William llegó a la oficina iracundo, su secretaria, Kath, se sobresaltó al verlo pasar junto a ella, sin siquiera saludarla entró al despacho y cerró la puerta con violencia, haciendo que la mujer pegue un respingo en la silla.
Él tomó asiento y apretó el botón de su intercomunicador para hablar con su asistente. Kath no esperó al segundo tono, porque, por experiencia sabía que no era bueno hacer esperar al jefe.
—Señor Campbell —habló la mujer intentando sonar agradable.
William sabía que el timbre de voz era tan fingido, como sus siliconados senos. Puso los ojos en blanco, sin embargo, se limitó a solicitar lo que quería.
—Necesito que llames a mi hermano y me traigas los informes de pedidos de materia prima del último mes —gruñó y colgó sin esperar respuesta.
—Sí, señor —respondió ella, aunque él ya había cortado.
El hombre tamborileaba con los dedos sobre el escritorio, la impaciencia lo carcomía, necesitaba saber cómo era posible que la destilería más prestigiosa de toda Escocia, saque al mercado un whisky tan horrible, pero más allá de la deshonra y la rabia que le causaba eso, no era lo único que lo preocupaba.
En la mente de William se seguían reproduciendo las palabras de aquel anciano, la escena de la espada atravesando sus entrañas y el dolor horrible. Las ganas de entender esa locura lo tenía intrigado e inquieto. Un hombre tan controlador como él no podía dar pie a lo irracional, y en esa misma categoría, entraban sus ganas de volver a ver a la señorita estornudos. Decidió que aparecería en la cena, pero primero debía solucionar lo del whisky adulterado. En ese momento entró su hermano, claro que sin anunciarse o pedir permiso.
Con expresión de suficiencia y ese andar engreído del que hacía gala, Gregor caminó hasta el escritorio de William y se sentó sin esperar a ser invitado.
—Me informaron que su majestad necesitaba hablar conmigo de manera urgente —dijo y sonrió de lado.
—No estoy con ánimos de aguantar tu cinismo, hermano —resopló y se puso de pie, rodeó el escritorio y tomó asiento en la silla frente a Gregor—. Tenemos un grave problema, si nuestro padre se entera le dará un síncope, por lo tanto, necesito que me ayudes.
—Tú dirás —respondió Gregor y encendió un cigarrillo para luego acomodarse, y escuchar a William.
—Hay problemas con el whisky, no sé si es con toda la producción o con una parte de ella. Tenemos que hacer examinar toda la producción del último mes, eso llevará tiempo y dinero, sabes que no me gusta perder dinero —se pasó las manos por el rostro—, además de analizar los últimos pedidos entregados a los clientes, no podemos exponer a la empresa a un escándalo.
—Eres demasiado alarmista, seguro que no es nada…
—A la mierda, Gregor. —Se puso de pie y caminó de un lado a otro como un animal enjaulado.
—Hermanito…
—Y los cojones, hermanito un cuerno —gritó—, tú, tú eres el responsable del departamento de calidad —lo apuntó con el dedo—, ¿dónde estabas cuando sucedió esto, Gregor? Es nuestro negocio, nuestro legado es el que pende de un hilo.
—Me encargaré de revisar todo, iré en persona a visitar a cada cliente para analizar nuestro producto. —Se defendió, Gregor.
—Espero que no pase a mayores, debes ser más responsable, estoy cansado de arreglar tus desastres, yo puse la mano en el fuego por ti, me enfrenté a nuestro padre para que regreses a la empresa…
—Lo sé —lo interrumpió Gregor—, tu eres el hijo perfecto, el que nunca se equivoca.
—Vas a empezar a hacerte la víctima —respondió William e intentó tranquilizarse y añadió—: necesito que me ayudes, tenemos que trabajar juntos, codo a codo, recuerda que estamos en el mismo equipo, no debemos competir entre nosotros.
—Es hermoso el discurso motivador que intentas darme, pero es mejor que empiece con la inspección, si me permites, me retiro —dijo Gregor, le dió una última calada al cigarrillo, lo tiró al suelo y apagó pisandolo.
William lo miró, pero no dijo nada, aunque odiaba el tabaco, sabía que Gregor hacía eso para provocarlo.
—Máximo dos días, es todo lo que te doy para que me traigas resultados y soluciones —le advirtió William y volvió a sentarse en su sillón.
—Cómo usted diga, jefe —retrucó Gregor con ironía.
Salió y cerró la puerta, miró con lujuria a Kath, que en ese momento estaba de espaldas frente a la impresora y se acercó a ella.
—Te han dicho que te ves muy bien —susurró muy cerca del oído de la mujer.
—A diario, señor Gregor —ronroneó la mujer y pegó su espalda al cuerpo de él.
—¿Tienes algo que hacer esta noche? —indagó el hombre.
—No, pero acepto sugerencias —susurró en tono sensual Kath.
—Esperame con la cena lista, a las diez estaré en tu apartamento —dijo Gregor y mordió el cuello de la mujer.
—¿Te servirás el postre también? —preguntó ella en un suspiro.
—Creo que será lo único que tomaré del menú…
El intercomunicador sonó arruinando el momento.
—Está insoportable hoy —dijo ella y corrió a atender.
—Nos vemos más tarde, preciosa —dijo Gregor y se fue.
—Señ…
—Haz que traigan una camisa de mi casa —le ordenó William y cortó.
La jornada laboral transcurrió con rapidez, entre informes de compras, ventas y visitas a las instalaciones de la destilería. William no pudo averiguar nada sobre el defecto que presentaba el whisky, pero al terminar el horario de trabajo sonrió con la esperanza de poder volver a ver a la joven americana. Se tocó el pecho, justo donde lo mojaron con el café, y recordó que también estaba lo del anciano de la noche pasada.
Al llegar a su casa y entrar al dormitorio observó la gran y pesada espada que yacía sobre el buró. Era hermosa, se notaba que era muy antigua y, seguro que cualquier coleccionista pagaría mucho por ella. Recordó que el padre de Rob tenía una colección de este tipo de armas.