William Campbell es un hombre serio, entregado a la empresa familiar. No le gustan las fiestas y mucho menos las sorpresas. Es conocido por tener todo bajo control, cada detalle debe ser planeado con extremo cuidado. Emma, su prometida, ha decidido organizar su cumpleaños. A pesar de saber que a él no le gustará, pero ella cree que él debe empezar a acostumbrarse a los cambios, porque cuando se casen, ella tomará las riendas en muchos aspectos de la vida de ambos y, eso incluye la realización de grandes y lujosas recepciones, como es costumbre de la familia Todd.
—No te preocupes, querido, es una cena íntima, solo asistirán nuestros amigos más cercanos —dijo Emma, y se acomodó en el asiento del copiloto.
—Ponte el cinturón —gruñó William, y suspiró.
—Siempre tan controlador —soltó la mujer con desgano, pero obedeció, sabía que él no pondría el coche en movimiento si ella no se colocaba el cinturón de seguridad.
—No me gusta, lo mío no son las multitudes —se quejó él y arrancó.
—De qué multitud hablas, son cuatro gatos locos, multitud será la fiesta de nuestro casamiento, toma esto como una práctica —dijo ella y se arregló el cabello.
—De verdad, Emma, ya hablamos lo del casamiento, necesito que sea sencillo, íntimo, y sólo por civil, no quiero llamar la atención de la prensa. ¿Por qué insistes en contradecirme?
—No quieres ir de luna de miel, por lo menos déjame organizar una linda fiesta —se quejó la mujer—. Es para satisfacer a nuestros padres, no puedes por un día darme el gusto.
—Lo estoy haciendo ahora, y presiento que me voy a arrepentir.
—¿Por qué no puedo mostrar al mundo que le puse el lazo al soltero más codiciado de Escocia? Qué todos sepan que ya tienes dueña.
—No soy un perro al que debas poner collar Emma. Y no, no eres mi dueña, seré tu esposo y tú mi mujer.
—Eres muy serio, solo es una forma de hablar, para nada te ves como un perro. Pero igual quiero que todos se enteren de nuestra boda, estoy muy orgullosa de ti y de lo que tenemos, ¿acaso está mal eso?
—Podemos dar una nota a alguna revista o programa de televisión —sugirió él.
—Eso también lo haremos, no te preocupes que ya tengo todo arreglado —le informó Emma.
Definitivamente la conversación no agradaba a William, porque no le gustaban las presiones, mucho menos el colgar su imagen ante la sociedad. Se hizo de fortuna, no solo por haber recibido el cobijo de la familia Campbell, sino que también, gracias a su forma reservada y controladora de ser.
Poco a poco su nombre se fue haciendo eco entre grandes empresarios, un joven talentoso, inteligente, que se posicionó en las grandes ligas como un verdadero estratega. De perfil bajo, pero con la astucia de saber siempre qué piezas en el momento justo.
Por esa razón, Emma contrastaba con él, ella era extrovertida, ambiciosa, tanto que no podía callar sus éxitos, sin embargo, William no podía negar que la mujer era tremendamente sexy, bella y sabía usar todos sus encantos.
—¡William!, gira aquí, ya llegamos al lugar.
—¡Emma! este es Dunaslastair Suit —William habló con firmeza, pues este lugar, no es sólo uno de los hoteles más lujosos de Escocia, es el sitio perfecto para convocar a una multitud.
—Es hermoso y podemos anunciar nuestro compromiso, claro, si quieres —soltó ella.
En realidad, estaba loca por formalizar la propuesta. Sería la señora Campbell, esposa del menor de los hermanos, el más codiciado y prometedor. Lo que ella no sabía, era que esa noche no sucedería, William ni siquiera tenía el anillo, pensó que mañana le diría a su secretaría que compre uno, es mujer, tiene que saber lo que le gustaría a otra mujer.
Se quedaron frente a la entrada principal y no tardó en llegar el valet parking, William le entregó la llave, agradeció al joven, y se apuró en seguir a su novia, que ni siquiera miró al empleado del hotel, ella era así, un poco engreída y despectiva. Entraron a unos de los salones principales, el Royal, decorado de manera lujosa, apenas pasaron la puerta y todos los invitados gritaron al unísono «Felicidades».
A William le cayó como un balde de agua fría, no sabía si sonreír o pegar la vuelta y escapar lo más rápido que sus pies le permitieran. Su hermano fue el primero en acercarse a él, lo abrazó y dio unos golpes en la espalda.
—Felicidades, hermanito, tienes la mejor de las novias, te sacó de tu madriguera, eso es todo un logro, creo que ella también se merece ser felicitada —dijo con sarcasmo.
—Gracias, Gregor, creo que tienes razón en cuanto a Emma, esta es más una fiesta para ella —sus palabras salieron entre dientes, con un poco de enojo.
Emma sabía que William no haría un espectáculo, mucho menos le iba a reclamar en público, y que actuaría con diplomacia toda la noche, aunque con la cara larga y la seriedad de una persona que no está a gusto. Lo mejor que podía hacer William, en ese momento, era buscar algún hombre de negocios con quien hablar de sus bodegas o ir por whisky.
Recorrieron algunas mesas, el pobre hombre tuvo que soportar a la escandalosa madre de Emma y sus indirectas sobre el pedido de mano. Sus padres también pusieron su granito de arena, sobre todo la señora Campbell, que adora a Emma y es amiga íntima de la señora Todd. En un punto no aguantó más, se excusó para ir en busca de Rob, su mejor amigo, y un poco de whisky, necesitaba adormecer un poco sus sentidos para aguantar hasta que el circo se acabara. En vista de que no pudo ubicar a su amigo, le pidió un whisky en las rocas al barista y salió a la terraza.
Dio un trago al líquido ambarino, sus labios al instante detectaron que no era el whisky que producía su familia. Eso no le gustó, pensó que tenía que buscar a su amigo, que es el dueño del hotel, para reclamarle. Miró al cielo, había algo particular allí arriba, algo raro en el aire que lo rodeaba.