Mi querido escocés

Capítulo 1.


Elaine entró a la oficina de su jefe. El hombre era un asqueroso, además aprovechaba cada oportunidad para intentar manosearla. Ella aguantó mucho tiempo y supo mantenerlo a raya. Nunca, en todos los años que trabajó en ConstruInc llevó falda, aunque él siempre le insinuó que el uniforme no era pantalón, la muchacha sentía cierta seguridad al vestir así.

    —¿Cuándo podré apreciar tus piernas, Elaine? —dijo el hombre al verla entrar.

    «Jamás, viejo verde», pensó ella, pero en lugar de decir algo sonrío. Siempre que se ponía nerviosa sonreía.

—Las ve siempre, gracias a ellas todos los días llego a su oficina. —Elaine hizo un mohín a modo de burla, a ver si el hombre dejaba pasar el tema y la situación incómoda pase como un simple chiste de mal gusto. 

—Al menos en ese pantalón se te ven bien el culo —retrucó su jefe—. ¿Me traes el informe del edificio Splendor? —le preguntó, y estiró la mano para que Elaine le entregue la carpeta.

—Sí —respondió ella y le pasó la archivadora.

—Ven, revisemos juntos el documento —la invitó el hombre y le indicó que rodee el escritorio para que se pare a su lado.

Ella observó el ademán del jefe con duda, algo en la mirada del hombre le hizo sentir más repulsión que lo acostumbrado, podría jurar que el viejo se relamió el labio, como si ella fuera un enorme pedazo de bistec.

—Anda Elaine, que debemos revisar estos documentos. —El hombre abrió la carpeta y empezó a leer—. ¿Qué dice aquí? —le preguntó.

Elaine suspiró y caminó hasta quedar al costado de la silla de su jefe, se inclinó para mirar dónde él le señaló. En el mismo instante en que sus ojos se posaron en el documento sintió las manos del hombre en su trasero. Ella pegó un salto retrocediendo y le propinó un certero golpe en la cara. Empezó a gritar, salió de la oficina y se fue directa a su cubículo, donde comenzó a juntar sus pertenencias, al tiempo que lanzaba cuanto improperio se le venía a la mente en contra del acosador degenerado. Sus compañeros dejaron de trabajar y la miraron atónitos. Cuando terminó de colocar sus cosas en una caja levantó la vista.

—¿Quién viene conmigo? —preguntó mirando a todos—, no podemos seguir soportando a este hombre —añadió.

Nadie dijo nada, cuando la puerta del gerente se abrió, volvieron a sus quehaceres, pero River, la mejor amiga de Eliane, la imitó, recogió su escritorio, acomodando algunas de sus pertenencias en su bolsa y muy digna caminó hasta donde estaba el hombre sonriendo con descaro.

—Tendrá noticias de nuestros abogados  —le dijo y pisoteó con fuerza el pie del hombre.

—¡Mierda! —chilló el viejo al sentir que el taco de la joven se clavó en su dedo gordo.

—Son todos unos cobardes—gritó Eliane mientras cargaba la caja y caminaba— ¡Juro que un día voy a comprar esta empresa de cuarta y los voy a despedir uno a uno! 

Algunas risas burlonas llenaron el lugar, mientras las mujeres caminaban con dificultad hacia la salida de la oficina. 

—¡Soy yo el que las va a demandar! —se atrevió a gritar el vejete—. Se terminó el show, vuelvan a trabajar —ordenó el gerente, entró a su oficina y cerró con fuerza la puerta. 

Las muchachas subieron al ascensor, los primeros pisos transcurrieron en silencio, pero antes de llegar al vestíbulo empezaron a reír.

—Le destrocé la uña encarnada —dijo River y lanzó una carcajada.

—Ojalá le dé gangrena en el pie —añadió Elaine.

—¿Qué te hizo? —indagó River.
—Me amasó las nalgas —le contó Elaine.

—Viejo puerco, yo le hubiera pateado en las bolas —gruñó River.

—Ni él sabe dónde están sus bolas —dijo Elaine y se carcajeó.
—Sí, necesita un GPS para encontrarlas entre tanto rollo.
—Ahora, la pregunta querida amiga es: ¿Qué carajos vamos a hacer? —Elaine empezó a arrepentirse del exabrupto. 

—Estamos jodidas querida, juntas, pero jodidas —murmuró River.

—¿Al menos tenemos dinero para pagar a un abogado? —preguntó Eliane alzando las cejas con frustración.

—Apenas tenemos para la cena. —River se encogió de hombros de forma despreocupada, como siempre. 

—Creo que me estoy arrepintiendo de haber renunciado —dijo Elaine.

—Creo que te falta oxígeno en el cerebro, tranquila, una crisis por vez, hoy la cena, mañana vemos lo que toque. 

Eliane era una mujer que actuaba por impulso, pero cuando sus neuronas conectaban caía en cuenta de sus actos, y eso hacía que la culpa ganara campo, por eso admiraba a River, su amiga nunca daba un paso atrás. 

«Lo hecho, hecho está», esa era la frase favorita de su mejor amiga, y claro, la chica nació, creció y se formó con los tiburones neoyorquinos, «aquí comes, o te comen».

El sonido del ascensor dió la pauta a las jóvenes de que debían salir, y enfrentar el dilema número dos del día, ir hasta el departamento en una vieja vespa. Subieron a la moto pilotada por Elaine, River atrás sosteniendo la caja y sus bolsas. Por suerte no era hora pico.  Decidieron ir al piso de River, se colaron entre los coches y en menos de cinco minutos llegaron al edificio.
Pero su mal día no acabó ahí, porque al entrar, encontraron a Marck, el  novio de River, revolcándose con la vecina del apartamento de arriba. La muchacha soltó su bolso y se abalanzó hacia la pareja. Elaine recogió la ropa de los dos y las lanzó por la ventana hacia la calle.

—Nunca me caíste bien —le dijo Elaine a la mujer que intentaba tapar su desnudez con una almohada—. Y tú —dijo señalando al novio de su amiga—, eres un… un… un,  bolas tristes —gritó.

—¡Fuera de aquí! —gritó River y abrió la puerta. Cuando su vecina pasó a su lado le arrancó el almohadón de las manos—. Esto es mío, aunque a ti no te molesta compartir.

—Amor, ella no significa nada para mí, vino aquí a prestar un martillo… y una cosa llevó a la otra…, pero te juro que fue la primera vez, nunca te he engañado —se defendió Marck.
—Ve con ese cuento a tu abuela, es mejor que te vayas, porque estoy a punto de ser agresiva, me has desordenado los chakras —gritó River y empujó al muchacho hacia el pasillo para luego cerrar la puerta en sus narices.



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En el texto hay: romance, highlander, inmortales

Editado: 07.07.2021

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