevaste a su hija, quiero ver en tus ojos el arrepentimiento que vi en los de Nathaniel cuando lo obligaste a hacerme daño y quiero tanto, pero tanto que te vayas al infierno, que estoy dispuesta a asesinarte yo misma.

Nathaniel me miraba fijamente cómo si no pudiera creer que aquellas palabras hubieran salido de mi boca, Alexander sonreía y reía mientras hablaba; ya no aguantaba más, ya no soportaba ver su arrogante rostro y su estúpida sonrisa, no podía contener más mis impulsos. Levanté mi mano derecha y golpee su rostro lo más fuerte que pude, sabía que era un ángel caído y que lo más probable era que no sintiera ni un poco el golpe, pero deseaba en lo más profundo de mi corazón que pudiera sentirlo porque quería que tuviera dolor, quería que su mejilla doliera tanto como dolía mi mano por el golpe.

— Eres una idiota — gruño y empezó a caminar hacia mí, miraba mis ojos fijamente y entre murmuros recitó palabras que no entendía, era cómo aquel día en que obligó a Nathan a golpearme, quería controlar mi mente, trataba de controlar mi mente con su don, era algo positivo porque podía utilizar mis dones de una buena vez.

Miré hacía Nathaniel, sonreí y empecé a recitar las mismas palabras que él decía, mientras miraba fijamente a sus ojos; cuando vio lo que hacía se desconcentro, cerró los ojos, sacudió la cabeza, los abrió de nuevo y volvió a empezar, yo continúe repitiendo cada cosa que él decía hasta que dejó de caminar y de hablar, quedó pasmado frente a mí. Me acerque más a él, cerré los ojos y respire hondo. Iba a utilizar el don del que no había hablado aún, iba a entrar en su mente y engañaría su cerebro.

— ¿Ahyleen? — Nathaniel se acercó y miró a Alexander — ¿Qué es lo que haces? Debemos aprovechar este momento para acabar con él, cuando reaccione estará furioso y no va a controlarse, no podrás detenerlo tan fácil porque sabrá lo que puedes hacer.

— Aún no — abrí los ojos y mire fijamente los de Alexander — Él no puede morir tan fácilmente, debe sufrir Nathan, debe sentir todo lo que nosotros sentimos, no puedo simplemente enviarlo al infierno, tiene que sufrir.

— Ahyleen, ¿Que estás diciendo? Él no puede sentir nada físico, su cuerpo no siente dolor, no siente frio o calor, no siente absolutamente nada en su cuerpo.

— Su mente le hará creer que sí, creerá que cada golpe que le dé duele tanto que gritará y se retorcerá en el suelo de dolor.

— ¿Puedes...? — yo asentí entendiendo su pregunta sin que terminara de formularla.

— Puedo engañar a su cerebro y creerá que siente dolor cuando realmente no tiene nada... — Alexander empezó a parpadear y Nathaniel inmediatamente le sostuvo las manos en la espalda.

— Ahyleen, cariño, esto no está bien, estas dejando que el odio y la venganza controlen tu mente, lo único que debemos hacer es enviar a este idiota al infierno, así no hará más daño.

Cuando Alexander reaccionó por completo soltó un grito y empezó a retorcerse.

— ¡¿Qué fue lo que me hiciste?! ¡Habla maldita pelirroja! — la fuerza con la que se movía e intentaba zafarse era enorme, en el rostro de Nathaniel podía ver que era difícil sostenerlo y que pronto lograría correr hacía mí.

— Cuando eres la víctima no te gusta ¿Eh? — sonreí y toqué su mandíbula — Pues vete acostumbrando a ese sentimiento, porque vas a ser la víctima ahora... por cierto, ¿Ya sabes cuales van a ser tus últimas palabras? Porque pronto tendrás que decirlas.

La rabia que había en sus ojos era tanta que parecía que saliera fuego de ellos y era tanta la fuerza que tenía en ese momento que Nathaniel no pudo sostenerlo más, se soltó de su agarre, caminó hasta mí y puso su mano en mi garganta, me pegó a una pared y apretó.

— Tu deberías pensar en tus últimas palabras Hija del fuego, porque tu llama se extinguirá hoy — su voz estaba cargada de rabia y sus manos ya no se contenían, me tenía agarrada con fuerza, pero yo no era indefensa. Puse mis manos en su pecho y empujé tan fuerte que me soltó, tomé aire, pero él me agarró nuevamente y Nathaniel tuvo que agarrarlo de la cintura y halar de él para alejarlo de mi — ¡Vas a morir esta noche hija del fuego!




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