Mi querida Ariel

Cap. 15.

Y allí estaba con él, de pie bajo la lluvia, siendo cubierta por el paraguas, resguardada por aquel pelinegro. Claude extendió su mano hacia Elizabeth, quien comprendió inmediatamente que no era necesario responder con palabras, era suficiente con tomar su mano y permitirle su compañía.

Sin embargo, no estaba convencida de hacerlo, no era demasiado expresiva con respecto a sus preocupaciones y lo que la hacía sufrir; no hablaba de eso con nadie, ¿por qué hacerlo ahora?

¿Qué tenía de especial aquel ojiverde? ¿Por qué le provocaba sonrojos, latidos acelerados y calidez en su pecho? No sabía la respuesta a sus preguntas, pero estaba segura de lo que le ofrecía el ojiverde, su protección y compañía, lo que tanto anhelaba y necesitaba la pequeña, seguridad y el fin de su soledad.

Mientras tanto, la inseguridad de la pelirroja contagió al mayor, su mano comenzó a temblar y se arrepintió por apresurar las cosas. Ella era muy niña y tenía un dolor muy grande en su pecho, lo cual le impedía aceptarlo. Así que bajó la mirada levemente y comenzó a bajar su mano, sorprendiéndose cuando la mano de la ojiazul entró en contacto con la suya, provocando pequeñas corrientes eléctricas en los cuerpos de los adolescentes, quienes desviaron la mirada a lados contrarios.

— Entremos, no quiero que te resfríes. — susurró nervioso el mayor y Elizabeth asintió, acto seguido comenzaron a caminar sumergidos en sus propios pensamientos, los cuales tenían que ver con la persona que estaba a su lado.

Por otro lado, en la casa de Claude, Alphonse llegó a su habitación sorprendiendo a su esposa, quien estaba tejiendo; eran alrededor de las tres de la tarde, su esposo nunca había llegado a casa tan temprano, ni siquiera en la fecha de su aniversario de bodas.

El corazón de él estaba acelerado y su respiración era errática; además, su semblante reflejaba preocupación; razón por la cual Mellea se levantó del sillón, dejó sus cosas allí y caminó preocupada hacia él.

— ¿Estás bien? ¿Qué tienes? ¿Qué pasó? — habló sin dejar pausa entre las preguntas. Le inquietaba saber qué había causado que su esposo, normalmente inexpresivo, estuviese intranquilo.

— ¿Por qué estás tan tranquila? — desvió el tema, por lo que ella frunció el ceño. ¿Por qué ese cambio repentino de actitud?

— ¿Qué sucede, cariño?

—¿Cariño? — preguntó incrédulo y ella se confundió aún más. — ¿Todavía me consideras cariño? ¡Nuestro hijo no regresó a casa anoche y tú estás tan calmada! — ella sonrió levemente, todo había sido un malentendido.

— Tranquilo, él está bien, yo sé dónde está. — habló serenamente y, en lugar de calmarse, Alphonse comenzó a levantar la voz.

— Por supuesto que lo sabes, de lo contrario me habrías llamado desconsolada, pero no fue así. Dime, Mellea, ¿qué quieres? ¿Qué quieres de mí? Te lo he dado todo y te he tratado como una reina, ¿y cómo pagas? ¡Te vas a Italia y luego te llevas a nuestro hijo sin decirme nada! — un fuerte sonido inundó la habitación y el rostro del varón se giró a un lado, producto de la bofetada de su esposa, quien lo observaba con lágrimas en sus orbes verdes.

— Nunca te prohibí ver a nuestros hijos. Ni siquiera después de haberme abandonado cuando supiste que estaba embarazada de Claude. — expresó sintiéndose supremamente ofendida. Pues siempre había sido buena con él y ahora él insinuaba que era una mujer cruel, cuando el cruel era otra persona.

El contrario abrió la boca para expresar algo, pero se contuvo al verla llorar. Cerró sus ojos fuertemente y se dio media vuelta, decepcionado de sí mismo; había prometido no hacerla sufrir ni llorar y había roto su promesa. — Habla con él y avísame cómo está y cuándo regresa. — retomó su inexpresividad y salió de la habitación sin esperar respuesta.

Al escuchar que la puerta fue cerrada, la castaña se acostó boca abajo en su cama y siguió llorando, preguntándose si valía la pena continuar viviendo con su esposo. Su madre le había enseñado que no debía meterse con hombres ricos y pagó caro su desobediencia.

Durante sus estudios universitarios, se dejó conquistar por Alphonse, quien la abandonó al enterarse de su embarazo. Sufrió mucho después de eso, su madre falleció de un infarto al enterarse de lo sucedido; por lo que se vio obligada a trabajar a tiempo parcial para cubrir sus gastos, entre ellos los semestres. No tuvo quien la acompañara durante y después del parto. Pasaron seis meses para que despertara el instinto paternal de Alphonse y conociera a su hijo, aunque había rechazado la idea de plano cuando se enteró del nacimiento de este.

Al conocer al bebé, se sorprendió al ver que tenía su cabello y los ojos de su madre, lo más bello de cada uno; continuó visitándolos y decidió hacerse cargo del niño, colaborando con los gastos y de esa manera, se aminoró la carga pesada de Mellea. Aunque las constantes visitas de su amor frustrado eran una tortura, puesto que le recordaban su sufrimiento y sus sentimientos por el pelinegro. A pesar de eso, Alphonse no le propuso matrimonio, debido a que estaba comprometido a un matrimonio arreglado.

Cosa que cambió dos años más tarde, cuando el padre de Alphonse sospechó del incremento de los gastos de su hijo, razón por la cual comenzó a investigarlo, descubriendo así las visitas semanales de Alphonse a casa de Mellea, además de la existencia de su nieto; lo cual lo llevó a cancelar el matrimonio de su hijo y arreglar personalmente la boda de su hijo con su actual nuera, Mellea.




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